Artículo de Fernando Rodríguez-Bolardo (Aceprensa)
El
capítulo del informe sobre la juventud española dedicado a la
familia muestra que, a pesar de que su aprecio por parte de los jóvenes
permanece o incluso aumenta, está cambiando la valoración de algunos rasgos
tradicionalmente asociados a esta institución.
Si
hubiera que quedarse con un titular para resumir este capítulo, podría decirse
que la familia es el factor de la vida más valorado por los jóvenes españoles.
Ocho de cada diez encuestados la consideran “muy importante”, una proporción
que solo iguala la salud. Por debajo quedan los amigos, el trabajo, el tiempo
libre o la pareja. Además, esta elevada consideración no muestra apenas
diferencias por sexo, edad, o nivel de estudios, y solo se percibe una leve
influencia del estrato socioeconómico y la religiosidad: los más adinerados y
los agnósticos muestran un poco menos de entusiasmo.
Pasando
de la valoración general a un análisis un poco más concreto, el informe muestra
que la familia es la respuesta más citada por los jóvenes cuando se les
pregunta por los ámbitos “donde se hablan las cosas importantes”. Así lo
señalan seis de cada diez encuestados, diez puntos porcentuales más que en
2005. Aunque en valores más bajos, también ha aumentado la consideración de la
enseñanza, los libros e Internet como referentes para el desarrollo de la
propia personalidad.
Aunque,
como se señalaba más arriba, el aprecio general de la familia es tan alto en
chicas como en chicos, ellas valoran más que ellos el rasgo concreto de las
conversaciones importantes en el seno de la familia.
Las fronteras se
debilitan, aunque no todo es igual
En
la encuesta para el informe de 2010, se preguntaba a los jóvenes qué tipo de
estructuras de convivencia les parecían “familias” y cuáles no. Aunque todas
las propuestas suscitan una aprobación mayoritaria, existen diferencias.
Por
ejemplo, nueve de cada diez califican así a los hogares formados por un
matrimonio, con o sin hijos. En cambio, las parejas de gais o lesbianas son
entendidas como familia por siete de cada diez encuestados. La diferencia no
parece tener que ver con el hecho de tener hijos sino más bien con la
“familiaridad” de la propia pareja, pues ni en un caso ni en otro el factor de
la prole hace variar apenas los porcentajes de aprobación.
Por
otro lado, la convergencia en la valoración del matrimonio y las parejas de
hecho parece una realidad. Ya en 2010, estas últimas eran consideradas familias
en porcentajes casi idénticos a los de las parejas casadas (los hogares
formados por madres o padres solteros están un poco por debajo, aunque se
acercan a los otros modelos).
Expectativas
Otro
dato son las preferencias de los jóvenes sobre su propio futuro, un indicador
más significativo, ya que aquí no solo se trata de dar o no la aprobación, en
general, a un formato de relación, sino de “mojarse” personalmente. Pues bien,
entre los que contestan (un 30% dice que no sabe qué hará), la opción más
citada sigue siendo la de casarse (un 40%, de los que la gran mayoría
cohabitaría antes), seguida de la convivencia sin matrimonio (20%). El restante
10% se distribuye entre quienes optarían por “parejas abiertas”, “parejas sin
convivencia” o directamente por la soltería.
Como
se puede ver en el gráfico, se han producidos dos grandes cambios desde 2005
(aparte del aumento de los indecisos): la bajada en la expectativa del
matrimonio ha corrido pareja a un aumento de la de la cohabitación.
Las
mujeres encuestadas se inclinan más por el matrimonio que los hombres, aunque
no porque el atractivo de las parejas de hecho sea menor para ellas (de hecho,
es ligeramente superior), sino porque hay menos indecisas. Algo parecido pasa
cuando se observa el factor “nivel de estudios”: tanto el porcentaje de los que
se casarían como el de los que cohabitarían son más altos entre los
universitarios: simplemente hay muchos menos que declaran no saber qué harán en
el futuro. Así pues, a juzgar por esta encuesta, en España no se observa la
relación positiva que sí se da en otros países entre titulación superior y
matrimonio.
Cultura de la
provisionalidad
Resulta
interesante analizar las razones que dan los encuestados a la pregunta de por
qué vivirían en pareja sin casarse. Actualmente, la más repetida es “quiero
probar primero cómo es la convivencia diaria”. Después vienen dos motivos de
naturaleza más conceptual, que expresan una visión negativa del matrimonio: “no
necesitamos que el Estado certifique nuestra relación” y “el matrimonio es pura
apariencia social”. A continuación siguen intercalándose argumentos prácticos
(“no estoy seguro de querer comprometerme tanto con la otra persona” o “”no
tenemos dinero para pagar la boda”) y teóricos (“casarse supone una pérdida de
libertad e independencia”).
En
los últimos diez años, se observa un aumento de las razones centradas en los
aspectos prácticos, y especialmente aquellos que rechazan el casarse basándose
en lo que podría llamarse una “cultura de la provisionalidad” en las relaciones
de pareja: las dos razones que más crecen son las de “quiero probar primero
cómo es la convivencia diaria” y “no quiero comprometerme tanto con la otra
persona”. En cambio, las que critican el matrimonio como institución (“no hay
necesidad de que el Estado certifique una relación” y “casarse es una pura formalidad”),
que en 2005 sostenía uno de cada tres encuestados, ahora solo las defiende un
cuarto y un quinto de los jóvenes respectivamente.
La vida familiar, valorada
pero problemática
El
último apartado del capítulo se centra en aspectos más cotidianos de la vida en
el hogar. Por ejemplo, de qué discuten los encuestados con sus padres. A pesar
de que la valoración general de la familia es muy alta, y ha aumentado en los
últimos años, los jóvenes dicen discutir más que los de generaciones
anteriores.
Desde
2005, el porcentaje de los que afirman discutir ha crecido para la mayoría de
los temas propuestos, especialmente la colaboración en el trabajo doméstico,
los estudios y el dinero (también, aunque en menor grado, por los amigos). En
cambio, es significativo el descenso en la frecuencia de otras disputas, como
la hora de llegada por la noche o la posibilidad de pasar la noche fuera, lo
que cuadra con lo señalado en la primera entrega de la serie sobre el menor atractivo del ocio nocturno para la actual
generación de jóvenes. Las discusiones por política y religión también bajan
por primera vez, después de una tendencia ascendente desde mediados de los
noventa.
Las
disputas son más frecuentes entre los de menos edad (15 a 17 años) y entre los
chicos, sobre todo en lo relacionado con los estudios y el abuso de alcohol.
Solo las discusiones por hábitos alimenticios son más citadas por las chicas,
aunque con poca diferencia.
Fuente:
Zenit