18.3.18

CASTIDAD, DEFENSA DEL AMOR CONTRA EL EGOÍSMO

Ser casto es lograr que toda nuestra persona: inteligencia, voluntad, afectos y cuerpo estén dominados por nosotros mismos 

Hoy en día está devaluada la palabra castidad. Muchos piensan en ella como sinónimo de represión sexual, pero es por simple desconocimiento de su significado y de su inmenso valor en la vida humana.

LA VIRTUD DE LA CASTIDAD

El Papa Juan Pablo II, en su exhortación apostólica “Familiaris Consortio” nos habla acerca de la castidad:

Según la visión cristiana, la castidad no significa absolutamente rechazo ni menosprecio de la sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena. (FC 33).

¡Qué diferente es el concepto real de la castidad a la idea que generalmente tenemos acerca de ella! Ser casto es vivir el amor sin egoísmo.

También, el Catecismo de la Iglesia Católica, nos dice acerca de la castidad:

La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual.(CIC 2337).
Ser casto o casta, es lograr que toda nuestra persona: inteligencia, voluntad, afectos y cuerpo estén dominados por nosotros mismos, como el director de una banda municipal controla desde el centro de la misma, a todos y cada uno de los instrumentos que han de generar una hermosa melodía. En el caso de la persona humana, hombre o mujer, es integrar su sexualidad, femenina o masculina, ser dueño de sí mismo: conocer su cuerpo, sus sentimientos, sus tendencias sexuales, sus capacidades de pensar, de amar y de decidir, y que es responsable de todo su actuar.

Ser casto NO significa:

1• No sentir atracción hacia otra persona del otro sexo diferente al cónyuge, sino saber hacerlas a un lado voluntariamente.

2• No tener sentimientos hacia otras personas, sino saber dominar dichos sentimientos, y no ser dominado por ellos.

3• No dejarse llevar por emociones o deseos sexuales hacia otra persona que no sea el propio cónyuge, teniendo dominio de sí y procurando evitarlos.

4• No tener malos pensamientos, sino saber quitarlos de nuestra mente y no deleitarse con ellos.

5• El hombre o mujer valiente no es el que no siente miedo, sino el que, al sentirlo, lo vence y no se deja vencer por él.

6• El hombre o la mujer casto no es el que no siente los impulsos de su tendencia sexual, sino el que, al sentirlos, los domina. No se esclaviza a ellos, sino que se hace amo de ellos responsablemente.


Si el hombre y mujer al casarse, han prometido ser fieles, se han comprometido a entregarse totalmente, han de luchar, pues, para ser responsables de las consecuencias de aquella decisión que libremente tomaron el día de su boda.

Ahora bien, la virtud de la castidad no es nada más esa fuerza que guía al espíritu para defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, sino que, además, sabe promoverlo hacia su realización plena.

Sí. La persona casta es promotora del amor a su cónyuge. Buscará libre y voluntariamente todas las oportunidades para acrecentar ese amor; aprovechará todas las circunstancias de su vida para fortalecerlo; cada día querrá que sea mejor.

Y llevar al amor a su realización plena tanto en la entrega personal total a su cónyuge, con miras a alcanzar su fin último: el Amor, Dios.

La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la totalidad del don.

La integridad de la persona

En la antigüedad las grandes culturas solían esculpir a las estatuas en enormes piedras. Portaban desde gran distancia el bloque que el escultor transformaría en monumento. Estatuas de una sola piedra. Estatuas monolíticas. De la misma manera, las personas debemos de ser monolíticas, de una sola piedra, de un solo querer, de un solo actuar. Esto es lo que llamamos la integridad de la persona. Es decir, mantener las fuerzas de vida y de amor depositadas en cada uno de nosotros. La castidad nos permite conjuntar todo lo que somos en una unidad.

Por tanto, la castidad requiere que aprendamos a dominarnos a nosotros mismos, a tomar las riendas de nuestro propio cuerpo, de nuestros afectos, de nuestra voluntad. Aprender a dominarnos libremente. Ser amos y señores de nuestra persona.

La alternativa es clara:
• o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz,
• o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado.

El hombre se hará libre cuando domine sus pasiones, cuando rompa toda dependencia de ellas.

En la constitución “Gaudium et Spes”, del concilio Vaticano II nos dice:

La dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados (GS 17).

MEDIOS PARA LOGRAR LA CASTIDAD

Por lo tanto, hay que trabajar. Si quieres ser fiel a las promesas de tu bautismo, si quieres ser fiel a tu compromiso matrimonial, si quieres resistir a las tentaciones, hay que poner los medios. Y, ¿cuáles serán los mejores medios?:

1• Primero que todo, conócete a ti mismo. Conoce cómo eres, tus tendencias, tus cualidades, tus defectos. Así sabrás con qué cuentas naturalmente.

2• Acéptate. Sé humilde y reconoce, sin miedo y con objetividad, lo que realmente eres.

3• Supérate. No basta que te conozcas y que te aceptes. Hace falta que tomes el cincel y el martillo y dedicarte con trabajo y esfuerzo a esculpir la hermosa estatua de tu grandeza. Es lo que en la Iglesia se llama ascesis.

4• Procura vivir en tu vida la obediencia a los mandamientos divinos.

5• Esfuérzate por practicar las virtudes morales, como la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

6• Y, finalmente, sé fiel a la oración. Estáte cerca de Dios Nuestro Señor. Él será quien te pueda dar las fuerzas para vivir estos medios.

San Agustín nos dice en el libro de sus Confesiones: "La castidad nos recompone; nos devuelve a la unidad que habíamos perdido dispersándonos”. (Conf. 10,29; 40)

La castidad es parte de la virtud cardinal de la templanza, que nos ayuda a pensar bien sobre las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana, y a dominarlas, a no dejarnos llevar por ellos.

Dominarse a sí mismo, es una labor que ha de durar toda la vida. Nadie podrá decir nunca que ya se domina totalmente. No. Siempre debe existir el esfuerzo por lograrlo. Hay etapas en la vida que el esfuerzo tiene que ser mayor, especialmente cuando se forma la personalidad, durante la infancia y adolescencia.

La castidad tiene sus leyes de crecimiento, va desde la imperfección, incluso el pecado algunas veces, hasta su vivencia profunda.

El Papa San Juan Pablo II nos dijo:

Pero el hombre, llamado a vivir responsablemente el designio sabio y amoroso de Dios, es un ser histórico que se construye día a día con sus opciones numerosas y libres; por esto él conoce, ama y realiza el bien moral según las diversas etapas de crecimiento. (FC 34).

La castidad es una virtud moral. Pero, también, es un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual, como nos dice San Pablo en su carta a los Gálatas:

“En cambio, el fruto del Espíritu es caridad, alegría y paz, paciencia, comprensión de los demás, bondad y fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo. Ahí no hay condenación ni Ley, pues los que pertenecen a Cristo Jesús tienen crucificada la carne con sus vicios y deseos”. (Gál 5, 22-24).

Es un don de Dios, pues el Espíritu Santo, concede, al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo.

La totalidad del don de sí

La caridad es el alma de todas las virtudes, las ilumina todas y les da vida. Así, la castidad, bajo el influjo de la caridad, se convierte en una escuela de donación de la persona. El ser humano al dominarse a sí mismo se regala, se entrega, se dona totalmente a los demás. Piensa en los demás, ama a los demás, puesto que ha roto con la esclavitud del egoísmo. La persona casta es generosa, amable, desprendida de sí misma, piensa en los demás.

La persona casta, por donarse a los demás, se convierte en un auténtico testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios. ¡Cómo faltan en nuestro mundo testigos de Dios!

Auténticos testigos que, con su vida, hagan presente a Dios en las calles, en las plazas, en las fiestas, en las fábricas, en las escuelas, en los hospitales,...¡Qué gran influjo en los demás puede tener una persona casta!.

La virtud de la castidad se desarrolla en la amistad. Nos dice cómo seguir e imitar a Jesucristo que nos ha elegido a ser sus amigos. ¡Sí! Imitar a Él, quien se entregó totalmente por nosotros, porque nos ama, y porque ha querido hacernos participantes de su condición divina. Imitar al amigo fiel, al amigo amoroso, al amigo bondadoso, al amigo íntimo que se ha entregado por nosotros. Vivir la castidad es vivir desde ahora la promesa de inmortalidad.

La amistad con el Señor, ha de expresarse en la amistad con el prójimo. Cuando se desarrolla entre personas del mismo o diferente sexo, es un gran bien para todos.

¡Qué grandeza tiene la castidad! ¡Qué seguridad nos puede dar para alcanzar la vida eterna! ¡Qué satisfacción tan grande nos puede brindar saber que estamos imitando a Jesucristo!.

¡TU ESTÁS LLAMADO A VIVIR LA CASTIDAD!

¡TIENES VOCACIÓN A LA CASTIDAD!

Por: Gonzalo Estrada



Fuente: Catolic.net

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