Como en los últimos años,
el Papa Francisco ha dado inicio a la jornada “24 horas por el Señor” con una
celebración penitencial en la Basílica de San Pedro a la que asistieron miles
de fieles
“¡Qué
difícil es dejarse amar verdaderamente! Siempre nos gustaría que algo de
nosotros no esté obligado a la gratitud, cuando en realidad estamos en deuda
por todo, porque Dios es el primero y nos salva completamente, con amor”, dijo
el Papa en su breve homilía.
A continuación, el texto de
la homilía del Papa:
Queridos
hermanos y hermanas:
Cuánta
alegría y consuelo nos dan las palabras de san Juan que hemos escuchado: es tal
el amor que Dios nos tiene, que nos hizo sus hijos, y, cuando podamos verlo
cara a cara, descubriremos aún más la grandeza de su amor (cf. 1 Jn 3, 1-10.19-22).
No sólo eso. El amor de Dios es siempre más grande de lo que podemos imaginar,
y se extiende incluso más allá de cualquier pecado que nuestra conciencia pueda
reprocharnos. Es un amor que no conoce límites ni fronteras; no tiene esos
obstáculos que nosotros, por el contrario, solemos poner a una persona, por
temor a que nos quite nuestra libertad.
Sabemos
que la condición de pecado tiene como consecuencia el alejamiento de Dios. De
hecho, el pecado es una de las maneras con que nosotros nos alejamos de Él.
Pero esto no significa que él se aleje de nosotros. La condición de debilidad y
confusión en la que el pecado nos sitúa, constituye una razón más para que Dios
permanezca cerca de nosotros. Esta certeza debe acompañarnos siempre en la
vida. Las palabras del Apóstol son un motivo que impulsa a nuestro corazón a
tener una fe inquebrantable en el amor del Padre: «En caso de que nos condene
nuestro corazón, [pues] Dios es mayor que nuestro corazón» (v. 20).
Su
gracia continúa trabajando en nosotros para fortalecer cada vez más la
esperanza de que nunca seremos privados de su amor, a pesar de cualquier pecado
que hayamos cometido, rechazando su presencia en nuestras vidas.
Esta
esperanza es la que nos empuja a tomar conciencia de la desorientación que a
menudo se apodera de nuestra vida, como le sucedió a Pedro, en el pasaje del
Evangelio que hemos escuchado: «Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de
aquellas palabras de Jesús: “Antes de que cante el gallo me negarás tres
veces”. Y saliendo afuera, lloró amargamente» (Mt 26, 74-75). El evangelista es
extremadamente sobrio. El canto del gallo sorprende a un hombre que todavía
está confundido, después recuerda las palabras de Jesús y por último se rompe
el velo, y Pedro comienza a vislumbrar, a través de las lágrimas, que Dios se
revela en ese Cristo abofeteado, insultado, renegado por él, pero que va a
morir por él. Pedro, que habría querido morir por Jesús, comprende ahora que
debe dejar que muera por él. Pedro quería enseñar a su Maestro, quería
adelantársele, en cambio, es Jesús quien va a morir por Pedro; y esto Pedro no
lo había entendido, no lo había querido entender.
Pedro
se encuentra ahora con la caridad del Señor y entiende por fin que él lo ama y
le pide que se deje amar. Pedro se da cuenta de que siempre se había negado a
dejarse amar, se había negado a dejarse salvar plenamente por Jesús y, por lo
tanto, no quería que Jesús lo amara por totalmente.
¡Qué
difícil es dejarse amar verdaderamente! Siempre nos gustaría que algo de
nosotros no esté obligado a la gratitud, cuando en realidad estamos en deuda
por todo, porque Dios es el primero y nos salva completamente, con amor.
Pidamos
ahora al Señor la gracia de conocer la grandeza de su amor, que borra todos
nuestros pecados.
Dejémonos
purificar por el amor para reconocer el amor verdadero.
Fuente:
ACI Prensa