Un serio debate sobre la laicidad y la libertad religiosa
La laicidad es un acuerdo
para la convivencia social y promueve la autonomía y la aceptación del
pluralismo en una sociedad democrática, donde están claramente separadas la
Iglesia y el Estado. Pero el laicismo no debe confundirse con la laicidad,
porque este es una ideología que busca desterrar lo religioso del espacio
público como si contaminara las conciencias de las personas, y viene de la mano
de prejuicios ideológicos positivistas y antirreligiosos.
Muchos defensores de la
“laicidad”, en realidad defienden el laicismo como ideología, que no se limita
a la autonomía de los ámbitos políticos y religiosos, sino que promueve la
exclusión de lo religioso de la sociedad.
Entienden la “neutralidad”
del Estado en materia religiosa, no como una abstención a interferir en temas
religiosos, sino como indiferencia que invisibiliza lo religioso, como una
total prescindencia.
El caso uruguayo
El Uruguay no es una
sociedad laica, sino de una gran diversidad religiosa y cultural. Uruguay tiene
un Estado laico desde hace cien años, pero las ideas que proliferan sobre la
laicidad son muy diversas. Es bien conocido el peligro del fanatismo religioso
cuando se vuelve irracional, pero hay otro fanatismo del que no se habla mucho:
el laicismo radical. Y es que hay laicistas tan fundamentalistas e irracionales
como los fanáticos religiosos, y no están dispuestos a cuestionar sus
opiniones, ni su agresividad y desprecio hacia los que profesan públicamente su
fe.
En varias situaciones en
que líderes religiosos se pronuncian sobre temas éticos, sociales y políticos,
o cuando personas que confiesan abiertamente su fe, aspiran a un cargo
político, aparecen declaraciones de tono agresivo e intolerante, en nombre de
la defensa de la laicidad, velando porque la religión no interfiera en asuntos
públicos.
Exigen a las personas que
se identifican con alguna religión, que solo hablen dentro de sus iglesias
acerca de sus posturas y opiniones sobre los más diversos temas. Lo grave es
que aquí se confunde laicidad con exclusión social de la religión y
privatización total de lo religioso. Sueñan con una especie de recorte de la
libertad religiosa, que es un derecho que el Estado también debe proteger. ¿O
acaso las personas que profesan una religión son ciudadanos de segunda
categoría? ¿Tienen menos derechos?
Bajo cierto laicismo
radical, tiene derecho a manifestarse públicamente cualquier persona sin
importar cuál sea su ideología, salvo que tenga la “desgracia social” de
pertenecer a una comunidad religiosa.
En ese caso debería
abstenerse por poner en peligro la pureza laica del espacio público. Y aunque
los argumentos que utilicen personas identificadas con alguna creencia religiosa,
sean antropológicos y científicos, filosóficos y éticos, por el solo hecho de
ser obispos, pastores, gurús, pae o mae de santo, los que hablen, serán
tachados de querer imponer su opinión “dogmática” en la sociedad y de
contaminar el ambiente con ideas perjudiciales para la ciudadanía.
Quienes califican
despectivamente a las religiones de “dogmáticas” para que no “contaminen” el
espacio público con sus “dogmas”, desconocen lo que son los dogmas religiosos,
que en su mayoría no tienen que ver con temas éticos o políticos, sino con
cuestiones que en nada afectan a los no creyentes.
Discutir si Jesucristo es
Dios o no, si resucitó o no, si nació de una virgen, si reencarnamos o
resucitamos, no es algo que afecte demasiado a los no creyentes ni a las
decisiones políticas. En cambio, en temas éticos y sociales hay posturas claras
y fundamentadas, como las de cualquier ideología, pero no existen dogmas al
respecto.
Los fundamentos de
personas religiosas, sean cristianos o afroumbandistas, budistas, musulmanes o judíos,
sobre temas éticos, políticos, educativos y sociales, no son dogmas religiosos,
sino que parten de una visión antropológica. Esta realidad es ignorada y en
forma fóbica y fundamentalista se manda callar a quien intente manifestar
públicamente sus ideas, si es el caso de alguien que haya caído en el “error”
de pertenecer a una religión. Y si es una postura en disenso con ideas
dominantes o políticamente correctas, peor.
¿Es más objetivo un ateo
que un religioso?
Por otra parte, sería
interesante hacer una lista de los dogmas positivistas y materialistas,
secularistas y cientificistas, que terminan siendo postulados metafísicos
impuestos en nombre de una pretendida objetividad que no tienen. Como si
las personas que se declaran ateas o agnósticas no tuvieran puntos de vista
subjetivos e ideológicos. Cualquier persona, sin importar el lugar que ocupe en
la sociedad tiene un modo de ver el mundo, el ser humano y la vida. Es una
ingenuidad epistemológica creer que alguien sea una especie de mente neutra desideologizada,
por no profesar una religión.
Lo importante es ser
intelectualmente honesto y que todos tengan derecho a hacer conocer su visión
de las cosas y a defender sus ideas en igualdad de condiciones. Lamentablemente
el prejuicio decimonónico de que la religión es una alienación y que los
creyentes son personas subnormales, todavía sigue ganando adeptos en nuestra
sociedad.
¿Cristianofobia?
La intolerancia hacia la
religión, particularmente hacia el cristianismo, comienza por crear un “chivo
expiatorio”, con leyendas negras que la culpan de todos los males de la
historia. El segundo paso es la discriminación legitimada y normalizada hacia
una religión específica y finalmente se vuelve naturalizado el odio y la
exclusión social.
Hay programas televisivos
donde el sacerdote, el pastor, la monja o la familia cristiana, son el blanco
de todas las burlas, insultos y ridiculizaciones posibles. Si eso pasara con
otros colectivos, ya existirían campañas aplastantes de defensa contra toda
forma de discriminación e incitación al odio. Pero en este caso, no es así. El
anticristianismo parece ser un prejuicio políticamente correcto, del que nadie
se escandaliza.
Crecer en diálogo y
comprensión del otro
Nuestra sociedad se ha
convertido en un lugar de convivencia intercultural. Todo encuentro potencia el
enriquecimiento mutuo y la revisión de los propios modos de ver e interpretar
la realidad. El diálogo se convierte en tarea ineludible del ciudadano.
Reconocer al otro, al diferente, exige no confundir la igualdad con la
homogeneización de todos. El énfasis en la igualdad, que no respete la
diferencia, se vuelve cómplice de una lógica de exclusión. El peligro de
ciertas fiebres igualitaristas es confundir igualdad con anulación de lo
diferente. Que tengamos igualdad de derechos no significa que tengamos que ser
iguales ni pensar igual.
Crecer en una cultura de
la comprensión y el respeto, del diálogo y la apertura a la diversidad cultural
y religiosa, requiere una toma de conciencia del peligro que encierran todos
los modos de intolerancia, discriminación y fanatismo. La incapacidad para ver
en el otro, en el diferente, un interlocutor con derecho a manifestar
públicamente su parecer sobre todos los asuntos que tengan que ver con el ser
humano y la sociedad en la que vivimos, es una ceguera de la que es preciso
salir para construir una sociedad más humana y más solidaria, más plural y
menos violenta. En este contexto se vuelve necesario un serio debate sobre la
laicidad y la libertad religiosa.
Fuente: Aleteia