No es la vocación al
matrimonio o al sacerdocio. Sino otra cosa...
“Por
discernimiento no se pretende entender si uno se debe casar o ser sacerdote,
por el amor de Dios. Esa es una segunda fase de una existencia que ya ha sido
amasada en la comunión con Dios. ¡Qué desastre estamos haciendo al no hacer
esta distinción!”.
En “El arte de recomenzar” (Ediciones
San Pablo), Fabio Rosini ofrece una reflexión teológica sobre qué es
realmente el discernimiento, término a menudo usado en el pontificado del papa
Francisco.
Una dinámica que guía al
hombre
Por
discernimiento entendemos esa dinámica que guía interiormente a aquel que vive
en presencia del Señor, como el Señor Jesús está en presencia del Padre. Es la
orientación profunda del ser. No es sólo una elección, subsiste en todas las
elecciones. Es la masa de la nueva vida que el Señor Jesús ha inaugurado en la
carne humana.
“Olfateando” la presencia
de Dios Padre
Un
gato es un latente depredador, y cuando lleva a cabo la actividad depredadora
simplemente es sí mismo; un perro es un latente sabueso, y cuando olfatea y
señala no es una actividad “especial”, es su propia actividad.
Del
mismo modo, un hijo de Dios no tiene discernimiento sobre la voluntad de Dios
porque ha leído un libro o porque ha oído cientos de catequesis, sino porque
“huele” al Padre en las cosas, puesto que lo conoce. El discernimiento no es
una habilidad.
Es
una identidad redimida puesta en acción, es la relación de hijos con el Padre
que se vuelve sensibilidad, ojo agudo, oído entonado.
El
discernimiento, también el inicial, lo repetimos, se hace en diálogo con el
Señor, porque el discernimiento no es una habilidad, es una relación.
¡Una relación no se
improvisa!
Cuando
se parte sin luz se piensa que se puede improvisar el discernimiento, y sin
disciplina, y es frecuente en ese momento pensar que al mirar las cosas se
sabrá distinguir, y subdividir según el sentido común, la impresión, el
instinto. Sin ningún entrenamiento. No funciona así.
Por
lo menos se necesita un cero ortogonal. Se necesita un parámetro. De otro modo
cada evaluación tiene las piernas cortas, es ocasional, hormonal,
metereotrópico. No se puede vivir así. Y no se puede recomenzar al azar.
La vida bendecida
El
discernimiento sobre la propia vocación, es decir, sobre esta relación
cotidiana con el Señor, no termina con la juventud, se tendrá que enfrentar
durante toda la existencia.
Cada
día debemos entender a qué nos llama Dios. Entender la vocación de la vejez, de
la madurez, la vocación al trabajo, a la amistad. Y no se trata de estar en
proyectos estériles, en utopías pequeñas y grandes, sino en la realidad, en la
obediencia a la vida.
¿Es
decir? Vivir la vida como Dios la ha establecido. Es necesario entrar en las
venas de la vida, saberla vivir por como es. Se nos ha dado una vida bendecida.
Este es el mandamiento de Dios. Su voluntad es: obediencia a esta bendición. Es
vital descubrir, acoger y vivir la bendición de Dios en nuestra existencia.
“¿Cómo me salva Dios?”
Hay,
en la praxis del discernimiento, una ley de continuidad: el modo que
Dios tiene para salvarme tiene su coherencia.
Me
toma en general por una línea de gracia, por una clave de salvación. Eterna es
su misericordia, y el camino del Señor es recto, no es contradictorio.
¿Quiero
construir el bien? ¿Quiero volver a empezar? Esta es una de las cosas principales:
centrar la atención en cómo Dios me salva precisamente a mí.
Los lugares del Padre
Alguien
dijo que Dios se acerca con pasos de persona conocida, se mueve de un modo
reconocible. El Espíritu del Señor tiene su manera de entrar en el corazón de
cada uno.
Muchas
veces me ha servido volver sobre los pasos de mis gracias, para rastrear la
guarida del bien en mi territorio, recordar los lugares habituales de mi
dejarme encontrar por el Padre. Se que hay cosas que si las hago, me hacen
bien, siempre me han hecho bien.
¡Generar vida!
La
última etapa del discernimiento de primer nivel es generar vida. El parámetro
extremo de todo este recorrido es la vida de los demás. Cada cosa es un camino
de la soledad a la relación. Cada cosa que hagas, para volver a empezar, tiene
un término que evalúa todo: verifica si te lleva a generar vida
Un movimiento de amor
El
amor es la luz que guía en el reconocimiento de las primeras evidencias, y el
amor es la verdadera prioridad. Cada inspiración es un movimiento de amor,
porque viene del Espíritu Santo que es amor; las humillaciones, si son
acogidas, te vuelven capaz de actos pascuales, que son actos de amor; las
propias bendiciones se identifican poniéndose en las huellas de la
manifestación del amor en nuestra vida. En resumen: el parámetro de todo es la
vida de los demás. Es la fecundidad.
Si
estoy haciendo un buen camino no lo digo yo, lo dicen aquellos que están cerca
de mí. Es a ellos a quienes se les pregunta. Porque mi esencia de hombre es mi
capacidad de generar vida.
“¿Para quién soy?”
Por
lo tanto, la fecundidad es el principio más claro del discernimiento.
Una
de las cosas más inútiles es hacer discernimiento para llegar a entender quién
soy, sino que la verdadera pregunta es: ¿para quién soy? Estar contento conmigo
mismo – para mí mismo y ya está – sería un horror. Si al final no me abro a
nadie, tampoco yo soy alguien.
Este
es el ejercicio para llegar al objetivo: preguntarse ¿yo para quién soy? Mirar
alrededor, y empezar a responder.
Gelsomino del Guercio
Fuente:
Aleteia