7 características de un
hombre de Dios según San Alberto Hurtado
San
Alberto Hurtado, un sacerdote chileno, fue un hombre de convicciones, firme en
la fe y en su vocación. Su historia de vida no está exenta de luchas y
sacrificios por alcanzar la santidad en una sociedad corrompida por el dinero y
el éxito profesional. Era un hombre de oración. Siempre se acercaba a Jesús
sacramentado para contarle sus penas y alegrías. Así fue como, poco a poco, se
fue dejando permear por el amor de Cristo hasta el punto de entregarle su vida
en el rostro de los más pobres. Antes de morir, en su última predicación,
nos dejó un hermoso texto en el cual encontramos algunas características del
sacerdote escritas por él mismo.
Aquí
les dejo de manera breve las palabras de este gran santo, dirigidas sobre todo
para quienes buscan hacer la voluntad de Dios a través de la vocación a la vida
consagrada.
El
sacerdote…
1. "¡No es un
ángel!"
Eso
está más que claro. A veces vivimos en la cultura de la exigencia. Queremos que
todo sea perfecto en las personas. Pero, ¡todos tenemos flaquezas! Exigimos del
sacerdote alegría 100%, disponibilidad 24/7, entrega total, etc. El
sacerdote es una persona como nosotros, que siente pena y alegría, que se
cansa, que lucha por combatir sus imperfecciones. No es un ángel. También
trabaja en mejorar sus defectos, en cambiar las cosas negativas que hay en él,
en crecer humana y espiritualmente.
Es
bueno esperar mucho de un sacerdote, pero debemos saber que también es un
hombre. Respetarlo como es, aceptarlo con sus dones e imperfecciones. Ayudarlo,
colaborar con él. Dice San Alberto Hurtado que "… es un mediador entre
Dios y el pueblo en lo que concierne a las realidades divinas". Fácil
sería que fuese un santo, listo para irse al cielo, pero no es así, tiene
imperfecciones como tú y yo. Lo bueno es que trabaja arduamente por mejorar y
superarse, sabe que este es el camino hacia la perfección.
"(…
) otras tantas veces me ha dicho: “Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone
de manifiesto en la debilidad”. “Y me complazco en soportar por Cristo
debilidades, injurias, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me
siento débil, entonces es cuando soy fuerte”" (2 Corintios 12, 9-10).
2. "Experimenta
hambre, frío, peso de la edad…"
Es
una dura realidad, aunque muchos no lo crean. El prejuicio general es que al
sacerdote no le falta nada, vive como rey, pero los que tenemos contacto con
muchos sacerdotes sabemos que la realidad dice algo diferente. Son muchos los
sacerdotes que pasan hambre y frío en el mundo. A muchos les falta el pan, el
agua, o las condiciones básicas de higiene. Piensen en los lugares inhóspitos
donde la Iglesia llega: África, India, Camboya, zonas apartadas de Brasil,
Bolivia, Egipto, Siria, Indonesia, etc. Siempre pensamos en países
occidentalizados, pero ¿dónde están aquellos que viven en zonas apartadas y en
constante conflicto? Ellos dan su vida a causa del Evangelio y muy pocos lo
valoran.
Al
llegar la vejez siguen en su ministerio, fieles a la llamada de Dios.
Sacerdotes viejitos caminan aún por las calles dejando el buen olor de
Cristo. A veces viven solos, sin nadie más que la casa parroquial. Y,
¿se quejan? ¡Jamás! Valoremos como católicos al sacerdote recordando a nuestros
hermanos que viven en malas condiciones de vida y siguen luchando por construir
el Reino de Dios en la tierra.
"Hijo,
si te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba; orienta bien tu
corazón, mantente firme, y en tiempo de adversidad no te inquietes. únete a Él
y no te aleje… acepta lo que te venga, y sé paciente en dolores y
humillaciones… Confía en Él pues vendrá en tu ayuda…" (Eclesiástico 2,
1-4.6).
3. "Carga
pasiones, y la del pecado"
Ya
hablamos que el sacerdote también es humano y tiene imperfecciones, y por
supuesto carga con ellas. Pero no es una carga agobiante porque tiene presente
las palabras de Jesús: "mi yugo es suave y mi carga ligera". Todos
cargamos nuestra propia cruz. Una cruz de infidelidades y pecados.
A
veces podemos encontrar a sacerdotes que son propensos a la soberbia, la
avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula o la pereza. Son conscientes
de su debilidad y trabajan en ello. Pero no pensemos que es algo agobiante,
Dios cuando llama da la gracia para vivir conforme a la vocación que hemos
recibido de él mismo. El sacerdote es feliz en su vocación, pero esto no quita
que también peque. Es el primero que confía en la efectividad del sacramento
que Cristo mismo imparte a través de él: la confesión. Sí, se confiesa también.
Acude como un buen católico a otro sacerdote para confesarse y pedir la gracia
de Dios, la reconciliación con el Padre. Así pues, el sacerdote predica y
practica.
"Ahora,
en cambio, liberados del pecado y convertidos en siervos de Dios, tienen como
fruto la plena consagración a él y como resultado final la vida eterna. En
efecto, el pago del pecado es la muerte, mientras que Dios nos ofrece como don
la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor" (Romanos 6,
22-23).
4. "Su santidad,
si se puede hablar de ella, es en marcha: un esfuerzo, un combate"
Todos
buscamos la santidad de vida. El sacerdote también. Para ellos la santidad es
el camino que abre las puertas a la comunión con los demás. Si uno ve a un
sacerdote santo, le dan ganas de ser santo también. Es una cadena, un santo
engendra a otro santo, porque el ejemplo arrastra. Aquella santidad sacerdotal
está en marcha, como bien dice San Alberto, o sea que es una lucha constante.
