La confesión es un acto muy
hermoso y muy benéfico. Entender que todos fallamos, pero que tenemos un camino
de redención, es maravilloso
El psicólogo Rafael Santandreu (Barcelona, 1969) se
ha convertido en un fenómeno editorial con sus libros de autoayuda como “El
arte de No amargarse la vida”, “Las gafas de la felicidad” o “Ser feliz en
Alaska”. Pese a creer solo en su “cerebro espiritual”, reconoce abiertamente
que sus recomendaciones para la felicidad beben del Evangelio y que la
secularización ha sido un buen negocio para los psicólogos.
– Afirma usted que la religión es
beneficiosa a nivel psicológico.
Las
religiones en general tienen un conjunto de conceptos, de creencias, de ideas,
que son muy benéficas para la salud mental. Te podría nombrar un montón. Por
ejemplo, la aceptación incondicional de los demás o de uno mismo. Porque de
nada sirve castigarse, sino que hay que aceptarse y buscar un cambio o una
transformación.
También es importante un gran sistema de
valores como el que ofrecen las religiones donde el amor hacia la vida y hacia
los demás son los factores fundamentales de la felicidad. Lo que le da la felicidad al hombre es
amar por encima de otros valores como la inteligencia, la eficacia, la belleza.
– Eso me suena al Evangelio…
Es que desde
el punto de vista de la psicología cognitiva, que es la que yo practico,
tenemos las pruebas de que esa manera de estar en el mundo es benéfica, es
saludable, es “salvífica” (diría la religión). Es la manera de ser más feliz
que existe. Y lo comprobamos porque nosotros hacemos intervenciones que están
basadas en muchos de estos principios.
Yo me inspiro muchísimo en la tradición
cristiana y católica. Tenemos 20 siglos que son una maravilla, con ejercicios
espirituales y con disciplinas de desarrollo personal que no solo pueden
servirle a católicos, sino también al resto de las personas. Muchas veces la búsqueda de una salud
mental luego te lleva hacia una vía espiritual. Eso pasa muchísimo en
psicoterapia.
– O sea, que le ha venido bien que la gente
deje de ir a la iglesia
Sí. Lo voy a
decir así pero que se entienda bien. Que el mundo esté tan loco, que haya tanta
presión tanta autoexigencia, al psicólogo le va bien porque tiene más trabajo,
pero ojalá no fuese así. Ojalá viviésemos en un mundo donde todos fuéramos más
felices y yo me pudiera dedicar a otra cosa.
– ¿Necesita entonces nuestra sociedad un
poco más de espiritualidad?
Me gusta
decir que una sociedad, cuanto más opulenta es, más necesita de educación en
valores porque es como un Ferrari que tiene un gran motor y puede ir muy
deprisa, pero entonces necesita todavía mejores frenos y mejor volante.
Cuantas más
oportunidades tiene una sociedad, más necesita tener un control sobre todo eso
y estar muy bien amueblada mentalmente. Lo que vemos es que sucede lo
contrario: se prima la educación en tecnologías, pero se está dejando de lado
la educación en valores cuando más la necesitamos.
– Habla usted en sus libros de que nuestra
sociedad está enferma de “necesititits”. Es su forma de recomendar la pobreza
evangélica de toda la vida…
Cito muchas
veces a San Francisco de Asís a este particular. Al final de su vida dicen que
San Francisco de Asís afirmó: “cada vez necesito menos cosas y las pocas que
necesito, cada vez las necesito menos”. Yo estoy seguro de que era un tipo muy
fuerte y muy feliz porque ahí realmente está una de las claves de la felicidad.
No necesitar, pero cuidado ni cosas materiales ni cosas inmateriales.
Por ejemplo,
es absurdo necesitar que te respete todo el mundo todo el tiempo. En primer
lugar porque eso no va a pasar y en segundo lugar porque ¡tampoco es tan
importante hombre! Eso no da la felicidad. Si por un milagro sucediese eso de que todo
el mundo te respetase todo el tiempo, tampoco serías una persona más feliz.
Tendrías eso que sería curioso, no estaría mal pero no es la fuente de la
felicidad.
