La blasfemia consiste en proferir contra Dios palabras de odio, de reproche o de desafío
La blasfemia consiste en
proferir contra Dios (interior o exteriormente) palabras de odio, de reproche o
de desafío. Se extiende a las palabras contra la Iglesia, los santos y las
cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar
prácticas criminales, torturar, dar muerte. Es de suyo pecado grave.
Puede ser también herética (atribuyendo a Dios cosas falsas o negándole
atributos verdaderos).
Cuando el penitente se
acusa de blasfemar, el confesor debe indagar si se trata efectivamente de tal
pecado, porque en esto puede tratarse muchas veces de groserías, maldiciones,
palabras malsonantes, algunas dichas por costumbre o aprendidas mecánicamente
por escucharlas en su familia o en el ambiente en que vive, estudia o trabaja,
pero proferidas actualmente sin ánimo de ofender a Dios.
Hay que observar también
que no se trate de simples tentaciones que en algunas personas (especialmente
escrupulosas, niños, y algunos enfermos mentales) se presentan como ideas
compulsivas de blasfemar (cuando al rezar algunas oraciones asocian algunas
palabras con palabras groseras o blasfemas, o cuando se acercan a comulgar,
etc.). Estos penitentes a menudo creen pecar a pesar de no haber tenido ningún
tipo de intención, ni consentimiento.
Para desarraigarse del
hábito de blasfemar es muy conveniente realizar, en penitencia por
las caídas, alguna obra externa cada vez que recae (una pequeña limosna, la
privación de alguna cosa superflua), de modo tal que tome conciencia del
progreso de su trabajo contra esta mala costumbre; bastaría que fuese
simplemente una jaculatoria.
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE