Es más que un mero gesto rutinario, está impregnado
de simbolismo bíblico
Andreas Solaro | AFP |
Para los católicos romanos, hay un gesto
rápido que a menudo pasa desapercibido antes del recitado del Evangelio durante
la misa. Es un dibujo breve de la cruz que no es la seña típica y contiene
mucho simbolismo.
El gesto es una imitación
directa de lo que el diácono (o sacerdote, cuando no hay un diácono presente)
ha de hacer antes de recitar las palabras del santo Evangelio. El Misal Romano estipula: “[tras] haber
anunciado el título del libro evangélico del cual se ha tomado la perícopa que
va a leer, [el sacerdote traza] con el pulgar de la mano derecha un signo de
cruz sobre el libro y tres sobre sí (sobre la frente, sobre la boca y sobre el
pecho)”.
Antes, si un diácono va a proclamar
el Evangelio, el sacerdote le dará una bendición en la que recita la siguiente
oración:
El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su Evangelio; en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo
De manera similar, cuando el
sacerdote es quien proclama el Evangelio, reza estas palabras silenciosamente:
Limpia mi corazón y mis labios, Dios
omnipotente, para que pueda proclamar dignamente el santo Evangelio
Los laicos y todos los demás que
asisten a la misa están invitados a hacer una oración y un gesto similar antes
de la lectura del Evangelio. Se les anima a decir interiormente una breve
oración que les prepare para recibir la Palabra de Dios.
La Palabra del Señor esté en mi mente, en
mis labios y en mi corazón.
Es un acto hermoso con profundas raíces
bíblicas. Por ejemplo, Dios explica al pueblo de Israel que recite una frase
particular (“Escucha, Israel…”) de forma diaria, pero también que pongan esa
frase “como una marca sobre tu frente” (Deuteronomio 6, 8). Muchos judíos lo
asumieron literalmente y colocaban un pequeño pergamino sobre su frente. Era un
recordatorio visible de mantener siempre en mente la Palabra de Dios.
En segundo lugar, la oración
evoca a cuando el profeta Isaías recibió una visión en la que un ángel purificó
sus labios con carbón ardiendo (ver Isaías 6). Esta conexión se mantiene en la
Forma Extraordinaria de la Misa, en la que el sacerdote recita la siguiente
oración antes del Evangelio:
Limpia mi corazón y mis labios, Dios
omnipotente, Tú que limpiaste los labios del Profeta Isaías con un carbón
encendido. Por tu grata misericordia dígnate limpiarme para que sepa anunciar
con dignidad Tu santo Evangelio.
Por último, la oración hace
referencia a las palabras de la Carta a
los hebreos, donde el autor escribe: “la Palabra de Dios es viva y eficaz,
y más cortante que cualquier espada de doble filo: ella penetra hasta la raíz
del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4, 12).
Por tanto, cuando hacemos este
gesto en misa, es verdaderamente una oración profunda que nos abre a las
palabras de Jesucristo. Cada vez que escuchamos el Evangelio, Jesús llama a las
puertas de nuestro corazón, esperando a poder entrar. Solamente tenemos que
abrirle la puerta.
Philip
Kosloski
Fuente:
Aleteia