Cuando Dios llama para una
misión, encuentras un entusiasmo indescriptible
Durante
un tiempo solía acompañar a mi abuela a la misa dominical en la capilla del
colegio Don Bosco de mi ciudad.
A la misa asistían dos o tres monaguillos de unos 8 años más o menos, los de siempre, sin nada que llamase mi atención de manera especial. Pero un día mi abuela me apuntó a uno de ellos que desempeñaba su labor con mayor entusiasmo que el resto de los niños.
A la misa asistían dos o tres monaguillos de unos 8 años más o menos, los de siempre, sin nada que llamase mi atención de manera especial. Pero un día mi abuela me apuntó a uno de ellos que desempeñaba su labor con mayor entusiasmo que el resto de los niños.
Me
contaba que este niño desde muy pequeño deseaba ser sacerdote y que la
mamá se oponía, por lo tanto, la que lo llevaba a la misa era una buena amiga
de la madre que tuvo la tarea de convencer a la madre de que dejara al niño ser
monaguillo.
No
siempre acompañaba a mi abuela a esa misa en particular, pero cuando iba miraba
con atención al monaguillo que además iba creciendo y ahora tenía labores más
importantes en el altar. Llamaba la atención su presencia, todo él estaba
presente de una manera distinta durante la hora que duraba la misa. Y así,
pensaba yo, nace un sacerdote.
No
hay nada más bonito en la vida y que me deje con un sentimiento de gran
satisfacción que toparme con algún profesional que haga su labor de vocación.
Todos habrán conocido algún médico que atienda a sus enfermos con entusiasmo y
alegría, que los haga sonreír a pesar de su enfermedad; o un profesor que,
aunque haya sido estricto y te haya sacado de clases en varias ocasiones, haya
sido en tu opinión, “el mejor profesor de tu vida” y además pensar en él te
deja un sentimiento de admiración.
Cuando
las personas aman lo que hacen y lo hacen con pasión se nota, no solamente
en su arte, sino también en su vida, y quienes se topan con ellos quedan
contagiados de su entusiasmo y alegría. Entonces el profesional que ama su
profesión, se vuelve eso: un artista.
Muchos
padres deseamos que nuestros hijos elijan la misma carrera que nosotros,
quizás abogados, médicos o arquitectos, sea por razones económicas, porque
consideramos que nuestras carreras son nobles o porque son las que mayores
oportunidades de trabajo les darán.
Sin
embargo, es bueno que dejemos que ellos descubran cuál es su pasión en
la vida, porque eso es lo que harán por muchos años y más vale hacerlo
disfrutándolo. Además, los profesionales de vocación son altamente eficientes.
Yo creo
que las vocaciones religiosas difieren en algo del llamado que siente
cada uno hacia cualquier profesión. El llamado de un sacerdote o de una persona
que se consagra a Dios, es decir que entrega su vida al servicio exclusivo del
Señor, tiene un sentido sobrenatural, no puedes “desoírlo”.
Cuando
Dios llama, todas las fibras de tu cuerpo lo escuchan, el alma se alegra,
aunque a veces nuestra humanidad dude. Finalmente se decanta por el mensaje y
se entiende perfectamente que Dios te ha llamado para una misión especial. Dios
te quiere para Él, para llevar su mensaje, para mirar de manera distinta a la
humanidad que tanto ama Dios.
Contrariamente
a lo que uno puede pensar, los sacerdotes y las religiosas no viven
deprimidos y solos condenados a una vida de sacrificio. Conozco sacerdotes que
desempeñan su labor con una entrega absoluta y con una alegría que entusiasma.
Pablo
Domínguez, teólogo, filósofo y sacerdote español, decía: “Yo tengo la profesión
de sacerdote, no tengo un compromiso con una persona, más bien tengo la
libertad de comprometerme con la vida de muchos”. Y su vida la vivió sin
desperdicio alguno, al servicio de todos, dejando una huella difícil de borrar
en aquellos que lo conocieron (*).
El
llamado al matrimonio para el sacerdote de vocación es poco, comprometerse con
una persona no les suele llamar tanto la atención, pues tienen de frente una
tarea mucho más grande, la de encaminar a toda una comunidad hacia Dios.
Cuando
el sacerdote es de vocación y lleva su tarea con pasión, la comunidad lo siente
y crece y el sacerdote encarna lo que está llamado a ser desde el principio: un
nuevo Jesús.
Conozco
otra anécdota muy bonita contrastando la del principio. Un sacerdote en la
Argentina, amigo mío, contaba que cuando salió del seminario y pasó a ser
párroco la madre salió de su casa y se fue a vivir junto con él y allí, junto a
su hijo, murió feliz.
La
labor del sacerdote es entrañable, y para un católico tener un hijo que
tenga deseos de ser sacerdote y servir a Dios poniéndose frente a una comunidad
debe ser un motivo de orgullo y no de angustia. ¡Cuántas vocaciones
necesitamos para que el hombre pueda encontrar a Dios, su fin último!
Por
eso te sugiero que si tienes un hijo o hija que quiera consagrar su vida a
Dios apoyes esta decisión y ojalá puedas orientarlo de modo que encuentre el
camino y la formación que necesita para desempeñar el lugar en la Iglesia según
su vocación.
Cuando
Dios llama para una misión, encuentras un gozo y un entusiasmo indescriptible en
tu trabajo, lo he sentido como catequista y lo he visto en muchos jóvenes que
se enlistan en los diferentes grupos de trabajo de las parroquias.
Todos
estamos llamados al servicio desde el bautismo cuando somos ungidos como:
sacerdotes (guías), profetas (testigos) y reyes (servidores). Y en el
servicio a los otros, uno encuentra la plenitud. Alégrate de tener un hijo
sacerdote, pues su tarea abrirá las puertas del cielo para muchos.
*La Ultima Cima,
documental del español Juan Manuel Cotelo.
Lorena Moscoso
Fuente:
Aleteia