Os contaré la historia de un hombre y espero que os sirva de referente en lo relativo a la constancia y la esperanza
El
apostolado en muchas ocasiones genera
frustración en quien le practica, porque no ve resultados de su acción,
especialmente cuando esto ocurre con los hijos, pero no debemos de desfallecer,
como decía Teresa de Calcuta a sus hermanas cada mañana cuando iban a hacer sus
tareas “Salid y hacer todo lo que podáis y no sufráis por el resultado, porque
no depende de vosotras”, del mismo modo debemos de afrontar nosotros nuestro
apostolado.
El
hombre de nuestra historia nació en Madrid en febrero de 1921 era el menor
cinco hermanos, en una familia humilde del barrio de Tetuán, esta familia era
atea. Cuando estalló la guerra, nuestro hombre era un adolescente, como la
mayoría de los adolescentes inquieto y revolucionario, y dedico el tiempo de guerra
a perseguir a los cristianos y a agredir las iglesias.
Terminada
la guerra no se daba por vencido y continuó con sus actividades anticlericales,
lo que le llevó a ser detenido, juzgado y encarcelado. Pasó algo más de seis
años en distintas cárceles. Cuando cumplió su pena y salió de prisión, conoció
a María, era una mujer diez años mayor que él, se enamoraron y se casaron,
cuando esto ocurrió María tenía treinta y seis años. Querían tener hijos y
enseguida María quedó embarazada, pero abortó, volvió a quedar embarazada y de
nuevo abortó, en el tercer embarazo parecía que todo terminaría bien, pero el
bebe murió en el parto.
Empezaron
a temer que no tendrían hijos, porque María ya estaba próxima a los cuarenta
años, y en aquellos tiempos era una edad avanzada para tener hijos, pero de
nuevo quedó en cinta y por fin les nació un hijo, todo era felicidad, que no
duró demasiado, a los seis meses el niño tenía pulmonía y se estaba muriendo,
los médicos no podían hacer nada para salvarle, esperaban su muerte. La pareja
estaba como es natural en un estado de desesperación, el niño se moría y no
podían hacer nada.
Un
vecino de la pareja le dijo a nuestro hombre ¿Por qué no rezas? ¿Qué tienes que
perder?, no se rezar, le contestó. Pero en su desesperación, decidió acudir a
una iglesia, era noche avanzada y pensó en ir a la iglesia del hospital del
Niño Jesús, había otras iglesias más cercanas a su casa, pero fue a esta donde
pensó ir, tal vez porque pertenecía a un hospital, y en su ignorancia unía
iglesia de hospital con curación. Lo cierto es que cuando llegó a la iglesia
elegida, eran más de las doce de la noche y estaba cerrada.
Imagino
a ese hombre, desesperado, llorando, en la puerta de una iglesia cerrada, una
de tantas a las que habría agredido y sin saber rezar. Estando en esta
situación, solo Dios sabe porque, un sacerdote le vio, se acercó y le preguntó
que le pasaba, aquel hombre entre sollozos le contó su drama y terminó
diciéndole y aquí estoy y no se rezar, el sacerdote le consoló y le dijo: dices
que no sabes rezar, pero tu hoy has rezado más que yo, vuelve a tu casa.
Regresó a su casa caminando, por que el transporte público no funcionaba a esas
horas, tardó en llegar ya que había algunos kilómetros de distancia entre la
iglesia y su casa.
Al
llagar su mujer estaba sentada con el niño en brazos y nuestro hombre no pudo
contar lo ocurrido a María, porque ella no le dejó hablar, no entendía por qué,
pero el niño respiraba bien, no tenía fiebre, no comprendía que pasaba pero su
hijo estaba curado. Aquel hombre enseguida comprendió lo que pasaba, el Señor
la había escuchado.
Su
vida cambió, el ateo se convirtió en cristiano y aquí comenzó su misión de
apostolado, comenzó a decir a sus amigos lo que había ocurrido y el resultado
de su primer apostolado fue que sus “amigos” le consideraron un traidor y le
retiraron su amistad, todo su entorno le era hostil, pero siguió confesando lo
que había pasado, aunque su apostolado iba derribando todo su entorno, se
estaba quedando solo, pero no podía parar, sin sus viejos amigos y sin conocer
a nadie en la iglesia, él seguía contando su historia a todo el que quisiera
escuchar.
El
Señor les dio dos hijos más y como una familia cristiana, educó a sus hijos en
un colegio católico, y nunca dejó de hacer apostolado, se integró en la iglesia
y colaboró en cuanto pudo.
Sus
hijos fueron creciendo en un entorno cristiano, el daba ejemplo con su vida y
siempre estaba dispuesto a contar aquella historia que cambió su vida. Pero sus
hijos no siguieron sus pasos, fijaros a pesar de todo el apostolado de este
hombre hizo no daba resultados aparentes y nunca dejó de hacer su apostolado
con su vida y sus palabras.
Después
de cuarenta años su hijo mayor sintió el deseo de conocer la verdad de la vida
desde el punto de vista de la fe y como si no tuviera suficiente ejemplo con su
padre, comenzó a indagar en distintas iglesias estuvo en iglesias evangélicas,
acudió a reuniones de los testigos de Jehová, incluso estuvo con los musulmanes
estudió el Corán, y estando en estos andares, una mañana se despertó con un
deseo muy grande de ponerse en paz con Dios, y acudió a una iglesia católica a
pedir confesión, y encontró la misericordia de Dios que centro su vida y
comprendió que la verdad de la vida ya se la había contado su padre, con su
historia y con su vida, se le abrieron los ojos de corazón y siguió los pasos
de su padre.
De
este modo su padre le pudo decir al Señor mira me diste un talento aquí tienes
dos. Su apostolado aunque él no lo vio, dio su fruto. No nos cansemos de hacer
apostolado, porque es nuestra misión, porque solo Dios sabe cómo hacer
fructíferas nuestras obras y por seríamos muy injustos con nuestros hermanos si
no les llevamos la buena noticia, que Dios estás aquí y que nos ama.
Esta
historia la conozco bien por el hombre de la historia que era mi padre.
Álvaro
Medina del Campo
Presidente Nacional de Vida Ascendente