Aprendiendo de los niños
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Dios quiere que respete yo al inocente, que
no abuse del vulnerable, que me arrodille ante la vida sagrada del indefenso.
¡Qué fácil es abusar del débil!
¡Qué fácil exigir obediencia al que no puede hacer otra cosa!
Comenta el papa Francisco: “Hablo
a menudo sobre los niños y los ancianos, es decir los más indefensos. En mi
vida como sacerdote siempre traté de transmitir esta ternura, sobre todo a los
niños y a los ancianos. Me hace bien, y pienso en la ternura que Dios tiene por
nosotros”.
Me gusta esa actitud. A
veces me da miedo llegar a abusar del poder que tengo. Abusar
de lo que sé, de los que se me confían, de los que me buscan.
No quiero alejar a los niños de
Jesús. No quiero escandalizarlos y abusar de su debilidad.
Los
discípulos alejan a los niños de Jesús para que no lo perturbaran. Los niños no
son importantes para ellos.
La mirada de Jesús los sorprendería. Un niño no cuenta.
Hoy me detengo ante los niños,
ante los más débiles. Quiero que los niños toquen a Dios. Y esa
cercanía de lo sagrado los haga más fuertes. Los haga crecer sanos y alegres.
Fuertes y libres. Puros e inocentes.
¡Tengo
tanto que aprender de los niños!
Los miro y los abrazo. Veo su sonrisa y su inocencia. He perdido tanta niñez
por el camino… Me he vuelto adulto alejando a los niños de mi lado. Deseando
que no me molesten.
Jesús me pide que sea como un
niño, que me haga niño de nuevo. Decía el padre José Kentenich: “Hay
que cultivar la actitud de fiat, la actitud del niño. Porque el varón
tampoco se redimirá si no despierta en él al niño. Es decir que también para
mí, en cuanto varón, valen aquellas palabras del Señor: -Si no os hacéis como
los niños. En efecto, si no recobramos la filialidad no
llegaremos a ser hombres nuevos, no llegaremos a ser varones y mujeres nuevos”[1].
Quiero ser más niño. He perdido
mi capacidad de confiar. Desconfío. Miro a los otros
y sospecho. Dudo de su bondad, de su verdad.
He perdido esa mirada inocente y
pura que ve todo bien y se alegra de la vida. Ya no soy tan niño. He
dejado de soñar con un alma limpia, de niño. Me he llenado
de rencores y heridas.
La
vida siempre pasa factura.
Y yo lo he vivido. He encontrado rechazo buscando un abrazo. O
desprecio esperando una sonrisa. Y me he vuelto duro como la piedra. Para no
sufrir más el abandono y el olvido.
En la película Wonder el
protagonista es un niño que nace con defectos físicos muy notorios. No lo
aceptan, lo rechazan, se burlan de él.
En un momento su padre le dice
para animarlo: “Vas a sentirte muy solo, pero no lo estás. Si no te gusta dónde
estás, imagina dónde te gustaría estar”.
Tal vez yo mismo he perdido esa
mirada inocente de los niños al experimentar el rechazo y la soledad.
Yo no quiero estar solo. No
quiero que me rechacen cuando quiero acercarme buscando amor.
No lo quiero.
Por eso… 1ª técnica: Imagino,
igual que ese niño, dónde me gustaría estar. Y recuerdo esos momentos y esas personas que
me han acogido y querido en mi verdad.
También me duelen las heridas
que he sufrido. En mi interior grita el niño que llevo dentro. Como dice el
Padre Kentenich: “Hay que reconocer con toda sinceridad,
incluso los que se crean muy por encima de esas cosas, que en nosotros hay un
niño que clama,
también en el hombre adulto”[2].
Hay un niño dentro de mi alma
que grita, que busca ser escuchado, que quiere ser amado. Un niño frágil y
pequeño. Un niño que desea un abrazo, sueña con una caricia, anhela una palabra
de aceptación.
¡Qué
fácil es esconder al niño que llevo dentro! Para que no le hagan daño. No quiero que sufra. “Si la
infancia espiritual es tan importante y si es cierto que a muchos les falta la
experiencia filial, entonces una de las principales tareas de la educación
será la de posibilitar una posvivencia de la filialidad”[3].
Hay que posibilitar vivencias de
filialidad. Entonces, 2ª técnica: Tener espacios en los que sentirme niño.
Santa Teresa del niño Jesús me
recuerda con su vida el camino de la infancia espiritual. Ella fue niña y se
dejó querer como niña.
Ella me invita a ser como un
niño. Desde mi propia debilidad y pequeñez. Es su camino de santidad. Me anima
a mirar la vida desde los ojos de un niño, confiando en el amor incondicional
de Dios.
Por eso me detengo a buscar
en mi interior la pureza escondida. La confianza ajada con el
paso de los años.
Quiero
volver a creer. Perdonar tantos rencores. Y volver a empezar mirando con ojos nuevos la misma vida
de siempre.
Necesito esa pureza para amar
con más hondura, con más verdad. Para no tener miedo a la vida y entregarme a ella
sin miedos, sin angustias. Sabiendo que lo importante es saber descansar en los
brazos de Dios. Como un niño alegre que no le teme a la
vida.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia