Con motivo del 125º
aniversario de su fundación
125° Aniversario de la Fundación de la Confederación Benedictina |
El
Papa ha recibido esta mañana en audiencia, a las 12.00, en la Sala Clementina
del Palacio Apostólico, a los monjes de la Confederación Benedictina con motivo
del 125° aniversario de la fundación de la Confederación Benedictina y de
la colocación de la primera piedra de la abadía primacial de San Anselmo en
Roma.
Publicamos
a continuación el discurso que ha dirigido el Papa a los presentes en la
audiencia.
Discurso del Santo Padre
Reverendo
Abad Primado,
queridos Padres abades,
queridos hermanos y hermanas,
queridos Padres abades,
queridos hermanos y hermanas,
Os
doy la bienvenida con motivo del 125 ° aniversario de la fundación de la
Confederación Benedictina y agradezco al Abad Primado sus amables palabras. Me
gustaría expresar toda mi consideración y gratitud por la importante
contribución que los benedictinos han aportado a la vida de la Iglesia, en
todas partes del mundo, durante casi mil quinientos años. En esta celebración
del Jubileo de la Confederación Benedictina queremos recordar, de forma
especial, el esfuerzo del Papa León XIII, que en 1893 quiso unir a todos los
benedictinos fundando una casa común de estudio y de oración, aquí en Roma.
Damos gracias a Dios por esta inspiración, porque llevó a los
benedictinos de todo el mundo a vivir un espíritu más profundo de comunión con
la Sede de Pedro y entre ellos.
La
espiritualidad benedictina es renombrada por su lema: Ora et labora et
lege. Oración, trabajo, estudio. En la vida contemplativa, Dios a menudo
anuncia su presencia de una manera inesperada. Con la meditación de la Palabra
de Dios en la lectio divina, estamos llamados a permanecer en religiosa
escucha de su voz para vivir en obediencia constante y gozosa.
La
oración genera en nuestros corazones, dispuestos a recibir los increíbles dones
que Dios siempre está dispuesto a darnos, un espíritu de fervor renovado que
nos lleva, a través de nuestro trabajo diario, a intentar compartir los dones
de la sabiduría de Dios con los demás: con la comunidad, con aquellos que
vienen al monasterio para su búsqueda de Dios (“quaerere Deum“), y con aquellos
que estudian en vuestras escuelas, institutos y universidades. Así se genera
una vida espiritual siempre renovada y fortalecida.
Algunos
aspectos característicos del tiempo litúrgico pascual, que estamos viviendo,
como el anuncio y la sorpresa, la pronta respuesta y el corazón dispuesto a
recibir los dones de Dios, son en realidad parte de la vida benedictina de
todos los días. San Benito os pide en su Regla “no anteponer nada
absolutamente a Cristo” (n. ° 72), para que estéis siempre alerta, en el hoy, listos
para escucharlo y seguirlo dócilmente (cf. aquí, Prólogo). Vuestro amor
por la liturgia, como una obra fundamental de Dios en la vida monástica, es
esencial sobre todo para vosotros mismos, ya que os permite estar en la
presencia viva del Señor; y es precioso para toda la Iglesia, que a lo largo de
los siglos, ha beneficiado de ello como de agua de manantial que riega y
fecunda, alimentando la capacidad de vivir, personalmente y en comunidad, el
encuentro con el Señor resucitado.
Si
San Benito fue una estrella luminosa – como lo llama San Gregorio Magno – en su
tiempo marcado por una profunda crisis de los valores y de las instituciones,
era porque aprendió a discernir entre lo esencial y lo secundario en la vida
espiritual, poniendo firmemente en el centro al Señor. ¡Qué también vosotros,
hijos suyos en nuestro tiempo, podáis practicar el discernimiento para
reconocer lo que proviene del Espíritu Santo y lo que proviene del espíritu del
mundo o del espíritu del diablo! Discernimiento que” no supone solamente una
buena capacidad de razonar o un sentido común, [sino que] es también un don que
hay que pedir al Espíritu Santo. Sin la sabiduría del discernimiento podemos
convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento.
“(Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate, 166-167).
En
esta época, cuando las personas están tan ocupadas que no tienen tiempo
suficiente para escuchar la voz de Dios, vuestros monasterios y conventos se
convierten en oasis, donde hombres y mujeres de todas las edades, orígenes,
culturas y religiones pueden descubrir la belleza del silencio y redescubrirse
a sí mismos, en armonía con la creación, permitiendo que Dios restablezca un
orden apropiado en sus vidas. El carisma benedictino de acogida es muy valioso
para la nueva evangelización, porque os da la oportunidad de recibir a Cristo
en cada persona que llega, ayudando a aquellos que buscan a Dios a recibir los
dones espirituales que Él tiene reservados para cada uno de nosotros.
Además,
a los benedictinos se les ha reconocido siempre su compromiso con el ecumenismo
y el diálogo interreligioso. Os animo a continuar en esta importante obra para
la Iglesia y para el mundo, poniendo a su servicio vuestra hospitalidad
tradicional. En efecto, no hay oposición entre la vida contemplativa y el
servicio a los demás. Los monasterios benedictinos, tanto en las ciudades como
lejos de ellas, son lugares de oración y de acogida. Vuestra estabilidad
también es importante para las personas que vienen a buscaros. Cristo está
presente en este encuentro: está presente en el monje, en el peregrino, en el
necesitado.
Os
agradezco vuestro servicio en el ámbito de la educación y de la formación,
aquí en Roma y en tantas partes del mundo. Se sabe que los benedictinos son
“una escuela del servicio del Señor”. Os exhorto a dar a los estudiantes, junto
con las nociones y conocimiento necesarios, las herramientas para que puedan
crecer en esa sabiduría que los empuje a buscar continuamente a Dios en sus
vidas; esa misma sabiduría que los llevará a practicar el entendimiento mutuo,
porque todos somos hijos de Dios, hermanos y hermanas, en este mundo que tiene
tanta sed de paz.
En
conclusión, queridos hermanos y hermanas, espero que la celebración del Jubileo
por el aniversario de la fundación de la Confederación Benedictina sea una
oportunidad provechosa para reflexionar sobre la búsqueda de Dios y su
sabiduría, y sobre cómo transmitir con más eficacia su riqueza perenne a las
generaciones futuras.
Por
la intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, en comunión con la
Iglesia celestial y con los santos Benito y Escolástica, invoco sobre cada uno
de vosotros la bendición apostólica. Y os pido, por favor, que sigáis rezando
por mí. Gracias.
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Fuente: Zenit