Como hombres cristianos, tenemos el deber moral de cuidar y amar a nuestros hijos
Actualmente el rol de
nosotros, los padres (varones), ha tomado un protagonismo nunca visto en
generaciones pasadas. Por lo mismo, se espera mucho más de nosotros y
lamentablemente las expectativas no siempre están a la altura de la
realidad. Como hombres cristianos, tenemos el deber moral de cuidar
y amar a nuestras familias, y con particular atención y ternura a nuestros
hijos, pero además está en nuestras manos el que ellos comprendan cómo
es el “amor de Padre”, pues esa experiencia de filiación en la familia al mismo
tiempo será la base para aprender a recibir el amor de Dios Padre.
Desgraciadamente, no
salimos muy bien parados a la hora de ser evaluados; y como esto de ser padres
presentes en la crianza y el cuidado de los hijos es algo nuevo –nuestros
propios padres no nos prepararon para ello– para muchos es difícil encontrar
referentes de paternidad para aprender cómo hacer las cosas.
Un estudio realizado el
2014, habla de lo insatisfechos que están los hijos con el rol de sus padres, cuando
se les preguntó sobre la cantidad de tiempo que les dedican, la ayuda y apoyo a
la madre, el apoyo emocional del padre a los hijos, educación ética y moral
entregada a los hijos. La verdad es que el gráfico ayuda a comprender la
importancia del tema, pues al parecer los padres se sienten muy bien con lo que
hacen, pero un tercio de los hijos creen que su desempeño no es satisfactorio.
Yo no soy un experto en el
tema, pues soy papá desde hace pocos años, pero al menos de mis errores y de
los errores de mi propio padre he aprendido bastante. Entonces, para
acompañarnos y animarnos entre nosotros y para poder animar a otros padres que
quieren hacer las cosas bien, pero no siempre les resulta, es que te
compartimos algunos puntos que creemos son importantes a la hora de proponernos
el ser padres como Dios manda.
1. Calidad y cantidad,
ambas son importantes
Durante un tiempo, muchos
se excusaban detrás de la frase: «Calidad es mejor que cantidad». Esta es una
verdad a medias y cuando se trata de la educación de nuestros hijos y nuestra
presencia como padres, ambas cosas son importantes. De hecho el estar
presentes implica pasar tiempo con ellos, invertir nuestros días libres,
nuestras horas de descanso. En el Libro del Deuteronomio hay un pasaje
que, pasando medio desapercibido, nos habla de estar al tanto de nuestros
hijos, acompañarlos y formarlos en todo momento y lugar: «Graba en tu corazón
estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas
cuando estés en casa y cuando vas de viaje, al acostarte y al levantarte» (Dt
6, 6-7).
2. Descubrir cuáles son tus roles
El que la mujer haya
ingresado al mundo del trabajo ha equiparado la cancha al momento de asumir
responsabilidades en casa, sobre todo en la crianza y las labores domésticas.
Pero el que ambos esposos tengan igualdad de responsabilidades, no es lo mismo
que tengan que hacer las mismas cosas. Hombres y mujeres somos diferentes
y esas características que nos distinguen son necesarias para nuestros hijos,
por lo tanto es importante descubrir “de qué estoy a cargo yo”; no
solamente pensando en aquello que me queda más cómodo o me sale natural, sino
pensando en el bienestar de los más pequeños y en que realmente puedo cumplir
aquello a lo que me estoy comprometiendo. Es común que los padres distribuyan
las funciones. Reflexiona sobre eso, quizás seguir el patrón cultural histórico
según el cual la madre es quien mima y cuida con ternura y el padre es quien
impone la disciplina, administra los permisos y habla fuerte en la mesa, no es
tan buena idea hoy en día.
3. Ponte en los zapatos de mamá
A los varones nos toca
mirar desde la vereda del frente muchas cosas en la crianza de nuestros hijos,
en donde ellos y sus madres son cómplices absolutos. Ponte el uniforme
actitudinal de mamá en algunos momentos, permítete ser sensible, emotivo, no
tan racional ni moral, permítete mimar e incluso malcriar un poco. Tampoco
decimos que las madres sean malas con los hijos, pero esa relación cercana está
basada también en un amor tierno y delicado que muchas veces los hombres no
somos capaces de lograr. Definitivamente hay cosas que no nos van a resultar
del todo bien, pues las mujeres tienen cualidades innatas para hablar,
aconsejar en problemas sentimentales, ayudar en las tareas y manualidades del
colegio y cosas así, pero nosotros, dentro de nuestra aparente torpeza, también
tenemos mucho qué hacer. Nuestra misma masculinidad, el ser varones, sin que
lo queramos, educa en el respeto, la caballerosidad, el cuidado del más débil y
en la autoridad.
