¿Y qué pasa con los bebés que murieron sin
bautismo?
Fr Lawrence Lew, O.P.-(CC BY-NC 2.0) |
Para responder apropiadamente a esta
pregunta, es necesario saber o recordar que la celebración de las exequias de
un fiel cristiano difunto no es un asunto particular de la familia ni, menos
aun, un simple acontecimiento social; se trata de una celebración que toca de
lleno el centro de la fe cristiana: la Pascua, la fe y la esperanza en la
resurrección.
Las exequias son una celebración
litúrgica de la Iglesia, y como tal han de ser celebradas conforme a las normas
litúrgicas y canónicas de la Iglesia, y deben ser pastoralmente bien cuidadas.
Las exequias eclesiásticas no son
un favor que se les hace a los difuntos, sino un derecho inherente a su
condición de fieles. Y los fieles son aquellos que por el bautismo se han
incorporado a Cristo e integrado en el Pueblo de Dios.
Entonces, sencillamente,
celebrar las exequias de alguien que en vida no quiso incorporarse a Cristo ni
integrarse al Pueblo de Dios, no tendría sentido, y quizás incluso atentaría
contra la voluntad de no ser cristiano que expresó en vida.
¿Y por qué? Pues dado que las exequias son
un signo de comunión eclesial, de fe y de esperanza cristianas, solamente
tienen sentido cuando se celebran por alguien que participaba de esa fe como
bautizado.
La Iglesia es una Madre que,
además de llevar sacramentalmente en su seno al fiel durante su peregrinación
en esta vida, lo acompaña al término de su peregrinar para entregarlo ‘en las
manos del Padre’. No puede “entregar a las manos del Padre” a alguien que no le
pertenece.
El problema se plantea cuando en
la parroquia se desconoce si el difunto estaba bautizado o no, pues, por obvias
razones, no se exige, para unos funerales, el certificado de bautismo del
difunto (tardaría demasiado tiempo). Quizás incluso ni la familia lo sepa.
¿Qué se hace en estos casos? La
Iglesia, fiándose de la familia y/o de sus parientes, así como también del
sentido común, acoge a todo difunto en la iglesia parroquial; e incluso lo
acoge sin preguntar nada sobre si el difunto estaba o no bautizado para evitar
un conflicto o para no herir susceptibilidades.
Pero, si el
difunto no estuviera bautizado, estos funerales de nada le servirían,
pues como ya se ha dicho antes, los beneficios de la acción de la Iglesia son
para quienes forman parte de la misma. Es, valga el ejemplo, como si una
persona exigiera algo de la herencia de una familia sin pertenecer a ella.
Por tanto una persona que no
esté bautizada, cuando ésta muere, no puede ni debe ser presentada a la
Iglesia. En caso que el ministro ordenado (generalmente el párroco) sepa a
ciencia cierta que el difunto no era bautizado se debe negar a realizar las
exequias, no sin el debido tacto y prudencia para dar la debida explicación a
los familiares y a la gente en general.
¿Y en el caso de los bebés muertos antes del bautismo?
No es el caso de un niño de padres
católicos que mueren sin el bautismo, pero que siempre existió el deseo por
parte de sus padres de haberlo querido bautizar; esto porque existe
el bautismo de deseo: “El Ordinario del lugar puede permitir
que se celebren exequias eclesiásticas por aquellos niños que sus padres
deseaban bautizar, pero murieron antes de recibir el bautismo” (Canon 1183, 2).
De igual forma, si
alguna persona bautizada expresa su deseo en vida de no querer tener exequias
eclesiásticas pues no se debe llevar su cadáver a ninguna iglesia.
Con personas así, o con las que mueren sin bautismo (a las que se les haya
negado o no las exequias eclesiásticas), Dios, en su infinita sabiduría,
justicia y misericordia, hará lo que crea conveniente para su salvación.
Ahora bien, y ya para acabar, dada la
complejidad del ser humano, (sus creencias, la evolución de sus convicciones y/o
pensamientos, especialmente ante la inminencia de su propia muerte), siempre
que haya ALGUNA DUDA sobre si deben o no celebrarse las exequias, el ministro
ordenado (ordinariamente el párroco) consultará previamente al Ordinario del
lugar (el obispo). Igualmente, un párroco, antes de negar
las exequias a alguien, deberá hablarlo con su obispo.
Henry Vargas Holguín
Fuente:
Aleteia