El valor que guardo como un tesoro es lo que quiero
que permanezca
Photo by Ariana Prestes on Unsplash |
Sé que tengo entre mis manos un gran poder,
la posibilidad del cambio. Puedo cambiar muchas cosas. También puedo cambiar
yo. Puedo cambiar con mis manos el mundo que me rodea. Para eso tengo que
conocer mi alma, descubrir mi riqueza y mi pobreza.
Decía el padre José Kentenich: “Procuremos
tener dominio de nosotros mismos, observemos dónde está nuestra fortaleza y
dónde nuestra debilidad. Si
nos conocemos verdaderamente, no arrojaremos tan fácilmente piedras al prójimo,
porque en él también hay una mezcla, distinta de la mía”[1].
Cuando
me conozco en mi verdad soy capaz de mirar a los demás con más misericordia.
Porque he probado el dolor de la derrota. Y he acariciado la pérdida y la carencia.
He sufrido la debilidad de la
que huyo y he vivido la herida de mi alma en lo más profundo. Entonces puedo
mirar con ojos abiertos, sin sorprenderme, sin rechazar nada ni a nadie.
Pero ese camino de conocerme es
largo. Y no sólo eso. Puedo cambiar mientras
camino. Eso lo he vivido tantas veces.
Puedo cambiar por mi esfuerzo y
puedo cambiar por el poder de Dios en mi vida. Él puede cambiarme para bien.
Puede eliminar mis asperezas. Puede acabar con mis miedos. Puede levantar
esperanzas dentro de mi alma.
Me cuesta cambiar. No sé cómo
pero el corazón se acostumbra a lo que conoce y no quiere dejar atrás ni
siquiera su pecado. Compruebo tantas veces mi resistencia al cambio.
Sé que sucede siempre. Cambio
aunque no lo quiera. Pero me resisto a cambiar. Me habitúo a lo de siempre. Y
no deseo probar eso nuevo que aún no conozco. No sé hacerlo.
Quisiera ser más sabio para
enfrentar la vida. Y distinguir en mí con certeza lo que puedo cambiar de
aquello que no es posible.
Travis Bradberry habla de una
actitud tóxica que me hace daño: “No hay nada en la vida que hagas
siempre o que no hagas nunca. Puede que haya cosas que hagas mucho o que no
hagas lo suficiente, pero etiquetar un hábito con los términos ‘siempre’ o ‘nunca’ es
caer en la autocompasión. Es hacerte creer que no tienes control sobre ti mismo
y que nunca podrás cambiar”.
No quiero creerme esa frase que
hace daño: “Es que yo soy así”. Es cierto que algunas
tendencias en mí van a permanecer siempre. Eso no importa.
La única verdad es que puedo ser mejor.
Puedo ser más paciente, más
libre, más generoso, más abierto, más misericordioso, más sencillo, más
ingenuo. Puedo, si lucho por ello, si me dejo hacer.
Habrá cosas que nunca cambien en
mí y me duelan siempre. Las besaré aceptándolas y se las pondré a María en sus
manos. Ella sabrá qué hacer y cómo mejorarlas.
Pero aun así, el mundo a mi
alrededor cambia. La vida cambia. El cambio es lo más real en torno a mí.
Tantas veces me asusta. Me confronta con mis límites y mis hábitos. Con lo que
soy, con mi pobreza.
No quiero que todo cambie y aun
así sucede. Me gusta la estabilidad y que las cosas sean siempre como
ahora son.
Me
inquieta que la vida cambie.
Y que yo me vea obligado a cambiar mis formas, mis métodos en la misma medida.
Quiero aprender a distinguir lo que sí puede cambiar de lo que no.
Justo el Padre Kentenich
distingue entre las formas y lo esencial: “Las formas están creadas para un
determinado espacio de tiempo. Con el transcurso del tiempo se desintegran. Pasan
los siglos y con ellos también las formas. Nuestros jefes han de ser hombres de
ideas firmes. Una forma puede cambiar, ser en el presente de una manera y en el
futuro de otra. Si ya no hay hombres que puedan distinguir
entre forma e idea, cuando las formas se disuelvan se acabará por abandonar
fácilmente todo”[2].
No quiero perderlo todo. Puede
que cambie la forma pero lo esencial ha de permanecer. Quiero la sabiduría para distinguir lo
que he de conservar. No dejar de ser yo mismo en mi esencia.
Aunque cambie en mis formas externas.
Lo de fuera no es lo más
importante. El valor que guardo como un tesoro es lo que quiero que
permanezca. No quiero ir dando bandazos de un lado para otro.
Me mantengo atado a Dios que es quien me ha dado una misión de vida.
Podrán cambiar las expresiones
de mi alma. Pero quiero ser fiel a la esencia que hay en mí. Dios me ha dado
una verdad. Un sueño de infinito que descansa en mi corazón.
Quiero ser fiel a lo importante.
A lo que no cambia con el tiempo. Lo menos importante puede cambiar. Y me hace
bien ese cambio. Me lleva a renovarme.
Tengo
que aprender nuevas formas para amar desde mi verdad.Nuevos caminos para expresar el mundo que
vive intacto en mi interior. Sin renunciar nunca a lo que soy. Todo en
medio de los cambios de la vida.
[1] Kentenich Reader Tomo 3: Seguir al profeta, Peter
Locher, Jonathan Niehaus
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia