4.7.18

¿QUÉ PUEDO HACER YO POR DIOS?

No me desanimo al ver lo poco que hago, lo poco que soy, no se trata de hacerlo todo bien...

Quiero aprender a ensalzar a Dios: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí”.

Dios me ha librado. Me ha liberado de mis enemigos, de sus risas, de su escarnio.

Pienso en todo lo que me importa que se rían de mí. Mi imagen, mi fama, mi gloria. Busco que me aplaudan, no que se rían de mis debilidades y carencias.

Jesús me muestra el camino que he de seguir: “Se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza”.

Jesús se hace pobre. Se despoja de su poder. Se hace uno de tantos, un hombre cualquiera. Y yo no quiero ser un hombre cualquiera. No me conformo con una vida en la que pase desapercibido.

Quiero tener seguidores. Me gusta el reconocimiento en las redes sociales. Me gusta gustar. Quiero cambiar el mundo y ser recordado por ello.

Miro a Dios hoy en mi vida. Quiero ensalzarlo a Él y no ser yo ensalzado. Confundo los términos con frecuencia. Busco el primer lugar, el ser reconocido.

Lo importante no es lo que recibo a cambio de mi entrega. Lo importante es lo que doy.

Una oración del P. Kentenich dice así: “Jesús, que dio todo por nosotros, no se contenta con recibir la mitad de nuestra vida. Quiere enteros alma y corazón. No le basta le resplandor pálido de una mediocre entrega”.

No quiero que mi entrega sea mediocre. Quiero ser más generoso con lo que he recibido gratis. Lo doy todo gratis. Todo lo que tengo dentro. Todo lo que soy.

Pero siempre con humildad. Sin buscar el reconocimiento. Con la sencillez del que hace las cosas por amor. Sin esperar el aplauso y la admiración.
Quiero una santidad de andar por casa. Una santidad que es obra de Dios en mí. Yo lo doy todo, lo entrego todo, confío siempre y Dios hace el resto.

Comenta el papa Francisco: “Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por Él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del Espíritu Santo en tu vida (cf. Ga 5, 22-23). Cuando sientas la tentación de enredarte en tu debilidad, levanta los ojos al Crucificado y dile: – Señor, yo soy un pobrecillo, pero Tú puedes realizar el milagro de hacerme un poco mejor[1].

No me desanimo al ver lo poco que hago, lo poco que soy. Santo no es el que lo hace todo bien, sino el que hace lo que Dios le pide. Comete errores, pero no se desanima.

No quiero que mi vida sea ejemplar en todo. Simplemente quiero que Dios haga milagros conmigo. Milagros de misericordia. No para brillar yo, sino para que Dios brille en los que Él ama. Que Él sea ensalzado y no yo.

Es la mirada que deseo. Una mirada de los pequeños. De los que se han vaciado de todo. Me gusta esta actitud ante la vida. Deseo crecer en humildad para que Dios sea ensalzado.

[1] Papa Francisco, Exhortación Gaudete y Exultate

Carlos Padilla Esteban

Fuente: Aleteia

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