Me conmueve pensar que Él me contempla, que cada
día se pasea por mi viña y le parece la más hermosa
Hoy Jesús me habla en parábolas. Se detiene
a explicarme la parábola de la viña. Esta parábola es muy importante en el
evangelio porque Jesús haba de sí mismo. Ya sabe quién es. Es el Hijo. Jesús
mira las viñas de su tierra. Para esos hombres la viña formaba parte de su
vida, de su paisaje y de su rutina.
Me gusta ver
cómo el viñador cuida su viña: Había un propietario que plantó una viña,
la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la
arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Está enamorado
de su viña.
En la primera
lectura Isaías muestra el amor por la viña. Me ha conmovido: Voy a
cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Dios cada
mañana compone un canto de amor a su viña, a su tierra, a sus hijos. Y yo,
quiero en su nombre, en nombre de mi amigo, cantar un canto a la vida que Él me
ha dado.
Me conmueve
pensar que Él me contempla, que cada día se pasea por mi viña y le parece la
más hermosa. Me cuida y cava, planta y poda, sueña con su viña. Mi
amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó
buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar.
Conmigo hace
lo mismo. Es el amor en el corazón del que cuida la viña. El amor del dueño de
la viña. No es el dueño alejado que sólo quiere las ganancias. Es el viñador
que trabaja la tierra con infinito amor, soñando al plantar lo que va a ser
cada uno.
Y yo, quiero
en su nombre cantar un canto de amor a su viña. Quiero como hombre, como
sacerdote, dedicarme a alabarlo por la vida que me ha dado. Quiero agradecer
por la historia que me ha regalado. Quiero ser capaz de cantar en su nombre
ante cada hombre un canto de amor por la viña de su alma. Por lo que hay en él
de único.
¡Cuántas
veces no lo hago, ni con mi viña, ni con la de los demás! Callo. Guardo
silencio. No alabo. No doy gracias. Por eso hoy me detengo y pienso: ¿A qué
viña quiero hoy, en nombre de mi amigo, hacer un canto de amor? ¿Me
creo que Dios canta por mi vida, por mi viña? Dios canta por mí. Y yo doy
gracias por Él.
Miro mi viña.
¿Qué viña? ¿Es el reino de Dios en mi corazón? ¿Es la viña mi alma necesitada
de amor y cuidado? ¿Es la viña ese mundo que Dios pone a mis pies para que yo
lo cuide, abone y trabaje? Tengo ante mí muchas viñas por cuidar.
Pero me llama
la atención el amor del viñador. El amor de Dios. Ese amor que implica en
primer lugar rodear con una cerca el bien precioso que uno posee. Esa actitud
me conmueve. Con la cerca protejo lo que deseo y poseo. Lo que me ha sido
confiado y temo perder.
¿Cuál es mi
viña más preciosa? Pienso desde dentro hacia fuera. Desde mi alma al mundo. La
primera viña que tengo que cuidar es la de mi alma. Mi mundo interior. Mis
sueños ocultos bajo la piel. Mi pobreza y mi riqueza tan hondas.
Rodeo con una
cerca mi viña interior para que no me hagan daño. La excavo buscando la hondura
que sé que tengo. Cavo un lagar donde surja la vida desde la muerte. Construyo
una atalaya para vigilar los peligros. En la viña de mi corazón Dios me ama y
protege. Y yo trabajo con Él, a su lado.
Así describe
el P. Kentenich al hombre unido a Dios en su alma: El hombre penetrado de alma, penetrado de
espíritu, todo lo hace en unión con Dios: el formalismo exterior queda roto,
destrozado. Lo que hacemos tiene formas, pero no formas esclavizantes. Todo lo
que hacemos, sucede a partir de la interna biunidad con Dios y debe constituir
el cultivo de una comunión más profunda [4].
Un alma llena
de Dios es un alma coherente. En ella habita Dios. Por mi alma Dios pasea.
Comenta el Papa Francisco en Fátima: Llevados de la mano de la Virgen Madre y
ante su mirada, podemos cantar con alegría las misericordias del Señor. Podemos
decir: Mi alma te canta, oh Señor.
Mi alma llena
de Dios le canta a Dios por las maravillas que hace en mí. Miro a María
alabando a Dios en el Magníficat. Así alabo yo a Dios. El poder del amor de
Dios transforma mi alma. Me hace dócil. Me hace niño.
Protejo mi
viña con una cerca para que nadie la pisotee. Me da miedo que me humillen y
hieran. Guardo mi corazón frágil, entero, hondo. Lo protejo. No quiero que mi
corazón sea herido por los hombres. Lo defiendo a veces con miedo. O lo escondo
con egoísmo. Dios me cuida, pone una cerca, me ama.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia