"Lectio" del Penitenciario Mayor durante el
curso sobre el Fuero interior en Roma: «La confesión es
escucha y encuentro con Dios; no se entra al confesionario con el celular
encendido»
Prohibidos
en cualquier confesionario celulares, “smartphones”, tabletas y cualquier otro
aparato tecnológico que pueda distraer al sacerdote durante el que es un
momento fundamental para la vida de los fieles, sobre todo de los jóvenes, y
desvirtuar de esta manera el sacramento.
El
cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario Mayor, no usa medias tintas durante la
“lectio magistralis” con la que se inauguró el 29o curso sobre el Fuero
Interior que comienza hoy en el Palacio de la Cancillería en Roma (y que durará
hasta el 9 de marzo): «Se tiene noticia de algunos confesores que “chatean en
las redes sociales” mientras los penitentes hacen su acusación.
¡Este
es un acto gravísimo, que no dudo en definir: “ateísmo práctico”, y que
demuestra la fragilidad de la fe del confesor en el evento sobrenatural de
gracia que se está viviendo!», dijo el purpurado.
Y
añadió: «No es raro, desgraciadamente, recibir quejas de fieles escandalizados
por la distracción del confesor, que no presta atención a sus palabras o,
incluso, está haciendo otra cosa durante el diálogo. Bajo este aspecto, se me
permita una sola indicación, que vale para todos: no se entra al
confesionario con el celular encendido, ni mucho menos se usa durante los
coloquios sacramentales».
La
confesión es antes que nada «escucha» (a 360 grados), además de «encuentro» con
Cristo, auténtico «espacio de libertad», ocasión para identificar la propia
«vocación». Por lo tanto, una ocasión para que todos los fieles
(particularmente los jóvenes) vean satisfechas las «necesidades múltiples y
universales» de cada persona humana: «belleza, justicia, libertad, verdad y
amor».
El
confesor está llamado a reconocer «“la apertura del corazón” de quien se acerca
al sacramento de la Reconciliación, sobre todo si se trata de un joven»,
teniendo en cuenta que «quien se acerca lleva a cabo una decisión libre y
contracorriente». Hasta hace medio siglo, anotó el Penitenciario Mayor,
era casi descontado que las personas se acercaran a «eso que muchos definen “el
sacramento difícil”, por mera costumbre o condicionamiento del contexto».
Ahora, es «incontrovertible» que «no hay nada que culturalmente invite a la
reconciliación sacramental».
Con
mayor razón, entonces, el confesor debe adoptar una «actitud de profunda
“valoración del penitente”, que significa dar valor no a su pecado,
ciertamente, sino al gesto de acercarse al sacramento, para pedir perdón a
Dios».
Para
hacerlo, hay que tener en cuenta un presupuesto fundamental: «los sacramentos
son acción de Cristo y de la Iglesia», subrayó Piacenza. Por lo tanto, «no se
puede pensar reducir los sacramentos a mera auto-manifestación de la fe
personal, como sucede en ciertas tendencias actuales de la especulación
teológica». En particular, el de la reconciliación, que solo en apariencia
tiene «como protagonistas al sacerdote y al fiel, sino que, en realidad es un
encuentro del penitente con Cristo mismo». Esta conciencia «plasma» el «rasgo
humano del confesor» hacia una mayor caridad.
No
siempre es fácil: a menudo los penitentes llegan al confesionario con
«expresiones inadecuadas, a veces incluso distorsionadas o pretenciosas». Sin
embargo, recomendó el cardenal, «la sabiduría del confesor debe saber leer»
también en ellas «el eco remoto del anhelo de felicidad y de cumplimiento,
presente en el corazón de cada hombre». «La acusación de los pecados
–explicó Piacenza– es, objetivamente, un momento de crisis, de poner en
discusión el propio juicio, las propias expresiones, las propias obras
(pensamientos, palabras, obras y omisiones). Por esta razón es indispensable
pedir al Espíritu Santo la gracia de que esa “crisis” se transforme realmente
en un momento de crecimiento, mediante el encuentro con Cristo».
Un
encuentro que es «capaz de re-construir nuestro ser, destruido por el pecado».
El penitente lo sabe, o, en el caso de que no fuera consciente de ello, al
acercarse a la Reconciliación «pide al Señor ser re-creado, pide que su vida
sea transformada». Por ello, es clara «la enorme y santa responsabilidad el
sacerdote, en cada una de las confesiones, para cada uno de los penitentes,
para que el encuentro con el Señor nunca sea obstaculizado». Aunque ello no
implique nunca «la renuncia a la tarea de “juez y médico”».
