El Papa dijo que “la vida cristiana es ante todo la respuesta grata a un Padre generoso”
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Esta
audiencia será como la del miércoles pasado. En el Aula Pablo VI hay tantos
enfermos para que estén mejor, para que estuvieran más cómodos. Pero seguirán
la audiencia con la pantalla gigante y también ellos con nosotros; es decir no
hay dos audiencias. Hay una sola. Saludemos a los enfermos del Aula Pablo VI. Y
sigamos hablando de los mandamientos que, como dijimos, más que mandamientos
son las palabras de Dios a su pueblo para que camine bien: palabras amorosas de
un Padre.
Las
diez Palabras empiezan así: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te he sacado del
país de Egipto, de la casa de servidumbre” (Ex 20, 2). Este comienzo sonaría
extraño con las leyes verdaderas y propias que siguen. Pero no es así.
¿Por
qué esta proclamación que Dios hace de sí mismo y de la liberación? Porque se
llega al Monte Sinaí después de atravesar el Mar Rojo: el Dios de Israel
primero salva, luego pide confianza. [1] Es decir: el Decálogo comienza con la
generosidad de Dios. Dios no pide nunca sin haber dado antes. Nunca. Primero
salva, después da, luego pide. Así es nuestro Padre, Dios bueno.
Y entendemos la importancia de la primera declaración: "Yo soy el Señor tu Dios". Hay un posesivo, hay una relación, una pertenencia mutua. Dios no es un extraño: es tu Dios. [2] Esto ilumina todo el Decálogo y también revela el secreto de la acción cristiana, porque es la misma actitud de Jesús que dice: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros" (Jn 15, 9). Cristo es el amado del Padre y nos ama con ese amor. Él no comienza desde sí mismo, sino desde el Padre. A menudo nuestras obras fracasan porque partimos de nosotros mismos y no de la gratitud. Y quién empieza por sí mismo: ¿Dónde llega? ¡Llega a sí mismo! Es incapaz de hacer camino, vuelve a sí mismo. Es precisamente esa actitud egoísta que la gente bromeando dice: “Esa persona es yo, mí, me, conmigo”. Sale de sí mismo y vuelve a sí mismo.
La
vida cristiana es, ante todo, la respuesta agradecida a un Padre
generoso. Los cristianos que solo siguen "deberes" denotan que no
tienen una experiencia personal de ese Dios que es "nuestro". Yo
debo hacer esto, eso y lo otro… Solamente deberes. ¡Pero te falta algo! ¿Cuál
es el fundamento de este deber? El fundamento de este deber es el amor de Dios
Padre, que primero da y luego manda.
Anteponer
la ley a la relación no ayuda al camino de la fe. ¿Cómo puede un joven desear
ser cristiano, si partimos de obligaciones, compromisos, coherencias y no de la
liberación? ¡Pero ser cristiano es un camino de liberación! Los mandamientos te
liberan de tu egoísmo y te liberan porque el amor de Dios te lleva hacia
delante. La formación cristiana no se basa en la fuerza de voluntad, sino en la
aceptación de la salvación, en dejarse amar: primero el Mar Rojo, luego el
Monte Sinaí. Primero la salvación: Dios salva a su pueblo en el Mar Rojo,
después en el Sinaí le dice lo que tiene que hacer. Pero ese pueblo sabe que
hace esas cosas porque ha sido salvado por un Padre que lo ama.
La
gratitud es un rasgo característico del corazón visitado por el Espíritu Santo;
para obedecer a Dios, primero debemos recordar sus beneficios. San Basilio
dice: "Quien no deja que esos beneficios caigan en el olvido, está
orientado hacia la buena virtud y hacia toda obra de la justicia" (Reglas
breves, 56). ¿A dónde nos lleva todo esto? A ejercitar la memoria: [3] ¡Cuántas
cosas bellas ha hecho Dios por cada uno de nosotros! ¡Qué generoso es nuestro
Padre Celestial!
Ahora
me gustaría proponeros un pequeño ejercicio: que cada uno, en silencio,
responda para sí. ¿Cuántas cosas hermosas ha hecho Dios por mí? Esta es la
pregunta. En silencio cada uno de nosotros responda. ¿Cuántas cosas hermosas ha
hecho Dios por mí? Y esta es la liberación de Dios. Dios hace tantas cosas bellas
y nos libera.
Y
sin embargo, alguno puede sentir que aún no ha tenido una verdadera experiencia
de la liberación de Dios. Puede suceder. Podría ser que uno mire en su interno
y encuentre solo sentido del deber, una espiritualidad de siervos y no de hijos.
¿Qué hacer en este caso? Lo que hizo el pueblo elegido. Dice el libro del
Éxodo: "Los israelitas, gimiendo bajo la servidumbre, clamaron, y su
clamor que brotaba del fondo de su esclavitud, subió a Dios. Oyó Dios sus
gemidos y acordóse Dios de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob... Y miró Dios
a los hijos de Israel y conoció"(Ex 2, 23-25). Dios piensa en mí.
La
acción liberadora de Dios al comienzo del Decálogo – es decir, de los
Mandamientos- es la respuesta a este lamento. No nos salvamos solos, pero de
nosotros puede salir un grito de ayuda: “Señor, sálvame, Señor enséñame el
camino, Señor, acaríciame, Señor, dame un poco de alegría”. Esto es un grito
que pide ayuda. Esto depende de nosotros: pedir que nos liberen del egoísmo,
del pecado, de las cadenas de la esclavitud. Este grito es importante, es
oración, es conciencia de lo que todavía está oprimido y no liberado en
nosotros. Hay tantas cosas que no han sido liberadas en nuestra alma, “Sálvame,
ayúdame, libérame”. Esta es una hermosa oración al Señor. Dios espera ese grito
porque puede y quiere romper nuestras cadenas; Dios no nos ha llamado a la vida
para estar oprimido, sino para ser libres y vivir con gratitud, obedeciendo con
alegría a Aquel que nos ha dado tanto, infinitamente más de lo que nosotros
podremos darle. Es hermoso esto ¡Que Dios sea siempre bendito por todo lo que
ha hecho, lo que hace y lo que hará en nosotros!
Fuente:
ACI Prensa