Tras
el informe de Mons. Charles J. Scicluna
Publicamos
a continuación la Carta que el Santo Padre envió a los Obispos de Chile tras el
informe de Mons. Charles J. Scicluna, Arzobispo de
Malta, y “promotor de justicia” de la Congregación para la Doctrina de la
Fe.
***
Carta del Papa Francisco a los obispos de Chile
A
los Señores Obispos de Chile.
Queridos
hermanos en el episcopado:
La
recepción durante la semana pasada de los últimos documentos que completan el
informe que me entregaron mis dos enviados especiales a Chile el 20 de marzo de
2018, con un total de más de 2.300 folios, me mueve a escribirles esta carta.
Les aseguro mi oración y quiero compartir con Ustedes la convicción de que las
dificultades presentes son también una ocasión para restablecer la confianza en
la Iglesia, confianza rota por nuestros errores y pecados y para sanar unas
heridas que no dejan de sangrar en el conjunto de la sociedad chilena.
Sin
la fe y sin la oración, la fraternidad es imposible. Por ello, en este 2º
domingo de Pascua, en el día de la misericordia, les ofrezco esta reflexión con
el deseo de que cada uno de Ustedes me acompañe en el itinerario interior que
estoy recorriendo en las últimas semanas, a fin de que sea el Espíritu quien
nos guíe con su don y no nuestros intereses o, peor aún, nuestro orgullo
herido.
A
veces cuando tales males nos arrugan el alma y nos arrojan al mundo flojos,
asustados y abroquelados en nuestros cómodos “palacios de invierno”, el amor de
Dios sale a nuestro encuentro y purifica nuestras intenciones para amar como
hombres libres, maduros y críticos. Cuando los medios de comunicación nos
avergüenzan presentando una Iglesia casi siempre en novilunio, privada de la
luz del Sol de justicia (S. Ambrosio, Hexameron IV, 8, 32) y tenemos
la tentación de dudar de la victoria pascual del Resucitado, creo que como
Santo Tomás no debemos temer la duda (Jn 20, 25), sino temer la pretensión de
querer ver sin fiarnos del testimonio de aquellos que escucharon de los labios
del Señor la promesa más hermosa (Mt 28, 20).
Hoy
les quiero hablar no de seguridades, sino de lo único que el Señor nos ofrece
experimentar cada día: la alegría, la paz el perdón de nuestros pecados y la
acción de Su gracia.
Al
respecto, quiero manifestar mi gratitud a S.E. Mons. Charles Scicluna, Arzobispo
de Malta, y al Rev. Jordi Bertomeu Farnós, oficial de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, por su ingente labor de escucha serena y empática de los 64
testimonios que recogieron recientemente tanto en Nueva York como en Santiago
de Chile. Les envié a escuchar desde el corazón y con humildad. Posteriormente,
cuando me entregaron el informe y, en particular, su valoración jurídica y
pastoral de la información recogida, reconocieron ante mí haberse sentido
abrumados por el dolor de tantas víctimas de graves abusos de conciencia y de
poder y, en particular, de los abusos sexuales cometidos por diversos
consagrados de vuestro País contra menores de edad, aquellos a los que se les
negó a destiempo e incluso les robaron la inocencia.
El
mismo más sentido y cordial agradecimiento lo debemos expresar como pastores a
los que con honestidad, valentía y sentido de Iglesia solicitaron un encuentro
con mis enviados y les mostraron las heridas de su alma. Mons. Scicluna y el
Rev. Bertomeu me han referido cómo algunos obispos, sacerdotes, diáconos,
laicos y laicas de Santiago y Osorno acudieron a la parroquia Holy Name de
Nueva York o a la sede de Sotero Sanz, en Providencia, con una madurez, respeto
y amabilidad que sobrecogían.
Por
otra parte, los días posteriores a dicha misión especial han sido testigos de
otro hecho meritorio que deberíamos tener bien presente para otras ocasiones,
pues no solo se ha mantenido el clima de confidencialidad alcanzado durante la
Visita, sino que en ningún momento se ha cedido a la tentación de convertir
esta delicada misión en un circo mediático. Al respecto, quiero agradecer a las
diferentes organizaciones y medios de comunicación su profesionalidad al tratar
este caso tan delicado, respetando el derecho de los ciudadanos a la
información y la buena fama de los declarantes.
Ahora,
tras una lectura pausada de las actas de dicha “misión especial”, creo poder
afirmar que todos los testimonios recogidos en ellas hablan en modo descarnado,
sin aditivos ni edulcorantes, de muchas vidas crucificadas y les confieso que
ello me causa dolor y vergüenza.
Teniendo
en cuenta todo esto les escribo a Ustedes, reunidos en la 115ª asamblea
plenaria, para solicitar humildemente Vuestra colaboración y asistencia en el
discernimiento de las medidas que a corto, medio y largo plazo deberán ser
adoptadas para restablecer la comunión eclesial en Chile, con el objetivo de
reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia.
Pienso
convocarlos a Roma para dialogar sobre las conclusiones de la mencionada visita
y mis conclusiones. He pensado en dicho encuentro como en un momento fraternal,
sin prejuicios ni ideas preconcebidas, con el solo objetivo de hacer
resplandecer la verdad en nuestras vidas. Sobre la fecha encomiendo al
Secretario de la Conferencia Episcopal hacerme llegar las posibilidades.
En
lo que me toca, reconozco y así quiero que lo transmitan fielmente, que he
incurrido en graves equivocaciones de valoración y percepción de la situación,
especialmente por falta de información veraz y equilibrada. Ya desde ahora pido
perdón a todos aquellos a los que ofendí y espero poder hacerlo personalmente,
en las próximas semanas, en las reuniones que tendré con representantes de las
personas entrevistadas.
Permaneced
en mí (Jn 15, 4): estas palabras del Señor resuenan una y otra vez en estos
días. Hablan de relaciones personales, de comunión, de fraternidad que atrae y
convoca. Unidos a Cristo como los sarmientos a la vid, los invito a injertar en
vuestra oración de los próximos días una magnanimidad que nos prepare para el
mencionado encuentro y que luego permita traducir en hechos concretos lo
que habremos reflexionado. Quizás incluso también sería oportuno poner a la
Iglesia de Chile en estado de oración. Ahora más que nunca no podemos volver a
caer en la tentación de la verborrea o de quedarnos en los “universales”. Estos
días, miremos a Cristo. Miremos su vida y sus gestos, especialmente cuando se
muestra compasivo y misericordioso con los que han errado. Amemos en la verdad,
pidamos la sabiduría del corazón y dejémonos convertir.
A
la espera de Vuestras noticias y rogando a S.E. Mons. Santiago Silva Retamales,
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, que publique la presente con
la mayor celeridad posible, les imparto mi bendición y les pido por favor que
no dejen de rezar por mí.
Vaticano,
8 de abril de 2018
FRANCISCO
© Librería Editorial
Vaticano
Fuente: Zenit