No me desanimo al ver lo poco que hago, lo poco que
soy, no se trata de hacerlo todo bien...
Quiero aprender a ensalzar a
Dios: “Te
ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se
rían de mí”.
Dios me ha librado.
Me ha liberado de mis enemigos, de sus risas, de su escarnio.
Pienso en todo lo
que me
importa que se rían de mí. Mi imagen, mi fama, mi gloria. Busco
que me aplaudan, no que se rían de mis debilidades y carencias.
Jesús me muestra el
camino que he de seguir: “Se hizo pobre por vosotros para
enriqueceros con su pobreza”.
Jesús se hace pobre.
Se despoja de su poder. Se hace uno de tantos, un hombre cualquiera. Y yo no
quiero ser un hombre cualquiera. No me conformo con una vida en la que pase
desapercibido.
Quiero tener seguidores. Me gusta el reconocimiento en las redes
sociales. Me gusta gustar. Quiero cambiar el mundo y ser recordado por ello.
Miro a Dios hoy en
mi vida. Quiero ensalzarlo a Él y no ser yo ensalzado.
Confundo los términos con frecuencia. Busco el primer lugar, el ser reconocido.
Lo importante no es lo que recibo a cambio de mi entrega. Lo
importante es lo que doy.
Una oración del P.
Kentenich dice así: “Jesús, que dio todo por nosotros, no se contenta con
recibir la mitad de nuestra vida. Quiere enteros alma y corazón. No le basta le
resplandor pálido de una mediocre entrega”.
No quiero que mi
entrega sea mediocre. Quiero ser más generoso con lo que he
recibido gratis. Lo doy todo gratis. Todo lo que tengo dentro.
Todo lo que soy.
Pero siempre con humildad. Sin buscar el reconocimiento. Con la sencillez del que
hace las cosas por amor. Sin esperar el aplauso y la admiración.
Quiero una santidad
de andar por casa. Una santidad que es obra de Dios en mí. Yo lo doy todo, lo
entrego todo, confío siempre y Dios hace el resto.
Comenta el papa
Francisco: “Deja que la gracia de tu Bautismo fructifique en un camino de
santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para ello opta por Él, elige a
Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes la fuerza del Espíritu
Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo, es el fruto del
Espíritu Santo en tu vida (cf. Ga 5, 22-23). Cuando sientas la tentación de
enredarte en tu debilidad, levanta los ojos al Crucificado y dile: – Señor, yo
soy un pobrecillo, pero Tú puedes realizar el milagro de hacerme un poco mejor”[1].
No me desanimo al ver lo poco que hago, lo poco que soy. Santo no
es el que lo hace todo bien, sino el que hace lo que Dios le pide. Comete errores, pero no
se desanima.
No quiero que mi
vida sea ejemplar en todo. Simplemente quiero que Dios haga milagros conmigo. Milagros
de misericordia. No para brillar yo, sino para que Dios brille en
los que Él ama. Que Él sea ensalzado y no yo.
Es la mirada que
deseo. Una mirada de los pequeños. De los que se han vaciado de todo. Me gusta
esta actitud ante la vida. Deseo crecer en humildad para que Dios sea
ensalzado.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia