Son un modo de vivir diverso del único sacerdocio confiado por el Señor Jesús a su Iglesia

El ministerio
sacerdotal confiado a los apóstoles fue, posteriormente, comunicado por ellos a
otros que los sucederían en la misión, a los cuales llamaron Epíscopos (obispos)
(1 Tim 3, 1ss; 2 Tim 1, 6). Este ministerio, además de la potestad de celebrar
los sacramentos, conlleva el oficio pastoral.
Con el tiempo, los mismos apóstoles van asociando a su ministerio a otros a los que llaman presbíteros (Hch 14, 23), sin olvidar la presencia casi inmediata de los diáconos (Hch 6, 1-7). Así, cada comunidad cristiana, situada en un territorio determinado, estaba pastoreada por un obispo con un grupo de presbíteros y diáconos, situación que continúa hasta hoy. El oficio del presbítero (sacerdote) ha sido siempre el de colaborar con su obispo en el ministerio pastoral de la Iglesia.
Con el tiempo, los mismos apóstoles van asociando a su ministerio a otros a los que llaman presbíteros (Hch 14, 23), sin olvidar la presencia casi inmediata de los diáconos (Hch 6, 1-7). Así, cada comunidad cristiana, situada en un territorio determinado, estaba pastoreada por un obispo con un grupo de presbíteros y diáconos, situación que continúa hasta hoy. El oficio del presbítero (sacerdote) ha sido siempre el de colaborar con su obispo en el ministerio pastoral de la Iglesia.
Por otra
parte, desde los primeros siglos de la Iglesia, se empezó a gestar un
movimiento de personas que de manera individual se alejaban de la vida común
para dedicarse únicamente al Señor, especialmente yéndose al desierto,
conocidos como eremitas y anacoretas. Con el tiempo, se empiezan a
reunir en grupos para compartir este estilo de vida. Esto es el germen de los
que más a delante se llamará vida religiosa. Esta consiste en vivir
la consagración al Señor, como sacerdote o como hermano, en una comunidad con
un carisma específico, esto es, la intención con la cual fue fundada: atender a
los jóvenes, a los niños sin hogar, a las prostitutas, a los enfermos, a los
privados de libertad, a los inmigrantes, entre otros.
Esto nos
lleva, entonces, a hablar del modo de vivir diverso del
único sacerdocio confiado por el Señor Jesús a su Iglesia, esto es, sacerdote
diocesano y sacerdote religioso. Es el mismo sacerdocio vivido de modo
diverso, en cuanto a su comunidad específica.
El sacerdote
diocesano tiene un modo de vida que brota de
lo que los apóstoles fundaron en las primeras comunidades: un obispo y un grupo
de sacerdotes con él pastoreando un territorio determinado llamado Diócesis (de
ahí su nombre, diocesanos). El carisma particular está inspirado en Cristo Buen
Pastor, que da la vida por sus ovejas (Jn 10). Propiamente, atienden las
parroquias y otras dependencias de la diócesis. Están bajo la autoridad
exclusiva de su obispo, por medio de las promesas hechas el día de su
ordenación: castidad, pobreza y obediencia.
El sacerdote religioso tiene las mismas facultades de un sacerdote diocesano, es decir, la capacidad de celebrar los sacramentos, pero lo que lo distingue es su modo de vivir. Ya no es entorno a un obispo en una diócesis determinada, sino en una comunidad especifica de religiosos, con un carisma propio, inspirado por el fundador de tal comunidad, bajo la autoridad de un hermano superior de la misma comunidad. Toda la comunidad bajo la autoridad y cuidado del obispo de la diócesis en la que reside. Cada uno profesa, antes de su ordenación sacerdotal, los votos de pobreza, castidad y obediencia. Así tenemos a los Redentoristas, Vicentinos, Carmelitas, Siervos de Jesús, Salesianos, Somascos, Jesuitas y muchos más.
En síntesis,
es el mismo sacerdocio, sólo que el diocesano lo ejerce bajo la autoridad de un
Obispo en un territorio específico llamado Diócesis, mientras que el religioso
lo ejercer bajo la autoridad de un Superior, siguiendo el carisma de su
fundador y viviendo en una comunidad.
Por: P. Samuel Bonilla