Parte de esos ingresos también se
utilizan en la financiación de los estudios de seminaristas pobres de esa
región
1.682 conciertos, 348
canciones compuestas y 20 discos compactos, son algunas de las sorprendentes
cifras artísticas de este sacerdote que predica con su música
Aicardo Alzate ―más conocido como padre
Aicardo― ha dedicado 15 de sus 38 años a cantar másica popular en ciudades
pequeñas y pueblos olvidados para ayudar a la construcción o mejoramiento de
templos católicos de regiones muy pobres o alejadas de la capital.
Su vena artística se la debe a
sus abuelos, padres y hermanos que desde niño le inculcaron el gusto por la ‘música
de carrilera’ un género de mucho arraigo en Carmen de
Viboral, su pueblo natal, en Antioquia, al noreste del país. Esta modalidad que
está relacionada con las rancheras mexicanas, también es llamada ‘popular’
porque se escucha y se canta en amplios segmentos sociales colombianos.
Sin embargo, el padre Aicardo
advierte que su verdadero encuentro con esta música se dio en Bucaramanga, al
oriente de Colombia, cuando era rector de un seminario menor. «Grabé
un CD con 14 baladas, música mensaje y una ranchera, pero de todas ellas la que
más impactó fue la ranchera. Entonces me di cuenta que había una conexión muy
cercana entre la gente y la música popular y desde allí me incliné más por este
género», relató el padre Alzate a Aleteia.
Este sacerdote redentorista está
convencido de que sus composiciones se acoplan al ministerio sacerdotal porque
llegan con un mensaje espiritual y música de Dios a muchas partes y grupos
humanos, incluso a no creyentes y no católicos. Al explicar por qué cree que su
música es una efectiva forma de predicar y comunicar, el cura-cantante se
remite a san Juan Pablo II: «él dijo que la sociedad actual necesita
nuevos métodos de evangelización y si hay algo eficaz, es la música. Y la
Iglesia, que fue promotora de la música en los primeros siglos, no puede perder
ese horizonte».
Casi
todas las canciones grabadas en 20 CD, las cuales interpreta en sus conciertos,
fueron compuestas por él. Su musa suele inspirarlo en horarios inusuales, entre
2:00 y 3:00 de la madrugada, generalmente en una casa de retiros en donde se
refugia semanas antes de un proyecto discográfico. En cada una de esas
producciones las temáticas son variadas, pero todas se fundamentan en episodios
bíblicos, sus vivencias sacerdotales, oraciones ante el Santísimo, reflexiones
espirituales y relatos de feligreses.
Sus 348 creaciones ―registradas legalmente―
las ha hecho acompañado por una guitarra, escribiendo la letra y cantando
simultáneamente. Tan pronto define esos componentes, las guarda en una grabadora
y después, con el respaldo de una orquesta de 25 músicos profesionales, monta
la totalidad del disco en un estudio de grabación.
Sin embargo, antes de
publicarlas, todas las composiciones deben superar el riguroso filtro teológico
y doctrinal de tres obispos que por lo general las aprueban y a veces sugieren
algunos ajustes. En cuanto a la parte musical solo su autor determina qué ritmo
se ajusta a una temática específica, aunque casi siempre escoge géneros
populares como la ranchera, el vallenato, la cumbia, el bolero, la balada, el
bambuco y hasta el reguetón, la controvertida música urbana preferida por
muchos jóvenes colombianos.
Música para los templos
Aicardo es un personaje popular en redes
sociales como YouTube, plataforma en la que numerosos seguidores
hablan de sus canciones de mayor aceptación. Entre ellas figuran El
malgeniado, El borracho, Chismosos no hay en el cielo, Rompiendo cadenas (dedicada
a los secuestrados), Perdóname hijo (dirigida a
las mujeres que han abortado), Ayúdame a perdonar, Mi
niño especial, Madre celestial, La canción de la indiecita y Un
colombiano en el cielo.
Por disposición de sus
superiores todos los ingresos que genera la venta de sus discos se destinan al
sostenimiento de diez comedores y escuelas para niños campesinos e indígenas
que viven en Vichada, uno de los departamentos más pobres del país. Parte de esos
ingresos también se utilizan en la financiación de los estudios de seminaristas
pobres de esa región.
La
acogida al «padre que canta y baila con sombrero mexicano» ha sido tan
grande que de los 1.682 conciertos ofrecidos durante quince años, 1.450 han
sido programados para ayudar a la construcción de templos en pueblos muy
deprimidos o en lugares donde la Iglesia no tiene recursos ni para el
sostenimiento de los párrocos. Varios de esos recitales los realizó en Estados
Unidos, Italia, Francia e Israel en donde cantó frente a auditorios que no
hablaban español pero que entendieron su música como un «canto de alabanza al Creador».
El padre
Alzate, que después de las agitadas presentaciones celebra eucaristías y
atiende confesiones, tiene su agenda copada para los próximos meses. Por eso,
como si estuviera en un escenario, sostiene que no va a parar ni a descansar
porque está seguro de que «la música, así como conecta a personas de
idiomas y culturas diferentes, también puede conectar los corazones con el
mensaje de Dios».
Vicente Silva
Vargas
Aleteia Colombia