La familia numerosa es una escuela de solidaridad y
un beneficio para la sociedad. Es una escuela de vida que permite educar a los
hijos en virtudes y valores imprescindibles para crear una sociedad libre,
justa y honesta
La mayor parte de los modelos de conducta
se aprenden, sobre todo de los padres y las personas que rodean al niño. Para
conseguir que el niño desarrolle su competencia emocional será, por lo tanto,
imprescindible que los padres cuenten con la suficiente información como para
poder desarrollarla en sí mismos y hacer que los niños también la aprendan y
desarrollen.
Si los padres
son maduros e inteligentes emocionalmente y van aceptando progresivamente las
cualidades tan positivas que tiene su hijo, éste recibirá mensajes positivos
que le permitirán entender las consecuencias de sus conductas y por qué estas
son o no favorables. La educación emocional empezará, de hecho, desde el hogar.
Los niños se
irán formando en la madurez emocional a medida que los adultos les enseñen y
practiquen con ellos. Son aspectos claves en este camino el hecho de
manifestarles confianza, ser sinceros sobre lo que se les dice o evitar el
control excesivo, a la vez que saber ponernos en su lugar para saber cómo se
sienten, alentarles a decir lo que les gusta o desagrada y animarles a iniciar
conversaciones y juegos con otros niños.
Los padres deben tener siempre presente que
los niños aprenden poco a poco y que ellos son la principal fuente de
información; es allí donde radica la importancia de formar y educar
para poder adquirir una mejor madurez emocional; habilidades
que no sólo les servirán para desenvolverse en la escuela y tener amigos, sino
para toda la vida.
En este
contexto, es evidente que las familias con mayor número de hijos gozan de un
gran privilegio por la cantidad de estímulos afectivos, relacionales y
cognitivos que reciben cada día cada uno de sus miembros.
Ya desde el
primer año de vida y pasando los meses, los niños se van interesando en el
conocimiento de los seres que les rodean y organizan la vida. Lo mismo sucederá
en la dimensión lúdica que aparece desde los primeros meses y se potencia con el
pasar de los años. Los continuos estímulos en la continua convivencia dentro de
casa son un medio muy eficaz para el desarrollo de la dimensión social y
afectiva de los niños desde los primeros años.
Gestionar
emociones con hermanos de diversas edades, con diversos intereses y
personalidad. Una gran escuela de vida.
Son muchas las ocasiones en que suceden
también situaciones conflictivas entre hermanos. Relacionarse entre hermanos
enseña a los niños como son ellos mismos, como son los demás y cuáles son las
normas sociales que rigen estas interacciones.
La
socialización comienza precisamente cuando el niño empieza a relacionarse, es
decir, desde que nace. Empieza con las figuras de apego, continua con los
hermanos y se hace extensivo a más miembros de la familia y a instituciones
como la escuela según van pasando los años.
Los niños, en
la relación con los demás, van conociéndose a sí mismos, las normas sociales y
los valores morales, aunque al inicio lo hagan de manera instintiva sin
racionalizar todo lo que van viviendo.
La experiencia demuestra como valores como
la colaboración, la participación, la ayuda y el respeto, la solidaridad,
etcétera no se enseña con la teoría sino que se aprenden practicándolos en la
relación entre hermanos.
El niño que
convive en una familia numerosa tiene una relación entre iguales mucho más
amplia. Los niños aprenden a gestionar sus emociones en clave de “nosotros” y
no solo de “yo”. Aprenden a cuidar de sí mismos pero sin olvidar que también
existen los demás. Ciertamente estos beneficios no son solo un bien para
las familias interesadas sino para toda la sociedad y en consecuencia para la
cultura social.
El desarrollo de la
inteligencia emocional
En las
emociones hay distintos componentes que se mezclan y relacionan entre sí y que
hacen de ellas una de las grandes cualidades del ser humano. Las emociones
humanas se reflejan en las conductas y en diversos signos corporales que
reflejan los propios pensamientos y la emoción del momento.
Los niños, al igual que los adultos, ante
una emoción realizan gestos faciales, se mueven, dicen algo etc. Estas
expresiones son canales de comunicación dado que pueden verlas también los demás.
Si los niños van aprendiendo a distinguir e identificar estas emociones
poniéndoles un nombre, van ganando una gran capacidad relacional que es fruto
de la inteligencia emocional. La clave para reconocer las emociones reside
también en la destreza para interpretar el lenguaje corporal y esto se hace con
la experiencia.
En los
contextos de familias numerosas las ocasiones para que esto suceda son
infinitas. Que decir también de los signos corporales que acompañan cada
emoción. Desde la aceleración del ritmo cardiaco, la sudoración, los
movimientos del estómago, la tensión de los músculos etc. Aprender a
identificar estas emociones y a gestionarlas como algo que forma parte de la
vida es un gran beneficio que ayudara a los niños durante el resto de su
existencia.






