Una
joven de 22 años es la última incorporación a Iesu Communio, la congregación
religiosa más joven y numerosa de España
Poco
podían imaginar aquellos frailes franciscanos, primeros moradores del
monasterio de San Pedro Regalado, en la localidad burgalesa de La Aguilera,
que, tras muchas vicisitudes sufridas a través de estos siglos, aquel convento
vería resurgir en el siglo XXI la vida contemplativa en una nueva comunidad de
hermanas.
Ellas forman el Instituto religioso de derecho pontificio denominado
«Iesu Communio», aprobado por el Papa Benedicto XVI en diciembre de 2010. Y es
que arrancaba el nuevo siglo cuando las Clarisas de la localidad burgalesa de
Lerma crecían hasta llegar al centenar, lo que hizo necesario buscar una nueva
ubicación, que encontraron gracias a la cesión del monasterio realizada por los
Franciscanos.
Allí,
en La Aguilera, en plena Ribera del Duero, un muro de piedra limita el
perímetro del convento. Sin embargo, la puerta de entrada a sus instalaciones,
que no tiene la impronta propia de una comunidad de vida contemplativa, da
acceso a un amplio recinto sobre el que se levantan varias edificaciones: la
capilla, el locutorio, el edificio con las habitaciones...
En
un espléndido domingo de octubre, medio centenar de personas se ha desplazado
hasta La Aguilera para compartir una de las celebraciones de la «casa», como
las hermanas acostumbran a decir. Las 210 monjas que la integran van a recibir
a una nueva novicia, un acontecimiento que no es nuevo para ellas, como ocurre
en la mayoría de las congregaciones, en las que la falta de vocaciones las
aboca a un cierre inevitable. Pero no, en Iesu Communio la situación es bien
distinta. Desde su creación no han hecho más que crecer, hasta el punto de que
ya está en marcha su primera fundación con la apertura en Godella (Valencia) de
una sede fuera de Burgos, en un convento abandonado por las Hermanas Salesas.
De momento, se están adecuando las instalaciones para que entren 50 hermanas.
Hasta
que ese día llegue, La Aguilera sigue acogiendo novicias, alrededor de doce al
año, en su mayoría jóvenes que no superan los 30 años. Es el caso de Claudia,
una valenciana que, con sus 22 primaveras, ha decidido formar parte de Iesu
Communnio. Para ello, el locutorio acoge un sencillo acto, espontáneo y casi
improvisado, con el que se da la bienvenida a la postulante. Tampoco se trata
de un locutorio al uso, con torno o barrotes, sino de una especie de pequeño
salón de actos redondo en cuyo escenario están los dos centenares de hermanas,
sentadas en bancos dispuestos escalonadamente; enfrente, en la misma posición,
el medio centenar de personas que acompaña a Claudia, que ya está sentada junto
a sus compañeras y a la docena de novicias—naturales de Valencia, Madrid, País
Vasco, Andalucía, Italia...— fácilmente reconocibles porque no llevan el
pañuelo azul.
Claudia
aún viste de calle cuando, sentada en el locutorio, las hermanas comienzan a
cantar y a interpretar una de sus canciones: «Jesús todo lo llena. Ven y
verás». La joven valenciana está exultante, con una sonrisa que no se desdibuja
de su cara, aun cuando tiene que hacer frente a la tarea de explicar el porqué
ha tomado una decisión nada habitual en los tiempos que corren. «Amor» y
«Jesús» son sus palabras más repetidas, para concluir que «tenía que hacerlo;
lo necesitaba». La preceden su fe y su compromiso en diversas comunidades y
grupos católicos, aunque, según reconoció, en su familia la decisión no fue
demasiado bien acogida, lo que no significó un obstáculo para ella.
En
ese ambiente, donde la espiritualidad se mezcla con la espontaneidad y una
desbordante alegría, las hermanas de Iesu Communio son sometidas a una especie
de interrogatorio: «¿De qué vivís?, pregunta uno de los visitantes. «De nuestro
trabajo», contesta una religiosa —elaboran dulces, tarjetas de Navidad e,
incluso, libros y cedés— y del apoyo de muchas personas, reconoce, de las que
llegan donaciones gracias a las cuales ha sido posible construir, primero La
Aguilera y, ahora, Godella. «¿Cómo es vuestra jornada?», pregunta otro
invitado.
Comienza
a las seis y media de la mañana y, tras las oportunas oraciones, «cada una a su
labor». Después de comer hay tiempo libre antes de dedicar las tardes a recibir
a las personas que quieren tener algún tipo de retiro o convivencia. A partir
de las diez de la noche, toca descanso. «¿Cómo viven lo que ocurre en
Cataluña»?, interpelan. «No solemos ver la televisión, pero ahora sí,
puntualmente, para saber lo que ocurre», afirma una de las religiosas.
«Rezamos
mucho para que se solucione, es lo que hacemos», insiste. Interviene después
otra monja, es una de las mayores, «toda una institución», aseguran sus
compañeras, quienes escuchan embelesadas las palabras de la hermana Blanca, que
les transmite «la necesidad de amar, de caminar con Jesús y de perseverar». El
acto toca a su fin pero antes, la Comunidad ofrecerá a Claudia una canción: la
Salve Rociera que seis hermanas adornan con mantones mientras ejecutan un
pequeño baile.
Una
Eucaristía en la capilla aporta la solemnidad al acto de entrada de la novicia.
La Cruz preside el altar. A la derecha, una de las imágenes más veneradas, la
de la Virgen, a la que llaman «la bella pastora», con las manos sobre su pecho
y esperando para recibir a los hijos que se apoyan sobre su regazo, como así lo
hacen Claudia y tres hermanas que la acompañan. Cuando vuelve al locutorio, la
nueva novicia llega ya ataviada con su hábito vaquero y su cíngulo blanco. Es
la Aguilera, el territorio vaquero de Dios.
Una congregación creada
hace siete años y formada por universitarias
Llevan
siete años de andadura «oficial», desde que Benedicto XVI dio en diciembre de
2010 el visto bueno al decreto que aprobó la fundación de este instituto
religioso. Se trata de una congregación de «Derecho Pontificio», que pueden
fundar conventos en otras diócesis, dedicados a la vida contemplativa (oración
y penitencia) y de clausura, aunque, según sus Constituciones, no viven entre
rejas y hacen apostolado en su propio convento.
Las
186 monjas que comenzaron en La Aguilera son ya 210, en su mayoría jóvenes
universitarias y con una media de edad de 34 años, que aumenta por las 14
hermanas, procedentes de las Clarisas, que superan los 80. Su hábito es otra de
las características de esta comunidad de religiosas. Una sencilla túnica de
tela vaquera, con un cíngulo blanco en la cintura, sandalias para los pies y,
si refresca, un poncho de lana azul marino, las identifica. Nada que ver con la
tela, en algunos casos de franela, dura y oscura y con las aparatosas tocas que
habitualmente utilizaban las monjas de clausura.
MONTSE
SERRADOR
Fuente:
ABC