El combate espiritual es para todos parejo, no en igual medida ciertamente,
pero para todos es una lucha. Día a día. Es un combate que requiere esfuerzo
personal. Darlo todo en la cancha, como se dice. Abrir el corazón y decirle al
Señor: "Éste soy yo, Señor. Tú me conoces bien, sabes qué hay aquí dentro,
te pido me ayudes a dejarme iluminar por tí, a enfocarme más en el amor que tú
me tienes desde la eternidad". Si el sacerdote lucha y anima al Pueblo de
Dios a luchar contra sus pasiones, contra el mal, es porque tiene claro las
palabras del Salmo 50, 19: "Dios quiere el sacrificio de un espíritu
contrito, un corazón contrito y humillado, Tú Señor, no lo desprecias".
"Nuestra
lucha no es contra adversarios de carne y hueso… sino contra los que dominan
este mundo de tinieblas… Por eso deben empuñar las armas que Dios les ofrece,
para que puedan resistir en los momentos adversos y superar todas las
dificultades sin ceder terreno" (Efesios 6, 12-13).
5. "Viene de Dios,
pero sacado de entre nosotros"
Antes
de ser sacerdote era un hombre común y corriente que vivía entre nosotros,
estudiaba con nosotros, trabajaba con nosotros. Jugábamos con ellos, les
conocimos de niños. Pero un buen día Dios los llamó a dejarlo todo, a cargar su
cruz y a seguirlo a dónde Él fuera. El sacerdote tiene una historia de vida,
tiene familia, sueños, sentimientos, etc. Es como nosotros, también sufre y se
alegra. Dios le ha sacado de entre nosotros para invitarle a entregarse a Él y
a los demás con un amor universal. Quizá ya no en su propia ciudad, en otros
casos bastante lejos de su país, pero el sacerdote no olvida su origen, no debe
olvidarlo. También extraña a su familia, sufre cuando ellos sufren; pero en
todo esto sabe que allí está el Señor que le ha llamado y ha prometido darle el
ciento por uno, cuidando de su familia, otorgándole día a día la fuerza
necesaria para perseverar en el camino sacerdotal.
"Todo
sacerdote, en efecto, es tomado de entre los hombres y puesto al servicio de
Dios en favor de los hombres… Está en grado de ser comprensivo con los
ignorantes y los extraviados, ya que él también está lleno de flaquezas…"
(Hebreos 5, 1-2).
6. "Cuando él
ora, oramos con él"
Todos
los domingos en la “Oración Universal”, "el pueblo, ejercitando su oficio
sacerdotal, ruega por todos los hombres" (Ordenación Gral. del Misal
Romano 45). El carácter intercesor está muy arraigado en el corazón de la
Iglesia y sobre todo en el corazón sacerdotal. Podemos decir, con certeza, que
cuando el sacerdote ora, todos oramos con él. Piensen cuántas misas a diario se
celebran en el mundo, y en todas ellas está presente la Iglesia como Cuerpo
Místico de Cristo. ¡Y todos los bautizados formamos parte de este Cuerpo! Que
no nos quepa la menor duda de que todos los sacerdotes del mundo a diario nos
encomiendan en la Santa Misa, pidiendo por la conversión de los pecadores y la
salvación del mundo entero.
"Te
ruego ante todo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas, acciones de
gracias por todos los hombres, por los reyes y todos los que tienen autoridad,
para que podamos gozar de una vida tranquila y apacible, plenamente religiosa y
digna. Esto es bueno y grato a los ojos de Dios… que quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Timoteo 2,
14).
7. "No es un
superhombre"
No
es un superhéroe ni un superhombre, pero ¡vaya que ayuda! Nos trae todos los
días a Jesús en la Eucaristía, ¡lo tiene en sus manos! Además, acerca a muchos
al Evangelio y al camino recto, sale en busca de la oveja perdida y la trae de
vuelta al rebaño, perdona los pecados en nombre de Dios, lleva luz donde hay
oscuridad, ayuda a que la semilla de la fe crezca en nuestros corazones, nos
guía, nos ama, nos corrige e instruye. El sacerdote no será un superhombre,
pero es un auténtico hermano, un buen amigo, un gran padre y un fiel hijo de la
Iglesia. Nunca olvidemos pedirle al Señor por nuestros hermanos sacerdotes de
todo el mundo para que les ilumine el camino, les de perseverancia y un corazón
sacerdotal auténtico, en fin, que les haga instrumentos de su amor y
misericordia en medio del mundo de hoy.
"No
me eligieron ustedes a mí; fui yo quien los elegí a ustedes. Y los he destinado
para que vayan y den fruto abundante y duradero… como no pertenecen al mundo,
porque yo los elegí y los saqué de él, por eso el mundo los odia. Recuerden que
dije: “Ningún siervo es superior a su señor”"(Juan 15, 16.19-20).
Podemos
concluir con las mismas palabras de San Alberto Hurtado:
"Los
cristianos sabemos que hay un solo sacerdote (Cristo) en quien reside la
plenitud del sacerdocio. Pero Él sabe que nosotros necesitamos signos palpables
y ¿qué signos más palpables que las personas humanas?. Y por eso, Él que se
dejó ver y tocar por los habitantes de Palestina, ha querido continuarse en
todos los puntos del espacio y del tiempo por sacerdotes, hombres sujetos a un
hombre; a quienes los cristianos miren como los ministros de Cristo y
dispensadores de los misterios de Dios".
Las
frases han sido sacadas de: La última homilía del Padre Hurtado en las bodas de
plata sacerdotales de don Manuel Larraín. Publicado por Fundación Padre
Hurtado. Santiago, Chile. 2004.
Por:
H. Edgar Henríquez Carrasco