La
defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y
apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre
sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo
Foto: CNS |
El
Papa acaba de publicar la exhortación apostólica Gaudete et exsultate en la
que, a lo largo de 122 páginas, habla sobre la llamada a la santidad en el
mundo actual.
En ella, Francisco aboga por la «santidad de la puerta de al
lado», defiende las Bienaventuranzas como el manual para ser un buen cristiano
y advierte de la importancia de estar al lado de los pobres y los que sufren
para alcanzar la santidad.
A continuación, le ofrecemos doce ideas destacadas
de la nueva exhortación:
1) Para ser santos no es
necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces
tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes
tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para
dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser
santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones
de cada día, allí donde cada uno se encuentra.
2) Me gusta ver la
santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a
sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa,
en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta
constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia
militante. Esa es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de
aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios,
o, para usar otra expresión, «la clase media de la santidad».
3) No tengas miedo de la
santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque
llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó.
4) «¿Cómo se hace para
llegar a ser un buen cristiano?», la respuesta es sencilla: es necesario hacer,
cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las Bienaventuranzas.
5) Cuando encuentro a una
persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese
bulto es un imprevisto que me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en
mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben
resolver los políticos, y quizá hasta una basura que ensucia el espacio
público. O puedo reaccionar desde la fe y la caridad, y reconocer en él a un
ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada por el
Padre. ¡Eso es ser cristianos!
6) Quien de verdad quiera
dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su
existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y
cansarse intentando vivir las obras de misericordia.
7) La vida cristiana es un
combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las
tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque
nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida.
8) Nuestro camino hacia la
santidad es también una lucha constante. Quien no quiera reconocerlo se verá
expuesto al fracaso o a la mediocridad. Para el combate tenemos las armas
poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación
de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la
reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el
empeño misionero.
9) La santidad es el
rostro más bello de la Iglesia. Pero aun fuera de la Iglesia Católica y en
ámbitos muy diferentes, el Espíritu suscita «signos de su presencia, que ayudan
a los mismos discípulos de Cristo».
10) Si bien el Señor nos
habla de modos muy variados en medio de nuestro trabajo, a través de los demás,
y en todo momento, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida
para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado real de las
inspiraciones que creímos recibir.
11) Dos enemigos sutiles de
la santidad: el gnosticismo y el pelagianismo. Son dos formas de seguridad
doctrinal o disciplinaria que dan lugar «a un elitismo narcisista y
autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y
clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan
las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás
interesan verdaderamente».
12) Dos errores nocivos: El
de los cristianos que separan las exigencias del Evangelio –particularmente en
referencia a los pobres y sufrientes– de su relación personal con el Señor, de
la unión interior con él, de la gracia. Así se convierte al cristianismo en una
especie de ONG.
También
es nocivo e ideológico el error de quienes viven sospechando del compromiso
social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista,
inmanentista, comunista, populista. O lo relativizan como si hubiera otras
cosas más importantes o como si solo interesara una determinada ética o una
razón que ellos defienden.
La
defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y
apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre
sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero
igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten
en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia
encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas
de esclavitud, y en toda forma de descarte.
J.
C. de A.
Fuente: Alfa y Omega