Mejor la compasión que la pena... y confía: Jesús
la siente por ti
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Jesús se compadece de las ovejas perdidas y
descarriadas. Teme por ellas, por su vida. Se compadece. Ese sentimiento de
Jesús me impresiona. Siente compasión por mí. Me cuesta que me compadezcan. Que
lamenten mi suerte y sientan pena por mí.
El otro día una persona me
preguntaba: “¿No te doy pena?”. Pensé en ese momento que
no me daba pena. Claro que me dolía su pérdida y su dolor. Y me conmovía
profundamente su sufrimiento. Eso sí. Pero en ese momento sentir pena me
pareció que no ayudaba.
Tal vez me proyecté yo mismo. A
lo mejor soy yo el que no quiere que sientan pena por mí. Cuando me va mal.
Cuando fracaso. Cuando pierdo a un ser querido.
Quizás tengo algo contra ese
sentimiento de la pena. No sé si me parece humillante. Como si de repente esa
pena fuera hiriente, dolorosa.
A veces escucho esa expresión: “Me
das pena”. Pero no es la pena de la compasión. Es la pena que
siento ante actitudes o forma de comportarse de personas a las que quiero.
Me da pena su egoísmo, su rabia,
su mirada enferma, su odio, su desprecio, su inmadurez. Me da
pena que pierda la vida, que se enrede en pensamientos
negativos, que deje de mirar con esperanza.
Me da pena que se angustie y no
viva con el corazón grande y confiado. Me dan pena los que no luchan y han
perdido las ganas de seguir caminando.
Pero ante esa pregunta de la
pena le dije que no. Porque no sentía pena. Sí sentía compasión.
La compasión tiene que ver más con la mirada de Jesús. Claro que me compadecía,
como Jesús esa tarde al ver a muchos como ovejas perdidas y agobiadas.
La compasión es un amor que
desciende, que se abaja. Se detiene ante al hombre malherido al borde del
camino. Se vuelve conmovido al ser tocado en el manto.
La compasión es el sentimiento
de Jesús que yo más anhelo. No lo sé, lo veo distinto de la pena. La
pena me desanima. La compasión me mueve al abrazo, al cuidado, a la cercanía.
A las lágrimas compartidas.
La pena despierta en mí
desasosiego. Siento pena de un mundo lleno de odio. Siento compasión ante el
que sufre la injusticia y lucha con desgarro en el camino de la vida.
La compasión es un sentimiento
cristiano, de Jesús. La pena es un sentimiento que no me acerca, no me lleva a
abajarme. Por eso prefiero siempre sentir compasión por el que sufre. Como
Jesús hoy.
Hay
tanta gente perdida como ovejas que no tienen pastor… Tantas personas
desorientadas que no saben hacia dónde caminar…
Me
gustaría ser pastor.
Ayudarlos a caminar. Me da pena cuando no logro hacerlo.
O cuando evitan ellas encontrar pastores que les den un sentido a su camino. Me
doy pena yo mismo cuando no soy un buen pastor.
Miro a Jesús: “El
Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar. Me
conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Nada temo porque Tú vas
conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Tu bondad y tu misericordia me
acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años
sin término”.
Esta forma de ser pastor está
tan lejos de la mía… Me veo cobarde, perezoso y desarraigado.
Descuido a los que digo amar. Dejo de lado a los que pretendo cuidar como
hijos. Y se me olvidan las cosas importantes de su vida. Soy un
pastor despistado y torpe.
Comentaba el papa Francisco: “La
misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su
acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a
los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia
el mundo puede carecer de misericordia”.
Un
pastor revestido de misericordia. De ternura. De sentimientos de compasión.
Hoy
Jesús mira mi corazón perdido. Se acerca a mí. Hace falta humildad para aceptar
que me miren con compasión.
Hace falta mucha verdad para
reconocer mi fragilidad y estar dispuesto a que me traten de acuerdo a la
misma.
Soy
débil. Estoy enfermo. Soy oveja perdida sin pastor. La compasión es una forma de amor que me
sostiene cuando cruzo herido el desierto de la vida.
Necesito
ese abrazo. O tocar el
manto sin que se den cuenta. Pasar desapercibido recibiendo misericordia.
Me siento como esa oveja sin
pastor. Perdido en mis deseos de ser amado, reconocido y admirado. Perdido en
mi pecado que me ata y envenena. Perdido cuando no logro mirar la vida con
esperanza y alegría.
Me siento pastor y rebaño.
Pastor que descuida. Oveja que no tiene pastor. Miro a Jesús y quiero descansar
en Él.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia