Desde la falta de
preparación hasta el moralismo...
Cosas
que hay que evitar absolutamente, errores que no se deben cometer. Son muchos
los “riesgos” que corre un párroco durante una homilía.
“El
objetivo de la predicación, su meta – dicen los autores – lo podemos
decir así: no se predica porque sí, sino para salvar a quien escucha”.
Cada
predicador tiene sus puntos fuertes y débiles. Algunos dicen que cada
predicador tiene un único tema al que siempre vuelve, en todas sus
predicaciones, directa o indirectamente. No se trata de ser superhéroes de la
predicación, sino identificar grandes debilidades recurrentes que se deben
evitar.
1 – Falta de preparación
Independientemente
de la preparación que se ha recibido en el seminario, un error clásico es la
falta de preparación de la homilía. Hay miles de buenas razones o pésimas
excusas para no preparar la homilía: reuniones, encuentros, problemas
personales, sobrecarga de trabajo. Pero estos motivos llevan inevitablemente a
una gran superficialidad que cansa mucho a los espectadores.
2 – Ausencia de mensaje
central
La
falta de preparación tiene a menudo la ausencia de un mensaje central, aunque
este gran problema formal puede suceder, por desgracia, incluso cuando la
homilía esté preparada. Uno de los problemas más frecuentes de los predicadores
es no sentarse con calma, antes de predicar, y preguntarse: “En pocas palabras,
¿cuál el mensaje que quiero comunicar el próximo domingo a los fieles?”. Si el
predicador no tiene una idea clara de lo que comunicará a la gente, puede estar
seguro que la gente no sabrá, después de la homilía, lo que ha querido decir.
3 – Demasiado largo
Otro
defecto muy común en las homilías no preparadas – incluso en las preparadas,
pero a menudo un poco menos – es la duración “abusiva”. Se enseña en los
noviciados jesuitas: “No más de diez minutos el domingo, y cinco entre semana”.
En otros lados se dice: “Los primeros cinco minutos mueven el corazón, el
resto, la silla”. De manera más jocosa se dice – esperando no caer en machismo:
“La homilía debe ser como una minifalda: suficientemente larga para cubrir lo
esencial, y suficientemente corta para suscitar interés”.
4 – El espectáculo del
entretenimiento
El
papa Francisco recuerda, en la Evangelii Gaudium, que “la homilía no
puede ser un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los recursos
mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración.” (EG 138).
Obviamente se deben evitar las vulgaridades, la banalidad o el excesivo gusto
por el espectáculo. Son realmente pocos los predicadores que logran usar bien
un objeto (una linterna, una bandera…) mientras predican, sin distraer a los
fieles del encuentro que deben vivir con Cristo.
5 – Autorreferencia del
predicador
En
realidad, “la homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del
Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de
renovación y de crecimiento” (EG 135). De hecho, la homilía es “el momento más
alto del diálogo entre Dios y su pueblo, antes de la comunión sacramental” (EG
137). Ahora, si el predicador “tira de la manta”, es decir atrae sobre sí toda
la atención de los oyentes en lugar de llevarlos a dialogar con el Señor, a
pesar de que tenga para decir las cosas más interesantes del mundo, no sería
una homilía, porque el objetivo de la comunicación estaría equivocado.
6 – Moralismo
La
homilía debe solicitar por parte de los oyentes una respuesta concreta a partir
de la contemplación de un aspecto del misterio de la vida divina o la creación.
La predicación puede, es más debería, a menudo, ofrecer, después de una primera
parte en que se ha visto lo bello y entendido lo verdadero, una parte ética y
exhortativa en que se oye la llamada al hacer el bien. Pero la predicación no
puede ser desde el inicio hasta el final un catálogo de cosas para hacer o no
hacer.
La
homilía no es el momento para hacer una lección de moral. Algunas predicaciones
moralizantes se inclinan más hacia “la derecha” (moral sexual, llamar al
orden…), algunas más hacia “la izquierda” (economía, ecología, justicia
social…): el problema no es el contenido en sí mismo, sino la desproporción
entre contemplación y acción en favor de ésta última. La homilía no debe ser
nunca una mera arenga socio-política moralizante, aunque deba llevar a un
actuar cristiano mejor.
7 – Espiritualismo
Con
esta palabra, no designamos la brujería, sino el defecto opuesto en relación a
lo que hemos apenas expuesto, es decir el moralismo. ¿Qué sería, por lo tanto,
este “espiritualismo”? En lugar de tener sus raíces concretas en la vida
cotidiana de los fieles o su sociedad, algunas predicaciones vuelan sobre las
nubes, especulando sobre aspectos pseudo-místicos que no tienen incidencia
real.
8 – Intelectualismo
Es
un defecto cercano al del espiritualismo, pero más cultural, y está muy
difundido. A causa de la formación rigurosa e intelectual que los seminaristas
reciben en el seminario, donde los trabajos, las tesis y las presentaciones son
los únicos modos de expresión requeridos, se cae en el error de pensar que
éstos son los modos correctos para comunicar con los fieles en la homilía. Es
decir, se hace de la homilía una exégesis histórico-crítica o narrativa, como
una lección de teología dogmática o fundamental, etc.
9 – Catecismo
Un
defecto cercano al intelectualismo es hacer una catequesis. Esta tentación es
muy sutil, porque existe una gran tradición en la Iglesia, sobre todo
primitiva: de enseñar, durante la homilía, a los fieles acerca de los misterios
cristianos.
Es
el caso, en particular, de las homilías catequéticas o mistagógicas de los
primeros siglos. Estas catequesis (las de Cirilo de Jerusalén o de Ambrosio)
fueron redescubiertas durante el periodo del resurgimiento patrístico, hacia
los años cincuenta, y se elogió bastante y con razón su paciente pedagogía.
Muchas diócesis han desarrollado un programa de catequesis mistagógica para los
catecúmenos adultos.
El
problema que nos interesa aquí es que la homilía durante la eucaristía no es el
momento adecuado para hacer una catequesis.
10 – Paráfrasis
A
la mitad entre los errores formales y materiales se encuentra la paráfrasis del
texto de la Escritura. En su falta de imaginación, o preparación, algunos
predicadores piensan que para predicar es suficiente repetir con las propias
palabras los textos de la liturgia que se han apenas leído. Esta paráfrasis,
desgraciadamente, resulta aburrida, porque es una mera repetición del ejercicio
de la lectura, sin tratar de concentrarse en el mensaje central.
La
paráfrasis tiene el efecto de menospreciar el impacto de la palabra sobre la
vida de las personas. Precisamente porque la Palabra de Dios no siempre es
clara, ésta no debe ser simplemente repetida, sino explicada. Es mejor dejar el
ejercicio de la paráfrasis a los alumnos de secundaria.
Gelsomino del
Guercio
Fuente:
Aleteia