Celebraciones
en distintas partes del mundo
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| Santuario de Schoenstatt © Enrique Soros |
Hace
50 años, el 15 de septiembre de 1968, se fallecía el P. José Kentenich. Su vida
estuvo signada por pruebas muy duras, a la vez que por signos muy profundos del
accionar de la Divina Providencia. Su certeza de que Dios está presente en cada
circunstancia de la vida, que tiene todo el poder de manejar los hilos de la
historia, y que de hecho lo hace, que acompaña, que guía, que motiva, que
inspira, imprimió en él una actitud constante de apertura a los signos de Dios.
Fue un maestro de la libertad interior, porque vivió una profunda libertad
interior ante Dios.
Promesa a la Virgen
Durante
la Segunda Guerra Mundial el valle de Schoenstatt fue ocupado por los nazis y
varios miembros del movimiento fueron enviados a campos de concentración. El P.
Kentenich le prometió a la Virgen que eregiría una iglesia en honor a la
Santísima Trinidad si Schoenstatt sobreviviera al nacionalsocialismo, como
agradecimiento y recuerdo perenne de la fidelidad de Dios, con las palabras:
“Si María nos conduce victoriosa a través de los nuevos peligros, y si a pesar
de tantos obstáculos nos da la oportunidad de poder cumplir con nuestra misión,
le construiremos un monumento que anuncie a todas las generaciones futuras su
poder y su bondad”.
En
1945 culminó la Segunda Guerra Mundial. Por razones ajenas a la voluntad del P.
Kentenich, recién en 1968 finalizó la construcción de la Iglesia de la
Adoración, que sería consagrada a la Santísima Trinidad. Se trata de una
edificación robusta de piedras, al estilo de un castillo, sobre el monte
Schoenstatt, donde están establecidas las Hermanas de María. Es como una
fortaleza. No tiene decoración impactante, aunque es rica en símbolos. Tres
altas torres sobresalen de la construcción, indicándole al peregrino desde la
lejanía que se trata de la Iglesia de la Santísima Trinidad. A ella se refirió
del P. Kentenich diciendo: “Nuestra iglesia es un castillo de Dios. Quiere ser
el hogar del Dios trino. Aquí mora y reina el Dios trino, el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo. Y donde vive y reina el Dios trino, tiene la Virgen María
voz y voto… tiene su lugar de honor”.
Lugar y ocasión de su
muerte: un signo potente
El
P. Kentenich basó su fe siempre en una experiencia profunda de Jesús y María en
su corazón. Nunca necesitó de experiencias extraordinarias para fortalecer su
fe. Educó a los suyos a estar siempre atentos a la transformación del corazón,
y no a esperar experiencias sensacionales de la presencia de Dios. Esta
perspectiva se remonta a la misma fundación de Movimiento. La Virgen nunca se
apareció en Schoenstatt. Las pruebas del actuar de María en el Santuario de
Schoenstatt siempre fue la transformación del corazón de los que a ella acuden
a su pequeño santuario.
Pero
Dios quiso regalarle a él y a la familia de Schoenstatt, en diversas
oportunidades, signos muy concretos y potentes de su presencia. Cuando el Padre
fue separado de su Obra por la Iglesia, por 14 años, la familia de Schoenstatt
oraba para que se realizara el “milagro de la nochebuena”, como había pedido
por su liberación cuando estaba en el campo de concentración. Y Dios le había
concedido ese milagro, permitiendo que saliera vivo y con energía espiritual y
física del cautiverio impuesto por los nazis. Ahora, luego de la separación de
la Obra, la familia de Schoenstatt rogaba que se diera nuevamente el “milagro
de la nochebuena”.
El
22 de diciembre de 1968 el P. Kentenich se reunió con el papa Pablo VI, quien
le agradeció por todo lo que había hecho por la Iglesia. Dos días después pudo
ya regresar a su patria natal. El vuelo partió el 24 de diciembre de Roma en
dirección a Frankfut. Y así, el P. Kentenich regresaba literalmente el 24 de
diciembre a la noche, al Santuario Original. Se había realizado el milagro de
la nochebuena. Un regalo de la Virgen, con precisión alemana.
El
15 de septiembre de 1968, el P. Kentenich celebraba por primera vez misa en la
Iglesia de Adoración, consagrada a la Santísima Trinidad. Un lugar de un
significado potente. La misa fue sencilla, vivida, profunda, como toda su vida.
Al finalizar, el Padre se retiró a la sacristía, invitó a los dos sacerdotes
que concelebraron, a almorzar con él, bendijo unos rosarios, y cayó al suelo,
falleciendo casi de imediato. Eran las siete de la mañana. De esta forma
sencilla, se iba una de las grandes personalidades del siglo XX. La Virgen
María, quien le había guiado como madre y educadora durante toda su vida, le
tenía preparado un lugar y un momento muy especial para su partida al hogar
eterno: La iglesia que él mismo le había prometido, luego de celebrar allí la
primera misa. Nuevamente, una delicadeza, con puntualidad alemana.
