Sinceramente, poco
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A veces busco negar la verdad, porque
duele, y vivo tapándola. Como leía el otro día: “La
mayoría de los hombres prefería negar una verdad dolorosa antes que enfrentarse
a ella”.
Intento
negar la verdad que me hace daño. La
que me habla de mi pecado, de mi debilidad, de lo frágil que soy. Esa verdad
lacerante. La de mi realidad.
¡Cuántas
personas niegan su verdad! Tal vez para sobrevivir. No se sienten con fuerzas para
enfrentarla. Quizás es un mecanismo de defensa. Son supervivientes.
No soy nadie para juzgar. Me
miro a mí mismo y me pregunto si hay verdades de mi vida que
no enfrento, que niego, que oculto, que maquillo.
Tal vez sí. Hoy se las
entrego a Dios. Mis verdades más hondas. Mis mentiras
profundas. ¿Quién soy yo para Dios? ¿Cuál es la verdad de mi alma?
Jesús se acerca a las personas
para saber lo que hay en sus corazones. Me gusta pensar que Jesús acude
con preguntas sinceras. No hace teatro. No usa una preguntas trampa para saber
algo más.
Siempre me impresiona ese
momento en la vida de Jesús en que pregunta a los suyos quién dicen los demás y
ellos mismos que es Él.
En la película Killing Jesús este pasaje aparece
situado justo después del anuncio de la muerte de Juan Bautista. Es posible que
fuera así, no lo sabemos. En ese momento Jesús se retira a orar, conmovido y
triste por la muerte de su primo. ¿Qué sentido tiene todo?
Es de noche. Sus discípulos
permanecen juntos en torno al fuego. No saben bien lo que piensa Jesús en ese
instante. Tampoco saben qué decir.
Pasa el tiempo y Jesús se acerca
a ellos. Está serio, conmovido, triste. Y entonces les hace la pregunta. ¿Por
qué en ese momento?
Jesús quiere saber primero quién
dice la gente que es Él. Los hombres. Los enfermos. Los fariseos. Los pobres.
Los ricos. Los que lo desprecian. Los que lo siguen.
No
es curiosidad. Creo que en el fondo de su alma quiere conocer lo que su misión
despierta en el corazón de los hombres.
“En
aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de
Felipe; por el camino, pregunto a sus discípulos: – «¿Quién dice la gente que
soy Yo?”.
¿Qué
sentido tiene la vida si no es para despertar vida y amor en otros? Jesús quiere saber lo que despiertan
sus milagros, sus palabras llenas de vida eterna, su misericordia, el misterio
de su vida. ¿Se les habrán abierto los ojos?
Las respuestas no le dan mucha
luz: “Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y
otros, uno de los profetas”. Los hombres buscan explicaciones.
Normalmente quiero entenderlo
todo en mis categorías. Quiero encasillar a
las personas para que no me incomoden. No me gustan los misterios. No me gusta
lo que no encaja.
Quiero
racionalizar mi vida para estar más tranquilo. Así interpreto muchas veces lo que me
sucede. Una enfermedad, una cruz, una ausencia.
Quiero que todo encaje. Busco
respuestas. Que todo tenga un sentido. Y cuando no lo tiene me desespero.
Cuando algo se escapa de la razón me desconcierto.
Lo mismo con las personas. Trato
de entender quiénes son en lo profundo. Su lugar en mi historia personal.
Quiero meter a Dios en mis coordenadas. Para que no se escape, para que no me
pida lo imposible. Para que no me haga hacer lo que no quiero hacer.
En el fondo a Jesús le interesa
más la respuesta de los suyos: “Y vosotros,
¿quién decís que soy?”. Es una pregunta difícil.
Les pregunta a ellos que han
visto sus silencios y han oído sus palabras. A ellos que han amado sus pisadas
y han sufrido por no tener un lugar en el que reclinar su cabeza. A ellos que
lo aman y lo han dejado todo por estar a su lado. Ellos tienen que saber quién
es Jesús en lo profundo.
Pero, ¿lo conocen de verdad?
Muchas veces, al leer el evangelio, me
conmueve que los discípulos no sepan muy bien cómo es Jesús. No
conocen su misericordia. No entienden sus gestos llenos de vida. Se asustan
ante su impotencia cuando es rechazado por los hombres.
Tal vez esperan más de Él. Un
milagro asombroso, o que no los deje nunca. Esperan mucho más de sus obras. No
saben quién es porque no se acaba de desvelar el misterio. Incluso aunque Pedro
afirme hoy una verdad tan profunda: “Tu eres
el Mesías”.
No lo saben y no lo sabrán hasta
Pentecostés. No habrá luz en su alma hasta que el
Espíritu les revele la verdad más honda de Jesús. Hasta que
coma con ellos y les haga ver cuánto los ama.
Sólo entonces comprenderán lo
que hoy Jesús les pregunta. Es verdad que intuyen que Jesús es Dios, que es
hijo de Dios. Pero dudan de tantas cosas.
Tienen miedo de Dios. Tienen miedo a la vida.
No
saben cómo es Jesús.
No conocen sus entrañas. Jesús se escapa de todos sus esquemas y
racionalizaciones. En medio de su turbación la pregunta queda suspendida en el
aire.
Pedro responde. Los
demás se esconden en esa respuesta llena de misterio. También lo hago yo con
frecuencia.
Digo que Dios es un misterio.
Que nadie entiende sus planes. Que no sé cómo es de verdad aunque pongo nombres
misteriosos a preguntas difíciles.
Y me siento seguro. Encajono a
Dios. Lo limito para que no sea tan infinito. Acorralo
su omnipotencia, para no sentirme tan frágil a su lado.
Carlos Padilla Esteban