Esta mística italiana lo describió lo más parecido
a como lo entiende la doctrina de la Iglesia
Cada vez que pensamos en el purgatorio nos
imaginamos en un lugar envuelto en llamas, con tantas almas vagando sin
dirección. O quien leyó “La Divina Comedia”, se lo imagina una montaña
subdividida con los siete pecados capitales.
¿Pero cómo es el purgatorio?
Fueron muchos los santos que nos
han dejado por escrito sus evidencias sobre el purgatorio y Santa Catalina de
Génova fue una de ellas.
Catalina Fieschi nació en Génova
en una familia noble. Ya desde lo doce años deseaba fervorosamente ser
religiosa como su hermana, pero fue obligada por sus padres a casarse a los 16
años con un joven por conveniencias políticas.
Fue un matrimonio sin amor.
Catalina vivía sumida en tristeza por el carácter difícil de su esposo, quien
pasaba las noches inmerso en la vida mundana y los juegos de azar y ella misma
llegó a caer en ese tipo de vida.
Así pasó 10 años de su vida
hasta que un día su hermana le recomendó que soltara todo su pesar visitando a
un sacerdote para confesarse. Siguió los consejos de su hermana fue a una
Iglesia y al arrodillarse ante el sacerdote “recibió —como ella misma describe—
una herida en el corazón, de un inmenso amor de Dios”, con una visión tan clara
de sus miserias y de sus defectos y, al mismo tiempo, de la bondad de Dios, que
casi se desmayó.
Se le apareció en una visión a
Jesús sufriente, cargado con la cruz, y de esta experiencia nació la decisión
que orientó toda su vida, expresada en las palabras: “No más mundo, no más
pecados”.
Después de esta experiencia tan
viva con Jesús, la santa se dedicó a la caridad y purificación de su alma con
la oración y fuertes ayunos. Fue dotada por Dios de excepcionales gracias y es
contada entre las más grandes místicas.
De su experiencia personal de
purificación nació su brillante “Tratado
del Purgatorio” en el que describe al purgatorio no como un lugar
envuelto en llamas, no es un fuego exterior como tantos pintores renacentistas
lo han representado en sus cuadros, sino como un fuego interior.
Claramente lo explica Benedicto XVI en una
de sus célebres catequesis: “Partiendo
de su experiencia de profundo dolor por los pecados cometidos, frente al
infinito amor de Dios… Catalina siente improvisadamente la bondad de Dios, la
distancia infinita entre su propia vida y esa bondad, y un fuego abrasador en
su interior. Y este es el fuego que purifica, es el fuego interior del purgatorio…
El alma —dice Catalina— se presenta a Dios todavía atada a los deseos y a la
pena que derivan del pecado, y esto le impide gozar de la visión beatífica de
Dios. Catalina afirma que Dios es tan puro y santo que el alma con las manchas
del pecado no puede encontrarse en presencia de la divina majestad”.
Concretamente, para Catalina, al
purgatorio va el alma que carece ya de culpa, pero que todavía no ha eliminado
totalmente las huellas dejadas por el pecado. El purgatorio es más bien un
“purificatorio”, no podemos llegar a Dios con ninguna “mancha” y el fuego del
amor de Dios es lo que precisamente va limpiando en el alma toda mancha de
pecado.
María Paola Daud
Fuente:
Aleteia