Conocer en profundidad
esos conceptos puede marcar la diferencia en la vida espiritual
Parece
muy obvio el significado de las palabras: devoción, veneración y adoración,
pero no es tan sencillo.
La devoción verdaderamente católica fue perdiéndose en ocasiones a lo largo del tiempo, dando origen a varias expresiones de culto, subjetivas, confusas e inconexas, las cuales, en la práctica, acaban volviéndose cada vez más infructuosas y estériles.
La devoción verdaderamente católica fue perdiéndose en ocasiones a lo largo del tiempo, dando origen a varias expresiones de culto, subjetivas, confusas e inconexas, las cuales, en la práctica, acaban volviéndose cada vez más infructuosas y estériles.
Siendo
así, necesitamos redescubrir el verdadero sentido de la devoción católica a los
ángeles y a los santos, y lo que ese culto de veneración tiene que ver con la
adoración debida solo a Dios.
La devoción católica ya no
es lo que era
La
palabra “devoción” tiene raíz en el latín devotione, y significa afecto,
dedicación, sacrificio y culto. En la teología y en la espiritualidad
católica, la devoción es un acto de religión. Santo Tomás de Aquino dice
que la devoción es “la voluntad dispuesta a entregarse a todo lo que
pertenece al servicio de Dios” (1), o sea, al culto divino. Así las cosas, toda
devoción verdadera tiene como fin último al mismo Dios.
En
la Edad Media –período que tantos historiadores contemporáneos insiste
erroneamente en llamar “Edad de las Tinieblas” –, las prácticas de devoción se
daban casi exclusivamente en el culto comunitario. En la llamada cristiandad,
el acto de religión, de dar a Dios lo que es de Dios, era prestado por toda la
sociedad.
Sin
embargo, a partir de ese período histórico, la sociedad se corrompió poco a
poco, llegando a tal enfriamiento de la fe, que el culto público ya no era
viable.
Como
respuesta a las necesidades de ese tiempo, surgió en la Iglesia el movimiento
conocido como devotio moderna.
La devotio
moderna rápidamente se difundió por toda Europa Occidental. En ese
contexto histórico, surgió el conocido libro Imitatio Christi o Imitación
de Cristo, atribuido a Tomás de Kempis, canónigo regular de San Agustín.
Esta obra se destinaba a todos, sin excepción, principalmente a esas personas
que deseaban transformar y santificar su vida diaria.
Pero
la devotio moderna no tuvo solo buenos frutos, como el célebre libro
de Kempis. El movimiento propugna un modelo de vida religiosa que ponía a
sacerdotes y laicos al mismo nivel, sin distinciones jerárquicas. Además, la
traducción de pasajes de las Sagradas Escrituras a otros idiomas y el
subjetivismo en las prácticas de devoción, en cierta forma, abrieron camino al
protestantismo.
En
nuestros días, la mayoría de la gente ya no entiende el significado de la
palabra devoción. Para la mayor parte de los católicos de hoy, las prácticas
devocionales no pasan del sentimentalismo subjetivista, que no lleva a una
verdadera conversión.
Siendo
así, es urgente recuperar el sentido de la palabra devoción, como voluntad
dispuesta a entregarse enteramente a Dios, para pasar luego a la práctica.
Este
acto de la voluntad puede tener como frutos la paz, alegría, sentimientos y
consuelos. Pero no necesariamente los actos de devoción tendrán esos frutos. En
la experiencia espiritual, siempre bajo influjo de la gracia divina, la
devoción puede ser acompañada de sentimientos y consolaciones, como normalmente
sucede en los principiantes. Pero también puede haber aridez espiritual, que es
muy diferente de la tibieza, especialmente con las personas más adelantadas
espiritualmente.
Existen
varias expresiones de devoción en la Iglesia católica, que pueden ser divididas
en dos categorías: la devoción de veneración, que se da a los ángeles
y los santos, y la devoción de adoración, que se debe únicamente a Dios.
La devoción de veneración
y el culto a las imágenes sagradas
La
palabra veneración viene del latín veneratio – que en griego se dice
δουλια (douleuo o dulia) – y significa “honrar”. La devoción de veneración
o “dulia” es el culto dado a los santos y a los ángeles en cuanto siervos de
Dios en el orden sobrenatural.
Entre
los santos, el patriarca san José tiene preeminencia en la Iglesia
católica, por haber sido padre adoptivo de Jesucristo y guardián de la Sagrada
Familia. Por eso, san José recibe el culto “protodulia” o “suma dulia”, que
significa la primacía y la superioridad de su culto en relación a los demás
santos.
Otra
excepción es la veneración dada a la Santísima Virgen María, que –por su
dignidad excelsa de Madre de Dios, que la coloca por encima de todos los
ángeles y santos, incluso de san José– recibe el culto de hiperdulia, del
griego υπερδουλεια, que significa la más alta veneración prestada a los santos.
La
devoción de veneración se expresa externamente por la reverencia a las imágenes
de los santos y de los ángeles (estatuas, esculturas, pinturas, iconos). El
culto de veneración se da también a las reliquias de los santos.
El culto
de las imágenes sagradas en la Iglesia católica no es contrario al primer
mandamiento, que prohíbe los ídolos (Dt 6, 13-14), pues, “la honra prestada a
una imagen remonta al modelo original” y “quien venera una imagen, venera en
ella a la persona representada”. La honra prestada a las imágenes es una
“veneración respetuosa”, y no una adoración, que es debida solamente a Dios.
“El
culto de la religión no se dirige a las imágenes en sí mismas como realidades,
sino porque bajo su aspecto de imágenes nos conducen al Dios encarnado. El
movimiento que se dirige a la imagen en cuanto tal no se detiene en ella, sino
que se orienta a la realidad que representa” (2).
Siendo
así, el culto de veneración a los ángeles y a los santos en sus sagradas
imágenes no es un fin en sí mismo, sino que tiene por finalidad elevar a las
almas a Dios para mayor gloria de la Santísima Trinidad.
La devoción de adoración
La
palabra “adoración” deriva del latín “adoratio”, que tiene raíz en los términos
“ad oro”, y significa “oro o te ruego”, en griego λατρεια (latria) – y
significa “adorar”, es un término bíblico y teológico que significa la devoción
o culto que se da solo a Dios. El propio Jesucristo dio esa Ley: “Al Señor tu
Dios adorarás, sólo a Él darás culto” (Lc 4, 8; cf. Dt 6, 13).
El
Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “la adoración es el primer acto de
virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerlo como tal, Creador y
Salvador, Señor y Don de todo cuanto existe, Amor infinito y misericordioso”(3).
Adorar
a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absoluta, nuestra nada, que sólo
por Dios existimos. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarlo y humillarnos en
su presencia, confesando con gratitud que Él hizo grandes cosas en nosotros y
que su Nombre es santo, como hizo la Virgen María en el Magnificat (cf. Lc 1,
46-49).
Además,
la adoración del Dios único nos libera de cerrarnos en nosotros mismos, de la
esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo (4).
Así,
vemos que toda verdadera devoción tiene a Dios como fin último. Siendo así, la
devoción de veneración, prestada a los ángeles y a los santos, solo tiene valor
si nos hace crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad, si nos lleva a
amar a Dios de todo corazón, con toda el alma, con todo el espíritu (cf. Mt 22,
37; Dt 6, 5) y al prójimo como a nosotros mismos (cf. Mt 22, 39; Lv 19, 18).
En
la veneración de los ángeles y de los santos, glorificamos a Dios, que es el
fin último no solo de la devoción, sino de toda la existencia. De esa forma,
comprendemos que la devoción de adoración se diferencia de la de veneración
sólo en la forma como prestamos culto a Dios: en la adoración, prestamos
culto a Dios en sí mismo; y en la veneración, a Él también, pero en la obra de
santificación realizada en sus criaturas.
Así,
entendemos que no hay ninguna contradicción entre el mandamiento divino: “Al
Señor tu Dios adorarás, sólo a Él darás culto” (Lc 4,8; cf. Dt 6,13), y la
devoción católica de veneración a los ángeles y a los santos.
Referencias:
(1) SANTO TOMÁS DE AQUINO. ST II-II, Q 82, A 1.
(2) Catecismo de la Iglesia Católica, 2132.
(3) Idem, 2096.
(4) Cf. idem, 2097.
(1) SANTO TOMÁS DE AQUINO. ST II-II, Q 82, A 1.
(2) Catecismo de la Iglesia Católica, 2132.
(3) Idem, 2096.
(4) Cf. idem, 2097.
Por
Natalino Ueda
Fuente: Cançao Nova