Lo que pasa es que nos estamos acostumbrando a encajar a Dios en nuestras vidas en vez de amoldar nuestras vidas a la voluntad de Dios
«Mejor
vamos a la otra parroquia, que en Misa de una el cura se enrolla menos… y así
llegamos bien a comer a casa de…». O sea, que diez o 15 minutos, en el peor de
los casos, son un criterio apropiado para tomar decisiones.
Veamos:
si el médico te atiende en cinco minutos en lugar de dedicarte, como tú
esperas, «un buen rato», dices que no hay derecho y que así cómo se van a hacer
bien las cosas; si el funcionario que te recibe cuando te han puesto una multa
o cuando sientes que no se protegen lo que tú consideras tus derechos, no te
dedica «un buen rato», dices que no hay manera…
Pero,
eso sí, la Misa que sea corta. Por eso llegas ajustado de tiempo y, mirando el
reloj, te sales antes de que termine. La Misa no da para «un buen rato», ¿no?
En
cambio, cuando estás de sobremesa, en conversación agradable, sientes como si
no pasara el tiempo o, cuando quieres disfrutar de un paseo por el parque,
mejor sin prisas –ni qué decir tiene el teléfono y los novios en modo «cuelga
tú»–.
Conclusión:
la Misa es un escollo que superar. Sobre todo, cuando venimos de una Navidad
que ha pillado en fin de semana y nos ha hecho ir a Misa sábados y domingos, y
algunos viernes –si íbamos la víspera– y lunes también. ¡Joer con los curas!
Tal
es la presión que se está perdiendo el sentido de lo importante: homilías
cortitas –muy distinto de homilías breves, que son otra cosa–; si es posible,
pocos cantos; muchos ministros extraordinarios de la comunión para que vaya
rapidito; poca oración personal poscomunión… es decir, poco disfrutar de Dios.
Los curas no se merecen eso. Dios no se merece eso. Pensad en lo que os ocurre
en casa cuando, ante una cuestión relevante, vuestro marido, mujer, hijo o
padre os dice: «Versión corta, que tengo mucho que hacer…».
La
Misa es importante para Dios, aunque uno considere que no lo es para él; la
Misa es urgente para la gracia y para la salvación. Lo que pasa es que nos
estamos acostumbrando a encajar a Dios en nuestras vidas en vez de
amoldar nuestras vidas a la voluntad de Dios. Y así nos luce el pelo.
Las
prisas, como decía Juncal, para los ladrones y para los toreros malos.
Jaime
Noguera
Diácono permanente
Diácono permanente
Fuente:
Alfa y Omega