Los Apóstoles entendieron en sentido inmediato las palabras de Jesús en la última cena. "Tomó pan... y dijo: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo." (Lc 22,19)
Son
varios los caminos por los que podemos acercarnos al Señor Jesús y así vivir
una existencia realmente cristiana, es decir, según la medida de Cristo mismo,
de tal manera que sea Él mismo quien viva en nosotros (ver Gál 2,20). Una vez
ascendido a los cielos el Señor nos dejó su Espíritu.
Por
su promesa es segura su presencia hasta el fin del mundo (ver Mt 28, 20).
Jesucristo se hace realmente presente en su Iglesia no sólo a través de la
Sagrada Escritura, sino también, y de manera más excelsa, en la Eucaristía.
¿Qué
quiere decir Jesús con "venid a mí"? Él mismo nos revela el misterio
más adelante: "Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre,
el que crea en mí no tendrá nunca sed." (Jn 6, 35). Jesús nos invita a
alimentarnos de Él. Es en la Eucaristía donde nos alimentamos del Pan de Vida
que es el Señor Jesús mismo.
¿No está Cristo hablando
de forma simbólica?
Cristo,
se arguye, podría estar hablando simbólicamente. Él dijo: "Yo soy la
vid" y Él no es una vid; "Yo soy la puerta" y Cristo no es una
puerta.
Pero
el contexto en el que el Señor Jesús afirma que Él es el pan de vida no es
simbólico o alegórico, sino doctrinal. Es un diálogo con preguntas y respuestas
como Jesús suele hacer al exponer una doctrina.
A
las preguntas y objeciones que le hacen los judíos en el Capítulo 6 de San
Juan, Jesucristo responde reafirmando el sentido inmediato de sus palabras.
Entre más rechazo y oposición encuentra, más insiste Cristo en el sentido único
de sus palabras: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera
bebida" (v.55).
Esto
hace que los discípulos le abandonen (v. 66). Y Jesucristo no intenta
retenerlos tratando de explicarles que lo que acaba de decirles es tan solo una
parábola. Por el contrario, interroga a sus mismos apóstoles: "¿También
vosotros queréis iros?". Y Pedro responde: "Pero Señor... ¿con quién
nos vamos si sólo tú tienes palabras de vida eterna?" (v. 67-68).
Los
Apóstoles entendieron en sentido inmediato las palabras de Jesús en la última
cena. "Tomó pan... y dijo: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo."
(Lc 22,19). Y ellos en vez de decirle: "explícanos esta parábola,"
tomaron y comieron, es decir, aceptaron el sentido inmediato de las palabras.
Jesús no dijo "Tomad y comed, esto es como si fuera mi cuerpo.es
un símbolo de mi sangre".
Alguno
podría objetar que las palabras de Jesús "haced esto en memoria mía"
no indican sino que ese gesto debía ser hecho en el futuro como un simple
recordatorio, un hacer memoria como cualquiera de nosotros puede recordar algún
hecho de su pasado y, de este modo, "traerlo al presente". Sin
embargo esto no es así, porque memoria, anamnesis o memorial,
en el sentido empleado en la Sagrada Escritura, no es solamente el recuerdo de
los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios
ha realizado en favor de los hombres.
En
la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma,
presentes y actuales. Así, pues, cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace
memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que
Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz permanece siempre actual (ver
Hb 7, 25-27). Por ello la Eucaristía es un sacrificio (ver Catecismo de la
Iglesia Católica nn. 1363-1365).
San
Pablo expone la fe de la Iglesia en el mismo sentido: "La copa de
bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el
pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?". (1Cor 10,16).
La comunidad cristiana primitiva, los mismos testigos de la última cena, es decir,
los Apóstoles, no habrían permitido que Pablo transmitiera una interpretación
falsa de este acontecimiento.
Los
primeros cristianos acusan a los docetas (aquellos que afirmaban que el cuerpo
de Cristo no era sino una mera apariencia) de no creer en la presencia de
Cristo en la Eucaristía: "Se abstienen de la Eucaristía, porque no
confiesan que es la carne de nuestro Salvador." San Ignacio de Antioquía
(Esmir. VII).
Finalmente,
si fuera simbólico cuando Jesús afirma: "El que come mi carne y bebe mi
sangre...", entonces también sería simbólico cuando añade: "...tiene
vida eterna y yo le resucitaré en el último día" (Jn 6,54). ¿Acaso la
resurrección
es
simbólica? ¿Acaso la vida eterna es simbólica?
Todo,
por lo tanto, favorece la interpretación literal o inmediata y no simbólica del
discurso. No es correcto, pues, afirmar que la Escritura se debe interpretar
literalmente y, a la vez, hacer una arbitraria y brusca excepción en este
pasaje.
Si
la misa rememora el sacrificio de Jesús, ¿Cristo vuelve a padecer el Calvario
en cada Misa?
La
carta a los Hebreos dice: "Pero Él posee un sacerdocio perpetuo, porque
permanece para siempre... Así es el sacerdote que nos convenía: santo
inocente...que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día... Nosotros
somos santificados, mediante una sola oblación... y con la remisión de los
pecados ya no hay más oblación por los pecados." (Hb 7, 26-28 y 10,
14-18).
La
Iglesia enseña que la Misa es un sacrificio, pero no como acontecimiento
histórico y visible, sino como sacramento y, por lo tanto, es incruento, es
decir, sin dolor ni derramamiento de sangre (ver Catecismo de la Iglesia
Católica n. 1367).
Por
lo tanto, en la Misa Jesucristo no sufre una "nueva agonía", sino que
es la oblación amorosa del Hijo al Padre, "por la cual Dios es
perfectamente glorificado y los hombres son santificados" (Concilio
Vaticano II. Sacrosanctum Concilium n. 7).
El
sacrificio de la Misa no añade nada al Sacrificio de la Cruz ni lo repite, sino
que "representa," en el sentido de que "hace presente"
sacramentalmente en nuestros altares, el mismo y único sacrificio del Calvario
(ver Catecismo de la Iglesia Católica n. 1366; Pablo VI, Credo del Pueblo de
Dios n. 24).
El
texto de Hebreos 7, 27 no dice que el sacrificio de Cristo lo realizó "de
una vez y ya se acabó", sino "de una vez para siempre". Esto
quiere decir que el único sacrificio de Cristo permanece para siempre (ver
Catecismo de la Iglesia Católica n. 1364). Por eso dice el Concilio:
"Nuestro Salvador, en la última cena... instituyó el sacrificio
eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos,
hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz." (Ver Concilio Vaticano II,
Sacrosanctum Concilium n. 47). Por lo tanto, el sacrificio de la Misa no es una
repetición sino re-presentación y renovación del único y perfecto sacrificio de
la cruz por el que hemos sido reconciliados.
Fuente: ACI