4. Es buena idea repartir
las tareas
Por experiencia personal,
creo que no es muy bueno dejar a uno de los padres “a cargo de”, pues la tarea,
cualquiera que sea, se vuelve rutinaria y con el paso del tiempo una pesada
obligación. Es sano, en cuanto a las labores y cuidados de la casa, el
ponerse de acuerdo e ir alternando. En mi casa, el planchado es mío,
no porque me guste, sino porque mis camisas son algo importante. El aseo de las
cosas delicadas es de mi esposa, pues siempre que yo lo hago me quedan manchas
o imperfecciones que simplemente yo no veo. Pero en todo lo demás vamos
intercambiando semana a semana; hay días en que cocina uno y otros días, el
otro; el aseo de la casa; el escoger la ropa que usará el pequeño; el lavar,
secar, planchar, guardar la ropa de todos, y así. Es saludable conversar eso,
así no solo evitarás incómodas peleas domésticas, sino que tu amor por la casa
será un testimonio que quedará grabado en el corazón de tus hijos.
5. Ser la cabeza de la iglesia doméstica
La Iglesia nos invita a que
nuestro hogar y familia conformen una iglesia doméstica, en donde se celebra la
fe, donde se habla de Dios, en donde se ora juntos. Históricamente el rol de la
transmisión de la fe ha descansado sobre los hombros femeninos. Seguro que
muchos recuerdan con ternura a sus madres o abuelas rezando junto a ustedes en
sus camas; enseñándoles oraciones de pequeños, acompañándolos con santitos e
imágenes religiosas cuando estuvieron enfermos. Pero como varones, tenemos
la responsabilidad de hacer de esa experiencia de Iglesia doméstica, algo
sostenido en el tiempo, no solo presente en la primera infancia.
El Catecismo nos enseña
que: «Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la
responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos (…) La
forma de vida en la familia puede alimentar las disposiciones afectivas que,
durante toda la vida, serán auténticos cimientos y apoyos de una fe viva» (CEC
2225).
6. Hablar fuerte cuando es necesario, pero también ser dulce y delicado cuando lo amerita
Los padres tienen el rol
histórico de ser quienes “roncan” en casa. Madres e hijos se ponen de acuerdo
para ir a hablar con papá al momento de conseguir un permiso para salir, dinero
u otra cosa que los hijos quieran, y los padres son quienes deciden. Esto tiene
un fundamento cultural que viene desde tiempos bíblicos y está muy bien que sea
así, pues nuestras características naturales ayudan a ello. «El que ama a su
hijo lo corrige sin cesar… el que enseña a su hijo, sacará provecho de él»
(Si 30, 1-2). Pero también en la misma Biblia se nos enseña a no pasar de
largo, sino a tratar a nuestros hijos con cuidado y que nuestra disciplina sea
un acto de amor y no de imponer un régimen del terror. Aquí es donde se
convierte en buena idea ser dulces y delicados; escuchar con atención sus
solicitudes y ser flexibles con ellos, tal como lo es Dios Padre con nosotros.
«Padres, no irriten a sus hijos; al contrario, edúquenlos, corrigiéndolos y
aconsejándolos, según el espíritu del Señor» (Ef. 6, 4).
7. En lo posible, ser un modelo de vida
Me dolía mucho cuando le
pedía a mi papá dinero para comprar alguna golosina y me decía que no había,
pero a los minutos lo veía fumar. Yo vi eso y estoy seguro que muchos de nosotros
crecimos con algunos ejemplos parecidos y que seguimos imitando. Tampoco se
trata de someter a juicio a nuestros padres, sino a mirarnos a nosotros mismos
para que estemos conscientes de nuestros actos, reconociendo que se graban en
el corazón de nuestros hijos. La forma en la que somos cariñosos con
nuestras esposas, la alegría con la que realizamos las tareas de la casa, la
forma en la que hablamos de los demás, cómo enfrentamos las exigencias del
trabajo, cómo vivimos nuestra fe y relación con Dios, y por supuesto cómo es
nuestra relación con nuestros hijos; todo eso va modelándolos, todo lo que
hacemos es una referencia para ellos, cala hondo y probablemente ellos
mismos vayan a repetirlo en cierta medida con sus propios hijos. Ahí radica la
importancia de intentar vivir conforme a lo que decimos, que no es otra cosa
que vivir como cristianos; no por aparentar hipócritamente, sino por amor a
Dios y a ellos.
Mirar nuestra paternidad
como un regalo de Dios, en donde nos permite amar como Él nos ama a nosotros,
con amor paternal, este es un misterio que no se descifra como un
enigma, sino que hay que introducirse en él a paso lento, pero curiosos, con
ojos y corazón abierto.
Estas ideas son solo eso,
hay muchas más que tú mismo puedes ir descubriendo, pero lo importante, más
allá de aplicar esto como una regla inamovible, es que vayas
aprendiendo de la mano de Dios cómo vivir esta vocación a la que hemos sido
llamados al cuidado de nuestra familia, en especial de nuestros hijos.
Por: Sebastián Campos
Fuente: catholic-link