Reservado para quienes se
encuentran en su lecho de muerte, puede ser un gran momento de gracia
Cuando
una persona está cerca del umbral de la muerte, hay una bendición en particular
que la Iglesia reserva para este momento tan sagrado: el perdón apostólico.
Es un perdón que puede ser dado por cualquier sacerdote, y que tiene el poder especial de quitar todas las penas temporales del pecado.
Es un perdón que puede ser dado por cualquier sacerdote, y que tiene el poder especial de quitar todas las penas temporales del pecado.
La Enciclopedia
Católica explica exactamente lo que es el perdón apostólico y los
requisitos para celebrarlo.
“La
unción [de los enfermos] suele realizarse con el otorgamiento de la
bendición apostólica, o “última bendición”, como se llama
comúnmente. A esta bendición se agrega una indulgencia plenaria, que se
obtiene, sin embargo, sólo a la hora de la muerte, es decir, se le da nunc
pro tunc. Se confiere en virtud de una facultad especial concedida a los
obispos y por ellos delegada en general a sus sacerdotes.
Las
condiciones necesarias para obtenerlo son la invocación del Santo Nombre de
Jesús, al menos mentalmente, actos de resignación por los cuales el moribundo
profesa su disposición a aceptar todos sus sufrimientos en reparación de sus
pecados y se somete por entero a la voluntad de Dios… Las palabras de san
Agustín lo explican: “Por muy inocente que haya sido su vida, ningún
cristiano debe aventurarse a morir en ningún otro estado que el del penitente”.
El
perdón apostólico es precedido normalmente por el sacramento de la
penitencia, siempre que la persona moribunda esté en condiciones de
participar en él. El sacerdote reza entonces la “última bendición”.
Por los santos
misterios de nuestra redención,
que Dios todopoderoso te libere
de todos los castigos en esta vida
y en la vida futura.
Que te abra las puertas del paraíso
y te dé la bienvenida a la alegría eterna.
R. Amen.
que Dios todopoderoso te libere
de todos los castigos en esta vida
y en la vida futura.
Que te abra las puertas del paraíso
y te dé la bienvenida a la alegría eterna.
R. Amen.
O
como se rezaba tradicionalmente en tiempos pasados, añadiendo algún contexto
adicional de la Biblia:
Que nuestro Señor
Jesucristo, que dio a su bendito apóstol Pedro el poder de atar y desatar,
acepte misericordiosamente tu confesión y restaure tu inocencia bautismal.
Y yo, por el poder que me ha dado la Santa Sede, te concedo una
indulgencia plenaria y la remisión de todos los pecados; En el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Por los misterios sagrados
de la salvación de la humanidad, que Dios Todopoderoso te perdone las
penas de la vida presente y de la vida venidera, y que Él te abra las
puertas del Paraíso y te admita a la felicidad eterna.
Es
una bella oración y está destinada a acelerar el paso del alma penitente a las
puertas del cielo, perdonando el castigo del pecado que ya se ha confesado
o, al menos, del que se ha arrepentido completamente en su corazón. No
garantiza que alguien vaya directamente al cielo, pero despeja los
obstáculos de la carretera, por así decirlo, para que el alma pueda elegir
libremente correr hacia los brazos de Jesús.
La oración es
un acto supremo de misericordia y tiene un gran poder, aprovechando la
autoridad dada a san Pedro para “atar y desatar” (Mateo 16, 19). Es un
regalo para un alma en su lecho de muerte y tiene el beneficio añadido de dar
paz a la familia y amigos, asegurándoles que han hecho todo lo posible para
acercar su alma a las puertas del Paraíso.
Philip Kosloski
Fuente:
Aleteia