13 premisas y 10
condiciones que pueden ayudar
“Yo os
aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para
pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los
cielos. Porque donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos” (Mt 18, 19-20).
La comunidad eclesial, como cuerpo
místico de Cristo, necesariamente
se debe reunir en oración porque
nosotros los cristianos formamos parte de ella (1 Co 12, 12ss.); y entre
nosotros, sus miembros, hay o debe haber cohesión o unidad.
Una unidad que toma su fuerza, y se
mantiene en la Iglesia, gracias a la participación Eucarística (1 Co 12,
22-23). En la Eucaristía es cuando más reforzamos
nuestra unidad no
solo entre nosotros, como hijos de Dios, sino con Cristo nuestra cabeza y en Él
con Dios Trinidad.
Sin embargo la vivencia de la Eucaristía
no excluye otros momentos de oración en comunidad, todo lo contrario. Los grupos de oración son, y
deben ser cada vez mejor, una prolongación de la misa y/o expresión de la
misma.
Los grupos de oración no son nada nuevo
en la Iglesia. Estos nacieron después de la resurrección de Jesucristo cuando
estaban reunidos los Apóstoles y 120 discípulos (Hch 1, 15), que “perseveraban
unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y de
sus hermanos” (Hch.1, 14).
Démonos cuenta que estas asambleas ya se llevaban a cabo aún antes de
Pentecostés (el
crucial y primer momento intenso de oración eclesial).
Desde ese entonces y hasta nuestros días
la Iglesia se ha reunido regularmente no solo para aprender la doctrina de los
apóstoles sino también, y sobre todo, para la fracción del pan y orar juntos
(Hch 2, 42-46; 4, 33; 12, 5-12).
Cuando oramos juntos, en comunidad, los
resultados son evidentemente muy positivos: la
oración en grupo nos edifica y unifica porque compartimos una misma fe.
Hay que tener en cuenta que la fe no es
solo individual, es, y sobre todo, eclesial. Es una fe viva que nos lleva a
abrirnos al Espíritu Santo, quien ora en la asamblea y en cada una de las
personas (Rm 8, 26-27).
La fe vivida en comunidad y expresada en
la oración comunitaria ayuda a
crecer espiritual y constantemente en el camino de una continua conversión
personal y eclesial.
Y además crea una verdadera relación fraterna entre los participantes (Ga 3, 26).
El mismo Espíritu Santo que habita en
cada uno de los creyentes provoca en nuestros corazones regocijo mientras se oyen palabras de
alabanza de los hermanos a nuestro Señor.
La oración comunitaria nos ofrece otras
posibilidades, incluso momentos de solidaridad
en la caridad, que difícilmente encontramos en otro contexto
eclesial.
Y la más importante de las riquezas de la
oración comunitaria: que el Espíritu Santo se derrama a través de personas e
historias tan variadas. Por esto y por mucho más resulta tan enriquecedora
hacer parte de un grupo de oración.
Es bueno fomentar los grupos de oración, allá donde sea
posible, pues son factores de cambio, son fuerzas espirituales que mantienen a
la Iglesia y a la sociedad por los rumbos que Dios quiere.
Los grupos de oración son un signo de
esperanza que nos ofrece Dios y de gran importancia tanto para la Iglesia
como para el mundo de hoy.
La importancia de los grupos de oración
es pues evidente: nos
enseñan a ser más responsables con la santidad personal y eclesial.
Los grupos de oración son
indiscutiblemente una gracia de Dios dirigida a renovar en la Iglesia el gusto por la
oración, a redescubrir el sentido de comunidad, a creer en la fuerza de la
intercesión y de la alegre alabanza; incluso, los grupos de oración están
llamados a convertirse en una nueva fuente de evangelización.
Esta expresión eclesial de la oración en
comunidad será posible si se cumplen ciertas premisas y ciertas condiciones
durante la oración.
PREMISAS
1. Que el grupo de oración sea incluyente (su composición debe ser
heterogénea), que en él se dé cabida a personas de toda condición
socioeconómica. Un grupo de oración no es un grupo elitista conformado por
personas selectas.
2. Un grupo de oración nunca ha de ser ajeno o paralelo a la
vida parroquial.
3. Los fieles que quieran
formar parte de un grupo de oración deben tomar libremente y muy en serio la decisión de
pertenecer a él. La pertenencia no es cuestión de imposición o por quedar bien
o, peor aún, por complacer a alguien. Una vez se es miembro de un grupo de
oración, se adquiere una seria responsabilidad.
4. En los fieles que quieran
formar parte de un grupo de oración debe haber una disposición
fundamental: el deseo
profundo de ser transformados por el Señor. Nunca asistir como espectadores o
críticos. Quienes se reúnan en oración han de ser personas que han cultivado la oración a nivel personal;
de lo contrario la participación se convierte en una actividad artificial,
postiza, vacía.
5. Todo grupo de oración tiene un animador indiscutible: el Espíritu Santo. Pero
esta verdad no excluye un animador ‘humano’, todo lo contrario; es más, es
importantísimo. La persona que anime (ojalá sea el propio párroco) sea una
persona de probadas virtudes, de experiencia en la vida de oración, con una
espiritualidad sólida y en perfecta comunión con la Iglesia. Sea una persona
que en verdad anime al grupo y vele por el buen orden de la oración.
