“¡El
amor lo cambia todo! Él puede cambiarnos a nosotros también"
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Ángelus, 16 De Septiembre De 2018 @ Vatican News |
“Solo
encontramos la felicidad cuando el amor, la verdad, nos encuentra, nos
sorprende, nos cambia”: el Papa Francisco comentó en estos términos el
Evangelio del día, antes del Ángelus de este domingo, 16 de septiembre de 2018,
desde la ventana del palacio apostólico que da a la Plaza de San Pedro donde se
reunieron unas 35.000 personas, según la Gendarmería del Vaticano.
“¡El
amor lo cambia todo! Y el amor también puede cambiarnos a cada uno de
nosotros. Los testimonios de los santos lo muestran”, insistió el Papa,
comentando sobre este evangelio que nos invita a descubrir quién es Cristo y a
seguirlo (Marcos 8, 27-35).
Pero
señaló que a Cristo no le importan las “encuestas” sobre su popularidad y
espera respuestas de sus discípulos que no sean “prefabricadas”, sino
respuestas que provienen del corazón.
Después
del Ángelus, el Papa habló sobre su viaje a Sicilia el sábado. Aplaudió a
los sicilianos, a quienes agradeció su cálida bienvenida. También explicó por
qué le ofreció a la gente en la Plaza un crucifijo de plata, un signo del amor
y de la misericordia de Dios, invitándolos a colocarla en casa en un lugar
donde se vea.
El
Papa también saludó a varios grupos, entre ellos a profesores de latín de los
Países Bajos y a los estudiantes, a quienes elogió en latín, y a un grupo de
Nicaragua.
Aquí
está nuestra traducción, del italiano, de las palabras del Papa pronunciadas
antes del Ángelus.
AB
Palabras del Papa
Francisco antes del Ángelus
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En
el pasaje del Evangelio de hoy (Mc 8, 27-35), se vuelve a hacer la
pregunta que recorre todo el Evangelio de Marcos: ¿quién es Jesús? Pero
esta vez, es el mismo Jesús quien se lo pregunta a sus discípulos, ayudándolos
a enfrentar progresivamente el cuestionamiento fundamental de su
identidad. Antes de interpelar directamente a los Doce, Jesús quiere saber
de ellos lo que la gente piensa de él – y sabe que los discípulos son muy
sensibles a la popularidad del Maestro. Entonces pregunta: “la gente,
¿quién dicen que soy? “(v. 27). Resulta que Jesús es considerado por
el pueblo como un gran profeta. Pero, en realidad, no le interesan las
encuestas ni el chismorreo de la gente. Tampoco acepta que sus discípulos
respondan a sus preguntas con fórmulas prefabricadas, citando personas célebres
de las Sagradas Escrituras, porque una fe que se reduce a las fórmulas es una
fe miope.
El
Señor quiere que sus discípulos de ayer y de hoy establezcan una relación
personal con Él y lo reciban como el centro de sus vidas. Es por eso que
los insta a reflexionar sobre sí mismos y les pregunta: “Pero tú, ¿quién dices
que soy yo?” (v. 29). Hoy, Jesús dirige esta solicitud tan directa y
confidencial a cada uno de nosotros: “¿Quién soy yo para ti?, ¿Quién soy
yo para ti?”. Cada uno está llamado a responder en su corazón, dejándose
iluminar por la luz que el Padre nos da para conocer a su Hijo Jesús. Y
puede sucedernos a nosotros, como a Pedro, que afirmemos con entusiasmo: “Tú
eres el Mesías”. Pero cuando Jesús nos dice claramente lo que dijo a sus
discípulos, o sea que su misión no se lleva a cabo en el amplio camino
hacia el éxito, sino en el arduo camino del Siervo sufriente, humillado,
rechazado y crucificado, entonces nos puede pasar a nosotros también, como a
Pedro, que protestemos y rebelemos porque esto contrasta también con nuestras
expectativas. En estos momentos, también merecemos el saludable reproche
de Jesús: “¡Apártate de mí, Satanás! Porque tu no juzgas según Dios, sino
según los hombres” (v.33).
La
profesión de fe en Jesucristo no se detiene ante en las palabras, sino que
requiere ser autenticado por elecciones y acciones concretas, por una vida
marcada por el amor de Dios y del prójimo. Por una vida grande, por una vida
llena de amor al prójimo. Jesús mismo dice que para seguirlo, para ser sus
discípulos, hay que negarse a sí mismo (v. 34), o sea renunciar a las
pretensiones del orgullo propio, egoísta y tomar la propia cruz. Luego le
da a todos una regla fundamental: “El que quiera salvar su vida la perderá”
(v.35). En la vida, a menudo, por muchas razones, cometemos un error en el
camino, buscando la felicidad solo en las cosas o en las personas que tratamos
como cosas. Pero encontramos la felicidad solo cuando el amor, el
verdadero, nos encuentra, nos sorprende, nos cambia. ¡El amor lo cambia
todo! Y el amor también puede cambiarnos a cada uno de nosotros. Los
testimonios de los santos lo muestran.
Que
la Virgen María, que vivió su fe fielmente siguiendo a su Hijo Jesús, también
nos ayude a caminar en su camino, gastando generosamente nuestras vidas por él
y por nuestros hermanos.
Raquel Anillo
Fuente:
Zenit