Mi marido murió a todo
rencor que pudiera tener contra mí para volverme a dar vida
Lejos
de pretender ser ejemplo para nadie, mi único fin al compartir mi alegría es
llevar esperanza… Quien no crea en los milagros ¡Este es uno! Tuve que
pisar el infierno, conocer y convivir con sus habitantes para valorar el cielo
y el ángel que tú eras en mi vida.
Pasaban
los días, luego semanas y esas semanas se convirtieron en años y tú seguías esperándome,
fiel al amor que hoy hace 19 años juraste ante Dios tenerme. Y yo seguía con mi
corazón ciego y negado a recibirte por miedo a fracasar.
Sin
embargo, con toda mi fe puesta en descubrir la voluntad de Dios para
nosotros, nuca dejé de rogar por un milagro, el de rescatar mi matrimonio y por
ende mi familia.
Con
perseverancia, día con día le rogaba a Dios me abriera el corazón y la razón.
En mi oración diaria siempre pedía: “Señor, quítame eso que no te he sabido
entregar y dame aquello que no te he sabido pedir. Aparta de mí lo que me
aparte de Ti y nunca permitas que ningún amor humano me separe de tu corazón“.
El
reencuentro de nuestros corazones, la fusión de nuestras almas fue fruto de un
inmenso dolor mas hoy tiene su recompensa: tú y yo juntos nuevamente
escribiendo una nueva historia de amor, la de 2 adolescentes que un día se
conocieron, se amaron, se casaron, tuvieron hijos, fueron muy felices y luego
se odiaron; se divorciaron, tocaron el infierno al estar separados y hoy Dios
les permite reencontrase más maduros, sólidos y fuertes que nunca para ahora sí
terminar la vida juntos y reconstruir un matrimonio desde los escombros y
con nuevos cimientos.
Hoy
puedo gritar a los cuatro vientos con enorme júbilo y hasta al llanto de la
emoción que las páginas del libro de nuestra relación están en blanco y
comenzamos de cero, sin rencores, sin nada que perdonarnos pues ya todo fue
sanado por Obra y Gracia de Dios y por tu voluntad y la mía.
Yo
te prometo que cada lágrima, cada dolor y cada sufrimiento que te pude
haber causado, los haré desaparecer de tu memoria con mi amor incondicional,
mis cuidados, mi cariño, mi respeto, mi lealtad y fidelidad. Elegí amarte a ti
y solo a ti de una manera sana y libre: quiero quererte.
Hoy
sé que puedo vivir sin ti, no te necesito para ser feliz (ni tú a mí), mas
elijo no hacerlo y regresar a ti. No siento mariposas volando ni un amor
desenfrenado, esta vez te quiero conmigo de manera consciente y racional pues
tu ejemplo de vida me hace ser mejor persona. Voy con todo para lograrlo, en
especial con la Gracia de Dios para cumplirlo.
No
deseo otra cosa más que permanecer en tus brazos y en tu corazón latente,
no pienso buscar la felicidad fuera de ti. Nunca más me dejes salir de ahí. No
te voy a decir que daría mi vida por ti pues a esta, días le faltarían para
poderte amar de la manera que deseo y que tú mereces.
Gracias
por nunca dejar de creer en este amor, fruto de un sacramento bendito. Tú, yo y
este matrimonio rescatado de entre las cenizas y donde el asco se
transformó en deseo y las lágrimas en bendiciones, son un MILAGRO fehaciente de
lo que una vida de oración y fe, junto con una vida de sacramentos puede
lograr.
Gracias,
Dios, por quitarme la venda de los ojos y de mi corazón; por permitir que
volviera a creer y por sembrar en mí esa pequeñísima semilla de voluntad, que
fue la que me dio el último empujón para decir: sí quiero intentarlo y
hacer que funcione.
Gracias,
vida; gracias y PERDÓN a nuestros hijos. Gracias a todos los que nos
acompañaron en este proceso y en la toma de decisiones. En especial a ti, MI
JESÚS SACRAMENTADO, y a mi Santísima Madre, la Virgen María, pues por su Gracia
y Milagro hoy estoy de regreso.
23 de septiembre de 1995 – 23 de septiembre de 2014 / 19 años.
Un
año después…
Hoy
23 de septiembre 2015, 20 años de matrimonio y primer año de la segunda vuelta
y ¿qué creen? ¡Sí se pudo! ¡Si se puede! ¡Sí se podrá!
Cuando
mi esposo y yo volvimos, no lo hicimos para “intentarlo”, volvimos con la
certeza de que lo haríamos funcionar y cada día mejor. Dios y la
intercesión de su Santísima Madre, nos hizo “el milagro” de volver y
salvar esta familia, Sabemos que Él lleva el timón y que con su Gracia no le
podemos fallar.
La
pregunta que más escucho: “¿Te arrepientes de haberte divorciado?” La
respuesta aquí…
Hace
poco mi esposo y yo tuvimos una cenita con mis 2 hijos. Ahí expresamos cómo nos
sentimos con ese “infierno” vivido cuando el divorcio y del cual sus padres
fuimos responsables. Todos con llanto y muchísima pena escuchábamos a mis hijos
cómo expresaban aquel dolor que vivieron.
Nos
decían cómo nosotros éramos su paz, su estabilidad y su seguridad y de
repente nada de eso existía y su mundo se volvió inseguridad, inestable y
triste.
Yo
no me cansaba de pedirles perdón y ellos, con ese amor puro y sincero que solo
los hijos pueden dar, me decían: “Mamá, no guardamos ningún rencor. Aunque
seguimos en el proceso de sanación, hoy estamos bien porque vemos que ustedes
están bien. Dios nos ha mostrado su existencia real a cada instante. Ya
pasó todo…“.
Solo
puedo decir que el mejor regalo de amor que pude haber hecho a mis hijos
después de darles vida es haber vuelto con su padre y devolverles esa familia
unida desde el amor que un día fuimos. No somos un matrimonio perfecto, mas sí hemos
decidido hacer de nuestro matrimonio imperfecto, un matrimonio feliz. Dios hace
la diferencia…
23
de septiembre 2015
2
años después…
Hoy
23 de septiembre del 2016
21
años de casados; 2 años de la segunda vuelta; 1 año de una profunda renovación
de votos matrimoniales y cada día más dispuesta y agradecida con Dios por
ese hombre que creó para mí para que juntos llegáramos a Él.
Cuanto
más amo a Dios, más siento amar y admirar a mi esposo. Verle y sentirle junto a
mí… Reconocer en lo que he logrado transformarme gracias a él y a todo lo que
me inspira. Toda una vida no me basta para agradecerle a Dios por tanto.
Casi
imposible compartir por aquí a detalle lo que ha sido nuestra historia como
matrimonio, su comienzo, todo lo que provocó su caída hasta el momento de
su absoluta restauración.
Sin
embargo, por justicia a Dios y a mi esposo, me gustaría compartir algunos
detalles los cuales deseo que sean útiles para aquellos que lo necesiten, sobre
todo, porque hoy en día es mucho más alto el número de mujeres abandonando
el hogar como yo lo hice, engañada creyendo que esa era la solución y dejando
hijos huérfanos de padres vivos.
Hace
unos días en Guadalajara pudimos compartir “por primera vez nuestro testimonio
matrimonial completo”. Tres maravillosas horas donde yo comencé hablando así:
“Si comparan mi currículum profesional con el de mi marido se darán cuenta de
que el mío es mucho más amplio. Sin embargo, siendo el de él más corto, es de
mayor peso porque yo le agregaría lo siguiente: hombre de Dios que rescató
a su mujer del infierno y su trabajo profesional para hacerla feliz”. Estas
fueron mis palabras y son reales, eso fue lo que hizo y sigue haciendo.