6. La frecuencia de las reuniones puede ser
semanal y la duración de cada encuentro de oración oscilar
entre la media hora y los tres cuartos de hora, aunque este periodo de tiempo
no es una camisa de fuerza.
7. Se pide la puntualidad; podría
perjudicar ver llegar la gente a cuenta gotas una vez iniciada la oración.
8. Procúrese que no haya entre los
miembros de un grupo de oración tensiones emocionales, porque esto bloquea la serenidad y espontaneidad del grupo. Cualquier
conflicto se debe solucionar antes de un nuevo encuentro.
9. Es importante la fidelidad al propio grupo. En las parroquias hay
diferentes tipos de grupos de oración; formar parte de uno de ellos según
el propio carisma, edad, afinidad apostólica, etc..
10. Aunque un elemento importante de la
oración en grupo es la espontaneidad de los participantes, en los
encuentros de oración se le debe o se le puede dar cabida también a la oraciones oficiales de la Iglesia:
Adoración al Santísimo, cantos, la liturgia de las horas, el santo rosario, el
viacrucis (especialmente en cuaresma), novenas, etc. Además hay que tener en cuenta que
estas oraciones se pueden integrar entre sí, obviamente, con un sano e
inteligente criterio.
11. La oración en grupo no ha de ser algo
sustitutivo ni de la oración personal ni de la misa (y menos aún de la misa de
precepto) sino más bien un complemento.
12. La oración, idealmente, ha ser ante el Santísimo; por
tanto el grupo de oración se podrá reunir en la iglesia parroquial. Si no es
posible, cualquier otro lugar, que favorezca el silencio y el recogimiento, se
puede usar.
13. La oración grupal es bueno que se
lleve a cabo con una estructura previa, se pide por tanto un orden en la participación. A fin de mantener
el interés de los integrantes del grupo de oración, lo mejor será planear las oraciones con anticipación. Para
esto es necesario un esquema, de lo contrario la oración en común se convierte
en un obstáculo que bloquea la acción transformadora de Dios (1 Co 14, 33; 1 Co
14, 40). Las personas necesitan guía, límites y dirección para sentirse
cómodas; de esta manera las personas estarán más abiertas y dispuestas a
participar activamente.
CONDICIONES DURANTE LA ORACIÓN GRUPAL
1. Hay que tener en cuenta que el
Espíritu Santo habita en nosotros, y se expresa a través nuestro; por esto cuando un integrante del grupo esté
orando, tenemos que asumir sus palabras o sus intenciones como nuestras.
2. Conviene no olvidar que, así como en
la oración personal hay un diálogo entre Dios y cada persona, en la oración comunitaria el interlocutor
de Dios es un ‘nosotros’. No basta con orar junto a los otros
ni por los otros, sino con los otros al unísono.
3. Durante la oración en grupo debe haber alegría, ya que el gozo
es uno de los frutos del Espíritu Santo (Gal 5, 22). Es la alegría de alabar a
Dios, de experimentar en familia eclesial el gozo de su presencia cercana y
experimentada con la fuerza de su amor que va transformando nuestras vidas.
Pero ojo, no es una alegría externa provocada con medios humanos, como tampoco
es el gozo de una sana amistad o convivencia ni, menos aún, un “sentimentalismo”
de los exaltados que contagia.
4. Cada miembro debe poner con humildad al
servicio de sus hermanos, el carisma personal que haya recibido del Señor.
5. Es necesario que haya sinceridad en la oración. Que la participación en
un grupo de oración no sea motivada por sentimientos de vanidad. La oración no
se debe instrumentalizar para hacer ver una superioridad intelectual, se tenga
o no. Jesús nos advirtió contra este comportamiento exhortándonos a no ser
protagonistas hipócritas (Mt 6, 5).
6. La participación de los integrantes
del grupo, fuera del canto, no ha de ser simultánea sino ordenada y alternada. A pesar de la libertad en
que se debe desenvolver la oración grupal siempre se debe desarrollar con orden
y armonía.
7. Ningún grupo de oración debe excluir
momentos de silencio.
El silencio servirá para dejar actuar al Espíritu Santo, en el corazón de los
demás.
8. Se debe propiciar la participación, de una manera
o de otra, de todos los asistentes. Pero la participación de
los integrantes del grupo de oración ha de ser espontánea (no forzada), breve,
bajo la moción del Espíritu Santo (Jn 14, 16-17; Jn 14, 26) y con naturalidad.
En este caso hay que evitar frases dichas a memoria o estereotipadas.
9. No olvidar que el motivo del encuentro
es la oración. Una oración en la que se pueden armonizar tantos elementos:
momentos de silencio, cantos, meditaciones para poner en común, etc.. Pero ojo,
la oración grupal no debe
convertirse, por ejemplo, en un
espectáculo de música o canto, en una sesión de terapia, en ciclos de
conferencias de diferente índole, en un momento de discusión, en un momento de
euforia colectiva, en ocasión para protagonismos personales de ningún tipo (p.e:
desahogos, relatos de experiencias personales, momento de críticas, etc.).
10. Después de la oración comunitaria, al salir,
convendría recuperar el ágape
fraterno para
pasar juntos un tiempo ameno compartiendo un pasabocas, una bebida, etc. Esto
une aún más al grupo y los motiva. El término ágape, inicialmente significaba
afecto o amor gratuito; actualmente éste término se utiliza para nombrar la
comida fraternal que llevaban a cabo los primeros cristianos para reforzar la
unidad.
Fuente:
Aleteia