Al embalsamar sus cuerpos
se les extraían las vísceras... ¿dónde se conservan?
Por siglos se ha practicado una usanza bastante particular cuando moría un papa y era aquella de embalsamar los cuerpos extrayendo las vísceras de un modo muy parecido a la que se practicaba con los faraones egipcios.
Esta
costumbre comenzó con el papa Sixto V (1585-90) quien fue el de la iniciativa
de embalsamar los cuerpos de los papas, hasta León XIII (1878-1903), ya que
esta macabra tradición fue abolida por el papa Pio X (1903-1914) que en su
testamento dejó bien aclarado que no quería ser embalsamado.
En
diagonal a la famosa Fontana de Trevi, se encuentra una iglesia que pasa
bastante desapercibida por encontrarse cerca de la magnífica fuente. Hablamos
de la iglesia de los santos Vicente y Anastasio en Trevi.
Allí
se conservan los llamados “precordi” de los Papas, el corazón y los otros
órganos internos cercanos al corazón, que los antiguos consideraban sede de los
sentimientos y de los afectos. Se encuentran sellados en urnas de pórfido
y colocados detrás del altar en una capilla subterránea hecha construir por
Benedicto XIV.
La comprobación de la
muerte de un Papa
La
muerte de un papa se comprobaba mediante un rito que se realizó hasta casi los
años 40. El camarlengo (el cardenal que queda a cargo de la sede vacante hasta
que se elija un nuevo papa) golpeaba la frente del pontífice con un martillo de
plata llamándolo con el nombre de bautismo y preguntándole en latín: “¿Vivis?”
(¿estás vivo?) por tres veces.
Si
a la tercera vez no contestaba, el camarlengo se volvía a los presentes y
pronunciaba la frase: “Vere Papa mortuus est”, (el Papa murió de verdad). Este
rito se ejecutó hasta el año 1939 cuando el cardenal Eugenio Pacelli,
camarlengo de Pío XI, tomó el martillo de plata, se volvió hacia los presentes
y dijo: “¿Pero les parece el caso?” Y abandonó el gesto.
Estas
insólitas y poco conocidas usanzas a la muerte de un papa quedaron “por suerte”
olvidadas en el tiempo, como olvidadas quedaron las “tripas santas” de 23
papas en un lugar oscuro e inaccesible al público que ignorantes de tales
reliquias, se sientan a la puerta de la iglesia a tomar un descanso mientras
miran fascinados la fuente más conocida de Roma.
Iglesia de los santos Vicente y Anastasio en Trevi |
Maria Paola Daud
Fuente:
Aleteia