El
Penitenciario Mayor aclara también otro punto: «la dinámica relacional,
presente en la celebración del Sacramento, tiene en sí misma un valor
vocacional», entendiendo por vocación no tanto «la decisión que el “yo” toma,
sino, más bien la libre decisión que Dios toma, estableciendo la forma de la
relación que cada uno vive con Él». Claro, puede haber casos «existenciales en
los que la conversión coincida con la vocación, pero –advirtió el purpurado–
siempre es oportuno verificar que las dos realidades se distingan y que
el fiel, sobre todo si es joven, no intercambie el entusiasmo por la
vida nueva en Cristo con una simple llamada».
En
su “lectio”, Piacenza también insistió en la dimensión «dialógica» de la
estructura de la Reconciliación. Diálogo que, por parte del penitente, se
traduce en el «delicadísimo momento de la acusación» de los propios pecados;
por parte del confesor, en escucha «del hermano más débil y pobre». Escucha
«atenta, prudente, urgente, capaz de apreciar los matices»; escucha «profunda y
paternal del penitente»: este es «el primer paso de ese “milagro de cambio” que
la confesión determina». Y «es fruto de una gran autodisciplina», dijo el
cardenal, por lo tanto, «debería siempre insertarse generosamente en un
normal horario de empeños semanales, y precedido de algunos momentos de
recogimiento profundo y de oración, pidiendo volverse verdaderamente capaces de
escucha, con la consciencia dramática de la importancia, a veces determinante,
de nuestra mediación humana».
De
esta manera se puede animar al fiel «a confesar incluso lo que (errando, se
espera invenciblemente) no creía poder confesar».
Para
los jóvenes la escucha es una necesidad fundamental, insistió el cardenal,
considerando la «ausencia» en nuestro tiempo de «figuras capaces de auténtica
escucha». «Los jóvenes –dijo pensando en el Sínodo de octubre– con
sus esperanzas y desilusiones, con sus deseos y sus contradicciones y sus
miedos, tienen urgente necesidad de ser escuchados, no solo por los propios
coetáneos (admitiendo que sean capaces de escuchar), sino sobre todo por
verdaderos adultos, autorizados, acogedores, prudentes, capaces de una visión
unitaria del mundo, del hombre y de la vida, capaces de ser para los jóvenes
puntos de referencia firmes, afectivamente significativos y existencialmente
determinantes». Adultos que «no elijan nunca en lugar de los
jóvenes, sino que les sepan indicar, estable y razonablemente, la meta y el
camino para llegar a ella, apoyándolos en el camino, a veces arduo, que cada
uno debe hacer personalmente».
El
penitente, pues, sobre todo si es un joven, «tiene el derecho de escuchar, de
los labios del confesor, no las opiniones personales de un hombre, por
preparado cultural y teológicamente informado que esté, sino sola y únicamente
la Palabra de Dios», «interpretadas por el Magisterio auténtico», precisó
Piacenza.
En
la “lectio” no podía faltar una referencia a San Juan María Vianney, el
santo cura de Ars, «gran y ejemplar confesor». «Dios nos perdona, aunque
sepa que seguiremos pecando», decía el sacerdote. No se trata de «justificar el
pecado», explicó el cardenal: esta afirmación «simple y profunda» nace de la
«real constatación de la fragilidad humana y de la herida del “pecado
original”», que incide en facultades superiores como la inteligencia («que no
siempre conoce lo verdadero»), la libertad («que no siempre elige el bien») y
la voluntad («que no siempre hace el bien»).
Así
pues, la Confesión se puede definir «como un espacio de libertad, es más tal
vez el único y verdadero espacio de auténtica libertad» que tiene el hombre,
afirmó el Penitenciario. «La libertad, de hecho, no es “ausencia de vínculos” o
de condicionamientos», sino «certeza de ser amados incondicionalmente». «No
existe otro lugar, en la tierra, como la Reconciliación sacramental, en el que
sea posible tener una experiencia análoga: no solo ser amados
incondicionalmente, a pesar del propio pecado, sino también ver
destruido el propio pecado y ser amados plenamente, infinitamente».
En este horizonte de libertad, «es
posible intuir la vocación y elegir no seguirla», como sucede en el episodio
evangélico del “joven rico”. Jesús «no detiene a su interlocutor con más
razones persuasivas; sigue amándolo, pero se rinde humildemente a sus
decisiones». El confesor está llamado a ensimismarse en esta actitud,
respetando «las decisiones del penitente». No significa, de ninguna manera, «compartir
y “bendecir”», sino «simplemente aceptar no poder sustituirse a su libertad». Y
este, subrayó el cardenal, es «otro gran error de la cultura contemporánea»:
pretender «no solo que las aberraciones sean respetadas, sino que sean
compartidas y bendecidas y que nadie se permita decir lo contrario,
afirmar la existencia, por lo menos, de una alternativa real y posible. Solamente
el cristiano logra distinguir todavía adecuadamente, por amor, el error y quien
yerra».
SALVATORE
CERNUZIO
CIUDAD DEL VATICANO
Fuente: Vatican Insider