La fuente de
la felicidad, por ejemplo, es no quejarse; amar lo que te rodea y tus
oportunidades. Y el amor hacia el entero mundo y el amor
hacia los demás. Eso sí da la felicidad. Todas las demás
necesidades que nos hemos creado hay que dejar de entenderlas como necesidades
y entenderlas como metas, como ejercicios que llevamos a cabo en nuestra vida,
pero no son esenciales.
Es importante
cambiar la escala de valores. Con esto no quiero decir que no tengas metas, que
quieras ser actor, o que quiera ser médico o que quieras tener pareja o que
quieras vivir en la montaña, me parece muy bien pero no es lo esencial eso para
la felicidad ni para la vida. Por lo tanto no lo endioses, no crees, como diría
el cristianismo, becerros de oro. En todo caso son becerros de barro y de muy
poco valor comparado al oro que es nuestra capacidad de amar a los demás.
– Le falla a usted una pieza en su puzzle:
el pecado. ¿Qué hay de la incapacidad de hacer “el bien que quiero” y la
tendencia a hacer “el mal que no quiero”?
Nosotros
entendemos que cuando obramos mal es fruto de la confusión o de la locura, pero
no de una semilla real que alberguemos en nuestro interior. Si tú vas a una
guardería y entras en una clase de niños de cuatro años, verás que son
criaturas maravillosas que lo único que quieren es ser felices y hacer felices
a los demás. Eso es como somos en realidad los seres humanos.
Que en el
proceso en el que nos hacemos adultos nos confundimos mucho incluso hasta nos
volvemos locos es cuando hacemos el mal cuyo principal perjudicado somos
nosotros mismos porque nos alejamos de la fuente de la felicidad. Así no
seremos nunca felices. Entonces si nosotros entendemos que eso es locura o
confusión, lo que tenemos que hacer es, con amabilidad y cariño, buscar el
camino de vuelta. Además es algo que nos puede pasar a todos.
– Perdone que le lleve la contraria, pero
como padre experimentado he de decirle que eso no es cierto. Los niños, desde
mucho más pequeños son egoístas, violentos, envidiosos…
Estoy de
acuerdo en que el ser humano tiene la semilla del bien o del mal y es cierto
que tenemos los dos modus operandi en nuestro ADN, pero te digo una cosa, el
que nos pone armónicos el que nos hace felices, el que nos encontraremos en
nuestra plenitud es el de la bondad y el amor y el otro nos hace infelices, nos
desarmoniza, nos pone mal en realidad.
Estamos haciendo un malísimo negocio cuando
hacemos las cosas mal, cuando no amamos, cuando no somos generosos, para con
nosotros en primer lugar,
pero tenemos una predisposición genética tanto para el bien como para el mal.
Es cierto eso.
– ¿Qué piensa del sacramento de la
confesión?
La confesión
es un acto muy hermoso y muy benéfico. Hoy en día existe por ejemplo una
técnica pseudopsicológica que se llama las constelaciones familiares que está
bastante de moda. Se trata de una herramienta psicológica en la que la gente se
perdona y perdona a los demás.
Entender que todos fallamos, pero que
tenemos un camino de redención, es maravilloso. La transformación personal es
un acto hermosísimo. El acto del sacramento católico de pedir
perdón, de lavar los pecados, es una cosa fantástica, maravillosa, que hace que
cada día sea un día nuevo si tú quieres ¿no? Que estrenes
día, que te estrenes como persona cada día es muy hermoso.
– En el verano se disparan los índices de
divorcios porque no estamos acostumbrados a convivir. ¿Alguna sugerencia?
Las personas
tienen que darse cuenta de que los seres humanos no duramos mucho tiempo sobre
la tierra. La vida pasa muy deprisa, dentro de nada estaremos muertos. Es una
maravillosa oportunidad vivir el verano, una época de más conexión con los
seres queridos. ¿Habrá momentos de incomodidad? Bueno, pero la comodidad no es
la felicidad, no es tan importante. Demos la bienvenida a la incomodidad y
aprendamos de ella.
Pueden surgir
roces, pero son oportunidades de aprender a relacionarnos de una manera más hermosa.
Te va a ayudar mucho recordarte que el tiempo pasa muy rápido y que estas
oportunidades desaparecen y debemos aprovecharlas al máximo.
Artículo de Antonio Moreno Ruiz publicado
originalmente en la web de la diócesis de Málaga
Fuente:
Aleteia