No a la “pereza de no
pedir nada a la vida”
“¿Sabemos
todavía mirar al cielo? ¿sabemos soñar, desear a Dios, esperamos su
novedad …?” ha preguntado el Papa Francisco para la Epifanía, celebrada
el 6 de enero de 2018 en el Vaticano. Presidiendo la Misa de 10 h en la
Basílica de San Pedro, ha subrayado: “Los Reyes Magos no se conformaron con ir
tirando, con vivir al día”. Y el Papa advirtió contra “el miedo a
involucrarnos, la satisfacción de sentirse ya al final, la pereza de no pedir
ya nada a la vida”.
Homilía del Papa Francisco
Son
tres los gestos de los Magos que guían nuestro viaje al encuentro del Señor,
que hoy se nos manifiesta como luz y salvación para todos los pueblos. Los
Reyes Magos ven la estrella, caminan y ofrecen presentes.
Ver
la estrella. Es el punto de partida. Pero podríamos preguntarnos, ¿por qué sólo
vieron la estrella los Magos? Tal vez porque eran pocas las personas que
alzaron la vista al cielo. Con frecuencia en la vida nos contentamos con mirar
al suelo: nos basta la salud, algo de dinero y un poco de diversión. Y me pregunto:
¿Sabemos todavía levantar la vista al cielo? ¿Sabemos soñar, desear a Dios,
esperar su novedad, o nos dejamos llevar por la vida como una rama seca al
viento? Los Reyes Magos no se conformaron con ir tirando, con vivir al día.
Entendieron que, para vivir realmente, se necesita una meta alta y por eso hay
que mirar hacia arriba.
Y
podríamos preguntarnos todavía, ¿por qué, de entre los que miraban al cielo,
muchos no siguieron esa estrella, «su estrella» (Mt 2, 2)? Quizás porque no era
una estrella llamativa, que brillaba más que otras. El Evangelio dice que era
una estrella que los Magos vieron «salir» (vv. 2.9). La estrella de Jesús no
ciega, no aturde, sino que invita suavemente. Podemos preguntarnos qué estrella
seguimos en la vida.
Hay
estrellas deslumbrantes, que despiertan emociones fuertes, pero que no orientan
en el camino. Esto es lo que sucede con el éxito, el dinero, la carrera, los
honores, los placeres buscados como finalidad en la vida. Son meteoritos:
brillan un momento, pero pronto se estrellan y su brillo se desvanece. Son
estrellas fugaces que, en vez de orientar, despistan. En cambio, la estrella
del Señor no siempre es deslumbrante, pero está siempre presente: te lleva de
la mano en la vida, te acompaña. No promete recompensas materiales, pero
garantiza la paz y da, como a los Magos, una «inmensa alegría» (Mt 2, 10). Nos
pide, sin embargo, que caminemos.
Caminar,
la segunda acción de los Magos, es esencial para encontrar a Jesús. Su
estrella, de hecho, requiere la decisión de ponerse en camino, el esfuerzo
diario de la marcha; pide que nos liberemos del peso inútil y de la fastuosidad
gravosa, que son un estorbo, y que aceptemos los imprevistos que no aparecen en
el mapa de una vida tranquila. Jesús se deja encontrar por quien lo busca, pero
para buscarlo hay que moverse, salir. No esperar; arriesgar. No quedarse
quieto; avanzar. Jesús es exigente: a quien lo busca, le propone que deje el
sillón de las comodidades mundanas y el calor agradable de sus estufas. Seguir
a Jesús no es como un protocolo de cortesía que hay que respetar, sino un éxodo
que hay que vivir. Dios, que liberó a su pueblo a través de la travesía del
éxodo y llamó a nuevos pueblos para que siguieran su estrella, da la libertad y
distribuye la alegría siempre y sólo en el camino. En otras palabras, para
encontrar a Jesús debemos dejar el miedo a involucrarnos, la satisfacción de
sentirse ya al final, la pereza de no pedir ya nada a la vida. Tenemos que
arriesgarnos, para encontrarnos sencillamente con un Niño. Pero vale inmensamente
la pena, porque encontrando a ese Niño, descubriendo su ternura y su amor, nos
encontramos a nosotros mismos.
Ponerse
en camino no es fácil. El Evangelio nos lo muestra a través de diversos
personajes. Está Herodes, turbado por el temor de que el nacimiento de un rey
amenace su poder. Por eso organiza reuniones y envía a otros a que se informen;
pero él no se mueve, está encerrado en su palacio. Incluso «toda Jerusalén» (v.
3) tiene miedo: miedo a la novedad de Dios. Prefiere que todo permanezca como
antes y nadie tiene el valor de ir. La tentación de los sacerdotes y de los
escribas es más sutil. Ellos conocen el lugar exacto y se lo indican a Herodes,
citando también la antigua profecía. Lo saben, pero no dan un paso hacia Belén.
Puede ser la tentación de los que creen desde hace mucho tiempo: se discute de
la fe, como de algo que ya se sabe, pero no se arriesga personalmente por el
Señor. Se habla, pero no se reza; hay queja, pero no se hace el bien. Los
Magos, sin embargo, hablan poco y caminan mucho. Aunque desconocen las verdades
de la fe, están ansiosos y en camino, como lo demuestran los verbos del
Evangelio: «Venimos a adorarlo» (v. 2), «se pusieron en camino; entrando,
cayeron de rodillas; volvieron» (cf. vv. 9.11.12): siempre en movimiento.
Ofrecer.
Cuando los Magos llegan al lugar donde está Jesús, después del largo viaje,
hacen como él: dan. Jesús está allí para ofrecer la vida, ellos ofrecen sus
valiosos bienes: oro, incienso y mirra. El Evangelio se realiza cuando el
camino de la vida se convierte en don. Dar gratuitamente, por el Señor, sin
esperar nada a cambio: esta es la señal segura de que se ha encontrado a Jesús,
que dice: «Gratis habéis recibido, dad gratis» (Mt 10, 8). Hacer el bien sin
cálculos, incluso cuando nadie nos lo pide, incluso cuando no ganamos nada con
ello, incluso cuando no nos gusta. Dios quiere esto. Él, que se ha hecho
pequeño por nosotros, nos pide que ofrezcamos algo para sus hermanos más
pequeños. ¿Quiénes son? Son precisamente aquellos que no tienen nada para dar a
cambio, como el necesitado, el que pasa hambre, el forastero, el que está en la
cárcel, el pobre (cf. Mt 25, 31-46). Ofrecer un don grato a Jesús es cuidar a
un enfermo, dedicarle tiempo a una persona difícil, ayudar a alguien que no nos
resulta interesante, ofrecer el perdón a quien nos ha ofendido. Son dones
gratuitos, no pueden faltar en la vida cristiana. De lo contrario, nos recuerda
Jesús, si amamos a los que nos aman, hacemos como los paganos (cf. Mt 5, 46-47).
Miremos nuestras manos, a menudo vacías de amor, y tratemos de pensar hoy en un
don gratuito, sin nada a cambio, que podamos ofrecer. Será agradable al Señor.
Y pidámosle a él: «Señor, haz que descubra de nuevo la alegría de dar».
Queridos
hermanos y hermanas, hagamos como los Magos, miremos hacia arriba; caminemos;
ofrezcamos dones gratuitos.
©
Librería editorial del Vaticano
Fuente: Zenit