Un
poco de historia y de aprendizaje vivido en nuestro divorcio…
Como
Pablo de Tarso yo fui saqueada y despojada de todo lo que a una persona se le
puede privar, hasta de una vocación cristiana -a la que aún hoy amo- y que con
mucho dolor también tuve que entregar. Se me arrebató todo (y cuando digo
todo es todo) para darme cuenta que Dios era el único a quien verdaderamente
pertenecía y lo único de valor en mí.
Pasaban
los años y perdía todos los soportes y apoyos que le daban algún sentido a mi
vida, que me daban sentido de pertenencia, seguridad y algo de fuerza para no
morir de dolor y desesperación.
¿Y
qué le queda al que todo ha perdido? Aferrarse a la cruz y el poder del
Espíritu, ese que hoy me hace hablar. Así regresé con mi esposo, desnuda
de todo, mas abrazaba a la Cruz de mi Señor. En mi corazón claramente entendí
sus palabras: “Tú no eres de nadie ni necesitas pertenecerle a nadie más que a
mí, eres solo mía. Tú no necesitas de nada solo de mí y para llegar a mí
es por él, tu esposo”.
¿Pero,
fue Dios quien me quitó todo? No, no fue Él y no voy a entrar en esos detalles
porque hasta escalofrío me da (sabemos qué sucede cuando alguien no está en
obediencia a Dios). Digamos que lo permitió porque había un plan de salvación
perfecto para mí detrás de todos esos eventos porque vaya que yo estaba ciega y
necia.
Ahora
me doy cuenta de que Dios permitió que yo fuera despojada de absolutamente
todo, ni siquiera tuve la ayuda de un grupo que me apoyara para salvar mi
matrimonio, para únicamente voltear mis ojos a Él y que, a través del
sacramento de la Eucaristía diaria, yo me diera cuenta que no hay más sanación
que a través de Él y de su Madre.
Dicen
las Sagradas Escrituras en la Carta a los Efesios 5, 25: “Esposos, amen a sus
esposas como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella”. Y justo
eso hizo mi esposo por mí. Creyó en mí cuando ni yo misma creía en mí y me
recibió cuando todas las puertas posibles se me habían cerrado.
Regresé
a él hecha un guiñapo, enferma, herida, ultrajada, sucia y lejos de burlarse o
de tener palabras de desprecio hacia mí, hizo vida estas palabras del
Evangelio, murió a él, murió a su ego, a todo rencor que pudiera tener
contra mí para volverme a dar vida.
El
fracaso en un matrimonio no sucede de la noche a la mañana; sin embargo, el
perdón y la restauración sí se puede experimentar así de rápido. Solo se
necesita desatarle las manos a Dios y con plena confianza y obediencia
permitirle actuar. Así es, la obediencia es clave.
Yo
no volví con Tomás porque “sentía” amor por él, es más, sentía todo lo
contrario. Sin embargo, volví por OBEDIENCIA a Dios, a una promesa hecha a
Él. Dejé el “sentir” por el “querer ser obediente” y fue entonces que los
milagros comenzaron a suceder.
Hoy
puedo asegurar que después de Dios él es lo más importante en mi vida y el amor
más grande de mi corazón, por encima del amor a mis hijos. Aún hay mucho por
contar.
Solo
deseo terminar con esta afirmación, a la cual doy mi vida por sostenerla: un
matrimonio en crisis bajo el vínculo sacramental siempre tiene solución porque
es Cristo quien sana mientras ambos cónyuges se lo permitan.
Hay
cosas que para la razón humana no tienen sentido ni solución mas para Dios nada
es imposible. E insisto, el divorcio es la mismísima puerta al infierno y nunca
será la solución para los problemas matrimoniales.
Y
esta historia se seguirá escribiendo con la Gracia de Dios.
LUZ IVONNE REAM
Fuente:
Aleteia