La mano en el pulso del
tiempo y el oído en el corazón de Dios
El
P. Kentenich nunca repitió frases hechas. Se sintió inspirado por la tradición
y la doctrina de la Iglesia, pero siempre supo interpretarlas e integrarlas a
la realidad concreta que vivía una persona, una comunidad, y a los procesos
históricos que desarrollaban en el mundo. Era consciente que muchos católicos
se quedaban en la teoría, y no eran capaces de cotejarla con los hechos de la
vida, y a la vez con la realidad sobrenatural.
Vio
con claridad la importancia de la organicidad, entre la inspiración de Dios y
el palpar la realidad humana, la realidad en la tierra, en muchos casos
sufriente, limitada, humana, acuñando esta idea en la frase: “Un profeta tiene
la mano en el pulso del tiempo, y el oído en el corazón de Dios.” Comprobamos
cómo el Papa Francisco, es también un apasionado integrador de ambas
realidades. No repite nunca frases hechas. Es más oído que discurso, más amor
que ley. En las palabras de Daniel Genovesi: “El Papa Francisco, antes que un
hombre que tiene algo para decir, es un hombre que está dispuesto a escuchar.
Por eso luego tiene algo para decir”.
Educador que respeta la
libertad del otro
El
P. Kentenich respetaba la libertad de sus hijos espirituales. Les motivaba a
crecer de acuerdo a sus capacidades, con responsabilidad paternal, y con un
inmenso respeto. Su secretaria en Milwaukee le reprochó un día con filial
preocupación: “Padre, yo veo que usted educa a muchas personas que vienen aquí,
les sugiere cómo crecer, cómo mejorar. Pero usted a mí no me educa, nunca me
corrige. ¿Por qué?”, a lo que el Padre respondió: “Mire, yo acepto a las
personas como son. Si hay algo que está mal, es como que no veo, no escucho, y
por lo tanto no digo nada. Ahora si alguien me pide consejo, me pide que le
eduque, pues con mucho gusto lo hago”.
Su
secretaria, ni lerda ni perezosa, viendo que podría lograr su objetivo, le
respondió con alegría: “Padre, entonces le pido que me eduque.” El Padre aceptó
el pedido, lo que no necesariamente fuera solo motivo de alegría, porque el P.
Kentenich era un padre, no un abuelo bonachón, y a veces, en el proceso de
educación, hacía doler, para ayudar a que el educando surja en toda su
plenitud.
Cuando
antes de fundar el movimiento de Schoenstatt, se conversaba entre los muchachos
que estaban a su cargo sobre la formación de una congregación mariana, había un
joven que no estaba de acuerdo con la misma y se resistía a dicho proposición.
Por esta razón, algunos de los que favorecían la fundación de tal grupo, fueron
a ver al P. Kentenich y le informaron sobre esta dificultad, que podría echar
por la borda los planes comunitarios.
El
sacerdote les respondió que no se preocuparan. Los muchachos quedaron
tranquilos, esperando que el Padre convencería al “rebelde” para que se ajuste
a la voluntad de todos. Pero cuál no sería su sorpresa, cuando, al reunirse más
tarde el grupo, el P. Kentenich le dijera: “Oye, puedes ponerte de pie y
explicarnos a todos tu punto de vista?”
Esta
era la forma del P. Kentenich de conducirse en la vida. El no tenía planes
propios. Su único proyecto fue siempre estar atento a la guía de Dios, la cual
podía descubrir a través de la inspiración en su propio corazón y en el de los
demás, y a través de los signos de los tiempos, de los aconteceres en el mundo.
El P. Kentenich afirmaba que no podía trabajar con muchachos que dijeran a todo
que sí, que no fueran rebeldes, que no se plantearan las cosas. Para él, un
normal grado de rebeldía en jóvenes, presagia liderazgo en un adulto.
Frutos del Santuario
Hoy
en día, millones de personas acuden a los más de 200 santuarios de Schoenstatt
esparcidos por el mundo. Todos ellos son similares al original, que se
encuentra en el valle de Schoenstatt, en Alemania. La Virgen María, en cada devoción,
regala distintas gracias. En los santuarios de Schoenstatt ella quiere regalar
especialmente, aunque no exclusivamente, tres.
Una
de ellas es el cobijamiento, el sentirse amado por María, por Jesús, abrazado
por ellos, regalándole al peregrino una profunda paz interior. La segunda
gracia es la transformación interior. La Virgen de Schoenstatt, como madre y
educadora, motiva al peregrino a esforzarse por crecer en el amor, por
superarse, por vencer limitaciones. Como reina, tiene el poder para cambiar el
corazón de piedra, en un corazón de carne, que, imperfecto, aspira a una vida
renovada. Y la tercer gracia: Nadie que tiene un tesoro inmenso, se lo guarda
para sí. María llama a ser apostólico, a renovar el mundo, a llegar a las
periferias, a abrazar a todos, para que sepan y sientan que Jesús los ama y les
quiere bendecir.
