Discurso en el Simposio
sobre el desarme nuclear
Esta
mañana, el Papa ha hablado a los participantes en el simposio internacional
Perspectivas para un mundo libre de las armas nucleares y para el desarme
integral, promovido por el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano
Integral que se abre hoy en el Vaticano en el Aula Nueva del Sínodo y concluirá
mañana, sábado 11 de noviembre.
Discurso del Santo Padre
Queridos
amigos,
Saludo
cordialmente a cada uno de vosotros y expreso mi gratitud por vuestra presencia
y vuestra actividad al servicio del bien común. Agradezco al cardenal Turkson
las palabras de saludo y presentación.
Habéis
venido a este Simposio para abordar cuestiones cruciales, tanto en sí mismas
como a la luz de la complejidad de los desafíos políticos del escenario
internacional actual, caracterizado por un clima inestable de conflictividad.
Un obscuro pesimismo podría llevarnos a creer que “las perspectivas para un
mundo libre de armas nucleares y para un desarme completo”, como dice el título
de vuestro encuentro, parezcan cada vez más remotas.
Es
un hecho que la espiral de la carrera armamentista no se detiene y que los
costos de modernización y desarrollo de las armas, no solamente las nucleares,
representan un gasto considerable para las naciones, hasta el punto de dejar en
segundo plano las prioridades reales de la humanidad que sufre: la lucha contra
la pobreza, la promoción de la paz, la realización de proyectos educativos,
ecológicos y sanitarios y el desarrollo de los derechos humanos. [1]
Además,
no podemos por menos que sentir una aguda inquietud si consideramos las
catastróficas consecuencias humanitarias y ambientales derivadas de cualquier
empleo de las armas nucleares. Por lo tanto, considerando incluso el riesgo de
una detonación accidental de esas armas, debido a un error de cualquier tipo,
tenemos que condenar enérgicamente la amenaza de su uso, así como su posesión,
precisamente porque su existencia es funcional en una lógica del miedo que no
concierne solamente a las partes involucradas en el conflicto, sino a todo el
género humano.
Las
relaciones internacionales no pueden estar dominadas por la fuerza militar, la
intimidación mutua o la ostentación de los arsenales bélicos. Las armas de
destrucción masiva, en particular las atómicas, no generan nada más que una
engañosa sensación de seguridad y no pueden constituir la base de la
convivencia pacífica entre los miembros de la familia humana, que debe
inspirarse en una ética de la solidaridad [2]. Insustituible desde este punto
de vista es el testimonio de los hibakusha, es decir, las personas afectadas
por las explosiones de Hiroshima y Nagasaki, así como el de las otras víctimas
de los experimentos de armas nucleares: ¡Que su voz profética sea una
advertencia especialmente para las nuevas generaciones!
Además,
los armamentos que tienen como efecto la destrucción del género humano son
incluso ilógicos a nivel militar. Por otra parte, la verdadera ciencia está
siempre al servicio del hombre, mientras la sociedad contemporánea parece como
aturdida por las desviaciones de los proyectos concebidos en su seno y tal vez
en su origen por una buena causa. Baste pensar que hoy las tecnologías
nucleares se difunden incluso a través de comunicaciones telemáticas y que los
instrumentos de derecho internacional no han impedido que nuevos estados se
sumen al grupo de poseedores de armas atómicas. Son escenarios inquietantes si
se tienen en cuenta los desafíos de la geopolítica contemporánea como el
terrorismo o los conflictos asimétricos.
Y
sin embargo, un realismo saludable no deja de encender en nuestro mundo
desordenado las luces de la esperanza. Recientemente, por ejemplo, a través de
un voto histórico de la ONU, la mayoría de los miembros de la Comunidad
Internacional han dictaminado que las armas nucleares no solo son inmorales,
sino que también deben considerarse como un instrumento ilegítimo de guerra. Se
ha colmado así un vacío jurídico importante ya que las armas químicas, las
biológicas, las minas antipersona y las bombas de racimo son armas expresamente
prohibidas según las convenciones internacionales.
Aún
más significativo es el hecho de que estos resultados se deban principalmente a
una “iniciativa humanitaria” promovida por una alianza válida entre la sociedad
civil, los Estados, las organizaciones internacionales, las Iglesias, las
academias y los grupos de expertos. En este contexto se coloca también el
documento que vosotros, los galardonados con el Premio Nobel de la Paz, me
habéis entregado y por el que os expreso mi agradecimiento.
Precisamente
en este 2017 se celebra el 50° aniversario de la encíclica Populorum Progressio
de Pablo VI. La encíclica, explicando la visión cristiana de la persona,
resalta la noción de desarrollo humano integral y la propone como nuevo nombre
de la paz. En este documento memorable y actualísimo, el Papa brindaba la
fórmula sintética y feliz de que “el desarrollo no se reduce al simple
crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral, es decir,
promover a todos los hombres y a todo el hombre. “(n. ° 14).
Es
necesario, pues, en primer lugar rechazar la cultura del descarte y ocuparse de
las personas y de los pueblos que sufren las desigualdades más dolorosas, a
través de una labor que dé prioridad, con paciencia, a los procesos solidarios
en vez de al egoísmo de los intereses contingentes. Se trata, al mismo tiempo,
de integrar la dimensión individual y la social mediante el despliegue del
principio de subsidiariedad, favoreciendo la contribución de todos como
individuos y grupos. Por último, debemos promover lo humano en su unidad
inseparable de cuerpo y alma, de contemplación y acción.
Así
es como un progreso eficaz e inclusivo puede hacer posible la utopía de un
mundo libre de terribles instrumentos mortales, a pesar de las críticas de
aquellos que consideran que los procesos de desmantelamiento de los arsenales
son idealistas. Es siempre válido el magisterio de Juan XXIII, que indicaba con
claridad el objetivo de un desarme integral, cuando afirmaba: “Ni el cese en la
carrera de armamentos, ni la reducción de las armas, ni, lo que es fundamental,
el desarme general son posibles si este desarme no es absolutamente completo y
llega hasta las mismas conciencias; es decir, si no se esfuerzan todos por
colaborar cordial y sinceramente en eliminar de los corazones el temor y la
angustiosa perspectiva de la guerra. (Enc. Lett. Pacem in Terris, 11 de abril
de 1963, 61)
La
Iglesia no se cansa de ofrecer al mundo esta sabiduría y las obras que la misma
inspira, consciente de que el desarrollo integral es el camino del bien que la
familia humana está llamada a seguir. Os animo a continuar esta acción con
paciencia y constancia, confiados en que el Señor nos acompañará. Él bendiga a
cada uno de vosotros y la tarea que lleváis a cabo al servicio de la justicia y
la paz. Gracias.
[1]
Mensaje a la III Conferencia sobre el impacto humanitario de las armas
atómicas, 7 diciembre 2014.
[2]
Mensaje del Santo Padre Francisco a la Conferencia de la ONU para la
negociación de un instrumento jurídicamente vinculante sobre la prohibición de
las armas nucleares que conduzca a su eliminación total, 27 de marzo 2017.
©
Librería Editorial Vaticano
Rosa Die Alcolea
Fuente: Zenit