Buscar demasiado la admiración de los demás me hace
frágil y vulnerable a sus expectativas
Hoy parece que nada puede permanecer oculto
a los ojos de los hombres. Me convenzo de ello al pensar en la fragilidad de mi
seguridad humana. Me controlan por todos lados. Hay tantas personas agobiadas
pensando en ese control que alguien ejerce sobre sus vidas.
Es como si
hubiera perdido mi derecho a la intimidad.
Quiero salvaguardarlo. Tengo derecho a no publicar mis fotos, a no contar lo
que hago en cada momento, a no dar siempre explicaciones de todo lo que pienso.
Es muy humano
ese deseo que percibo en mí mismo por querer saberlo todo y a la vez, por
querer guardarlo todo.
El morbo me
hace interesarme por lo que les ocurre a los demás. Ya sean cercanos o lejanos,
no importa. Una curiosidad malsana.
Tal vez las redes sociales hoy lo alimentan. Hay que contarlo todo. Hay que saberlo
todo. Para estar dentro de la red. Para no quedarme fuera.
Y en
medio de este conocimiento superficial de las personas percibo un
desconocimiento profundo de mi propia vida, de mi propia
alma.
Desconozco las fuerzas más interiores, lo
que de verdad pienso y deseo. Ignoro mis mentiras. Me sorprendo con mis actos. No sé por
qué reacciono de una determinada manera. No sé bien cuál es mi verdad escondida
en las sombras de mis pliegues.
Me gustan las apariencias de
las fotos, de los cuentos, de las noticias con pocas palabras. Me gusta parecer
más joven de lo que soy, más guapo de lo que resulto, más delgado, más
elegante, con una vida más perfecta.
Veo caras, no
corazones. Quizás por eso llego a adornar mi currículum para justificar mis
pretensiones.
Comenta la
sicóloga Isabel Serrano-Rosa: “Si se quiere dar una mejor impresión
o salvaguardar la reputación, se «maquilla» un poquito la verdad, piensa el
mentiroso vanidoso, especialista en poner relleno en el currículo. Si son
descubiertos suelen recurrir de nuevo a la mentira para salir del paso”.
¡Cuántas vidas construidas sobre mentiras,
alimentadas a partir de exageraciones! Intento vivir una vida que a lo mejor no es la que puedo
llevar, la que me corresponde por mi nivel adquisitivo.
No importa.
Quiero ser el que no soy. No quiero ser el que soy. Me
gusta más parecerme al que triunfa. Vivir una vida
distinta a la que tengo.
Deseo algo de
ficción en mis manos. ¿Por qué no puedo hacerlo? Me escondo en perfiles falsos.
Dibujo una forma de ser que nunca he tenido. Finjo gustos que no siento.
Aspiro a lo que creo que me dará la
felicidad permanente. Pero quizás acabo renunciando al sueño de ser feliz
siendo yo mismo. Siendo
aquel que Dios ha creado. Aquel que es único.
No sé por qué
me atrae tanto ser reconocido por todos. Sueño con poseer el poder y disfrutar de
la admiración de los hombres.
¿Es tan
tentador el poder que no puedo resistirme? Esta tentación acaba minando mis
defensas. Me hace frágil y vulnerable a las expectativas de
los otros.
¿Por qué me invento un perfil que realmente
no me identifica? Cada uno en su nivel lo hace.
Sé muy bien
que vivo en un mundo que quiere saberlo todo sobre mí, sobre todos. Un mundo
que me da medios para conocerlo todo. Aquí y ahora. En este instante. La verdad
aparente. Lo que yo parezco ser.
¿Puedo
ocultar la verdad de mi vida? Al final estoy llamado a ser la mejor versión de mí
mismo. Pero no alguien distinto. Yo mismo pobre y limitado.
Carlos
Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