En
ese Santuario, los miembros de Schoenstatt sellan una Alianza de Amor con
María. Se trata de un intercambio de corazones, por medio del cual la vida se
torna más plena y está llamada a ser más comprometida, tanto espiritualmente
como en la relación con los hermanos. De esta manera, se forman grupos de
matrimonios, de jóvenes, de hombres, de mujeres, comunidades de vida de
Hermanas, de Padres, sacerdotes diocesanos, señoras, hermanos, que, desde la
vocación de cada uno, están llamados a vivir plenamente una espiritualidad
cristiana renovada en el Espíritu, llamados a ser personas nuevas en Jesús y
María.
Virgen Peregrina
En
el año 1950, un humilde señor que vivía en Santa María, Brasil, de nombre Joao
Pozzobon, recibió una imagen peregrina de la Virgen de Schoenstatt, para que
recorriera por un mes las casas del barrio, rezando el rosario. Esta misión le
tocó tan profundamente el corazón, viendo los milagros que obraba María en las
vidas, que por 30 años siguó visitando barrios, ciudades, hospitales, escuelas
y cárceles, recorriendo 140.000 kilómetros y visitando un millón de personas.
Hoy, hay más de 200.000 imágenes que en mano de misioneros, gente común que
siente la misma vocación de Joao, visitan millones de personas y familias todos
los meses, llevando las gracias que María regala en su Santuario de
Schoenstatt.
Celebraciones
En
el día de hoy, en cientos de países del mundo, se celebra la vida del P.
Kentenich. Pero no simplemente como un gran personaje de la historia. Tampoco
solo como un gran ejemplo a seguir. Para la familia de Schoenstatt se trata de
mucho más. La Alianza de Amor sellada por cada miembro con María en el
Santuario, mueve a forjar una solidaridad de y entrelazamiento de destinos con
el fundador. Esto implica que su entrega radical por Jesús y María, por los
destinos del mundo, por las necesidades de las personas, se transforman en una
preciosa herencia que interpela a vivir la vocación a la santidad, al servicio
en la alegría y generosidad, a pleno, como la vivió el P. Kentenich.
En Schoenstatt
En
Schoenstatt mismo, hoy, sábado 15 de septiembre, el obispo Michael Gerber
celebró hoy una misa a las 7, hora de fallecimiento del P. Kentenich. Más
tarde, a las 10:30 horas, el arzobispo Zollitsch celebró una misa en el valle
de Schoenstatt. La homilía estuvo a cargo del P. Alexandre Awi Melo, secretario
del dicasterio para Laicos, Familia y Vida, en el Vaticano. A las 16:30 horas,
tendrá lugar la celebración internacional por el 50º aniversario del
fallecimiento del P. Kentenich, en la Iglesia de Adoración, cuya temática es
“En el tiempo del Espíritu Santo, para un Schoenstatt en salida”.
El
programa para mañana domingo comenzará con una misa pontifical a las 10 horas,
a cargo del Cardenal Reinhardt Marx, de Múnich-Freising, en la Iglesia de
Peregrinos. A las 14 h.y a las 15 h. se ofrecerán diversas actividades en
distintos lugares, con el objeto de albergar a un gran número de participantes,
de entre las cuales mencionamos “Me encontré con él. Testimonios, vivencias y encuentros
con el P. Kentenich”, “Padre José Kentenich, un regalo de Dios”, “Canonícenlo
ustedes (JPII)”, “Amó a la Iglesia”, y “Filme sobre el P. Kentenich, ‘Uno debe
adelantarse’”.
En el mundo
Compartimos
aquí algunas de las celebraciones en distintas partes del mundo. En Portugal,
se da un compromiso apostólico en el sentido del “dilexit ecclesiam” del Padre
Kentenich (“amó a la Iglesia”). Cada schoenstattiano fue invitado a
comprometerse con un servicio especial y concreto a la Iglesia. Las misas serán
celebradas por los obispos en las diócesis de Aveiro, Braga, Lisboa y Oporto.
En India, dos de las celebraciones tendrán lugar en los santuarios de Tamil
Nadu y Kerala. En Costa Rica, será en el santuario de San José.
En
Chile, en todas las diócesis, los obispos celebrarán una misa con la familia de
Schoenstatt, como expresión del hecho de que Schoenstatt se considera a sí
mismo parte de esta Iglesia que está en crisis, y en camino de una profunda
renovación. En Polonia, la celebración central tendrá lugar en Varsovia, en
Swider. En Croacia, se bendecirá un nuevo Santuario de Schoenstatt. En
República Checa las celebraciones tendrán lugar en el santuario de Schoenstatt
de Rokole; mientras que en Nigeria, en el de Ibaden.
Las
principales celebraciones en Estados Unidos serán en Milwaukee, Austin, Texas,
Nueva York y Miami. En Austria, en el Santuario de Viena, mientras que en
México, una de las misas tendrá lugar en la catedral de Monterrey con el obispo
diocesano. En el extenso Brasil, habrá celebraciones en los más de 20
santuarios de Schoenstatt que se encuentran a lo ancho y a lo largo del país.
En Uruguay, la misa será en la catedral de Montevideo, celebrada por el
Cardenal Sturla. En Argentina, habrá celebraciones también en todas las
diócesis en que se encuentra Schoenstatt. La principal tendrá lugar junto al
Santuario Nacional de Schoenstatt, en Florencio Varela.
Enrique Soros
Fuente:
Zenit








