El Papa recibe a miembros
de la Asociación Nacional
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El santo Padre bendice a un trabajador inválido © Vatican Media |
El
Papa Francisco ha valorado la labor que lleva a cabo la Asociación Nacional de
Trabajadores Mutilados e Inválidos: “ANMIL realiza una tarea noble y esencial,
y lanza un llamamiento a toda la sociedad al deber de gratitud y ayuda concreta
con aquellos que se han infortunado mientras trabajaban”.
Así,
el Santo Padre se ha encontrado este jueves, 20 de septiembre de 2018, a las 12
horas, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, con los miembros de la
Asociación Nacional de Trabajadores Mutilados e Inválidos (ANMIL), ha informado
la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
“Nuestro
mundo necesita un chispazo de humanidad –ha anunciado el Papa– que nos lleve a
abrir los ojos y ver que los que están frente a nosotros no son una mercancía,
sino una persona y un hermano en la humanidad”.
En
concreto, el Papa les ha felicitado por su colaboración con las instituciones
civiles, y en particular con el Ministerio de Trabajo y con el de Educación,
Universidad e Investigación, así como por el importante Texto único
sobre seguridad y el Informe sobre salud y seguridad en el lugar de
trabajo.
“Habéis
dado vida a muchos proyectos de capacitación –les ha agradecido– dirigidos a
estudiantes y trabajadores, directivos y jefes de empresas, para que se vuelvan
más conscientes de las necesidades de seguridad y protección de la salud de los
trabajadores”.
Testimonio
El
testimonio de vuestra dedicación y concreción –ha expresado el Papa– revela que
las batallas que combatís desde hace 75 años “con compromiso y determinación”,
no atañen solamente a quienes han sido víctimas del trabajo o llevan a cabo
tareas peligrosas y extenuantes, sino a “todos los ciudadanos”, porque junto
con la cultura del trabajo y la seguridad están en juego la esencia misma de la
“democracia”, basada en el “respeto y la protección de la vida” de cada
persona.
Publicamos
a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los participantes en la
Audiencia:
***
Discurso del Santo Padre
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Dirijo
mi saludo afectuoso a todos vosotros, al Presidente, a quien agradezco las
palabras que me ha dirigido, y a todos los miembros de vuestra Asociación.
Reuniendo y apoyando a aquellos que han sufrido mutilaciones o invalidez en su
trabajo, y esforzándose por promover una cultura y una práctica que esté atenta
a la salud y la seguridad, ANMIL desarrolla una función social muy importante,
por la cual, en nombre del pueblo de Dios, os manifiesto estima y gratitud.
Aquellos
que, en el trabajo, sufren un infortunio con consecuencias permanentes y
debilitantes, viven en una particular situación de sufrimiento, especialmente
cuando su discapacidad les impide seguir trabajando y mantenerse a sí mismos y
a sus seres queridos, como solían hacer. A todos ellos les expreso mi cercanía.
Dios consuela a los que sufren, habiendo sufrido Él mismo, y se acerca a cada
situación de indigencia y de humildad. Con su fuerza, todos están llamados a un
compromiso activo de solidaridad y apoyo con aquellos que son víctimas de
accidentes en el trabajo; apoyo que debe extenderse a las familias, igualmente
afectadas y necesitadas de confortación. Haciendo así, ANMIL realiza una tarea
noble y esencial, y lanza un llamamiento a toda la sociedad al deber de
gratitud y ayuda concreta con aquellos que se han infortunado mientras
trabajaban. La escasez de recursos que, justamente preocupa a los gobiernos, no
puede tocar ciertamente, ámbitos delicados como éste, porque los recortes deben
afectar al despilfarro, ¡pero nunca hay que recortar la solidaridad!
La
dimensión indispensable de la asistencia no agota las tareas de la sociedad y
de la propia Asociación, que en el Estatuto (véase el Artículo 3) prevé la
inserción o reintegración profesional y social, y está atenta a que la
solidaridad siempre se conjugue con la subsidiariedad, que representa su
completamiento, para que todos puedan ofrecer su propia contribución al bien
común. La enseñanza social de la Iglesia, en la que os exhorto a inspiraros
siempre, recuerda constantemente este equilibrio entre solidaridad y
subsidiariedad. Debe buscarse y construirse en cada circunstancia y contexto
social, para que, por un lado, nunca falte la solidaridad y, por otro, nunca
nos limitemos a ella haciendo pasivos a quienes pueden dar todavía una
contribución importante al mundo del trabajo, sino a involucrarlos activamente,
haciendo uso de sus capacidades.
El
estilo subsidiario, al que ahora me refiero, ayuda a toda la comunidad civil a
superar la falaz y dañina equivalencia entre trabajo y productividad, que lleva
a medir el valor de las personas en función de la cantidad de bienes o riqueza
que producen, reduciéndolas a un sistema, y envileciendo su peculiaridad y riqueza personal.
Esta mirada enferma lleva dentro de sí el germen de la explotación y la
esclavitud, y hunde sus raíces en una concepción utilitaria de la persona
humana.
Precisamente
por esta razón, es inapreciable la actividad incansable de ANMIL en favor de
los derechos de los trabajadores, comenzando por los más débiles y menos
protegidos, como las mujeres, los ancianos y los inmigrantes. Nuestro mundo
necesita un chispazo de humanidad, que nos lleve a abrir los ojos y ver que los
que están frente a nosotros no son una mercancía, sino una persona y un hermano
en la humanidad.
En
este sentido, no puedo dejar de alegrarme por vuestro compromiso de
colaboración con las instituciones civiles, y en particular con el Ministerio
de Trabajo y con el de Educación, Universidad e Investigación. Habéis dado vida
a muchos proyectos de capacitación, dirigidos a estudiantes y trabajadores,
directivos y jefes de empresas, para que se vuelvan más conscientes de las
necesidades de seguridad y protección de la salud de los trabajadores. Esta
sinergia también ha producido, hace ahora diez años, el importante Texto
único sobre seguridad, cuya plena implementación estáis llamado a monitorear.
Esta atención constante a la esfera legislativa, así como al compromiso de la solidaridad,
revela por vuestra parte la conciencia de que la creación de una nueva cultura
del trabajo no puede prescindir de un marco legislativo más adecuado, que
satisfaga las necesidades reales de los trabajadores, así como de una
sensibilidad social más profunda sobre el problema de la protección de la salud
y la seguridad, sin la cual las leyes seguirían siendo papel mojado.
El
detallado y valioso Informe sobre salud y seguridad en el lugar de trabajo,
que habéis presentado hace días tiene como objetivo el perfeccionamiento del
plan legislativo, así como la formación de una cultura más atenta a la
seguridad en el trabajo. El mismo testimonio de vuestra dedicación y concreción
y revela, a quien lo lea, que las batallas que combatís desde hace 75 años con
compromiso y determinación, no atañen solamente a quienes han sido víctimas del
trabajo o llevan a cabo tareas peligrosas y extenuantes, sino a todos los
ciudadanos, porque junto con la cultura del trabajo y la seguridad están en
juego la esencia misma de la democracia, basada en el respeto y la protección
de la vida de cada persona.
Queridos
amigos, os exhorto a continuar con esta noble misión, que contrasta la
indiferencia y la tristeza y aumenta la fraternidad y la alegría. Os acompaño
con mi oración y mi bendición. Y vosotros también, por favor, no os olvidéis de
rezar por mí. Gracias.
©
Librería Editorial Vaticano
Rosa Die Alcolea
Fuente:
Zenit