Homilía
del Papa en la Basílica Vaticana
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Misa de clausura del Sínodo de los Obipos, 28 Oct. 2018. Captura Pantalla Vatican Media |
El
Santo Padre Francisco ha expuesto 3 pasos fundamentales para el camino de la
fe: “escuchar, hacerse prójimo y testimoniar”, en la homilía de la Misa de
clausura del Sínodo de los Obispos, sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento
vocacional.
Así,
el Santo Padre ha comentado el pasaje de San Marcos sobre el ministerio
itinerante de Jesús, quien poco después entrará en Jerusalén para morir y
resucitar, siendo Bartimeo el último que sigue a Jesús en el camino.
“Nosotros también hemos caminado juntos, hemos ‘hecho sínodo’ “, ha señalado el
Papa.
Escuchar
El
primer paso para facilitar el camino de la fe es escuchar, ha indicado
Francisco: “¡Qué importante es para nosotros escuchar la vida! Los hijos
del Padre celestial escuchan a sus hermanos: no las murmuraciones inútiles,
sino las necesidades del prójimo. Escuchar con amor, con paciencia, como hace
Dios con nosotros”.
En
este contexto, el Papa ha dicho a los jóvenes, “en nombre de todos nosotros,
adultos: disculpadnos si a menudo no os hemos escuchado; si, en lugar de abrir
vuestro corazón, os hemos llenado los oídos”.
Hacerse prójimo
El hacerse
prójimo es el segundo aspecto que propone el Pontífice para acompañar en
el camino de la fe. “Miramos a Jesús –ha predicado– que no delega en alguien de
la «multitud» que lo seguía, sino que se encuentra con Bartimeo en persona. Le
dice: «¿Qué quieres que haga por ti?»”.
“Estamos
llamados a realizar la obra de Dios al modo de Dios, en la proximidad:
unidos a él, en comunión entre nosotros, cercanos a nuestros hermanos”, ha
exhortado el Santo Padre. “Proximidad: aquí está el secreto para transmitir el
corazón de la fe, no un aspecto secundario”.
Hacerse
prójimos es “llevar la novedad de Dios a la vida del hermano, es el antídoto
contra la tentación de las recetas preparadas”. Así, “cuando por amor a él también
nosotros nos hacemos prójimos, nos convertimos en portadores de nueva vida”,
sin ser “maestros de todos ni expertos de lo sagrado”, sino en “testigos
del amor que salva”.
Testimoniar
“No
es cristiano esperar que los hermanos que están en busca llamen a nuestras
puertas”, advierte Francisco; “tendremos que ir donde están ellos, no
llevándonos a nosotros mismos, sino a Jesús”.
El
Santo Padre hace un llamamiento: Él nos envía a decirles a todos: “Dios te
pide que te dejes amar por él”. “Él nos envía, como a aquellos discípulos,
para animar y levantar en su nombre”.
RD
Aquí
pueden leer la homilía del Papa Francisco:
***
Homilía
del Papa Francisco
El
episodio que hemos escuchado es el último que narra el evangelista Marcos sobre
el ministerio itinerante de Jesús, quien poco después entrará en Jerusalén para
morir y resucitar. Bartimeo es, por lo tanto, el último que sigue a Jesús en el
camino: de ser un mendigo al borde de la vía en Jericó, se convierte en un
discípulo que va con los demás a Jerusalén. Nosotros también hemos caminado
juntos, hemos “hecho sínodo” y ahora este evangelio sella tres pasos
fundamentales para el camino de la fe.
En
primer lugar, nos fijamos en Bartimeo: su nombre significa “hijo de Timeo”. Y
el texto lo especifica: «El hijo de Timeo, Bartimeo» (Mc 10,46). Pero,
mientras el Evangelio lo reafirma, surge una paradoja: el padre está ausente.
Bartimeo yace solo junto al camino, lejos de casa y sin un padre: no es alguien
amado sino abandonado. Es ciego y no tiene quien lo escuche. Cuando quería
hablar, le hacen callar. Jesús escucha su grito. Y cuando lo encuentra le
deja hablar. No era difícil adivinar lo que Bartimeo le habría pedido: es
evidente que un ciego lo que quiere es tener o recuperar su vista. Pero Jesús
no es expeditivo, da tiempo a la escucha. Este es el primer paso para facilitar
el camino de la fe: escuchar. Es el apostolado del oído: escuchar, antes
de hablar.
Por
el contrario, muchos de los que estaban con Jesús imprecaban a Bartimeo para
que se callara (cf. v. 48). Para estos discípulos, el necesitado era una
molestia en el camino, un imprevisto en el programa. Preferían sus tiempos a
los del Maestro, sus palabras en lugar de escuchar a los demás: seguían a
Jesús, pero lo que tenían en mente eran sus propios planes. Es un peligro del
que tenemos que prevenirnos siempre.
Para
Jesús, en cambio, el grito del que pide ayuda no es algo molesto que dificulta
el camino, sino una pregunta vital. ¡Qué importante es para nosotros escuchar
la vida! Los hijos del Padre celestial escuchan a sus hermanos: no las
murmuraciones inútiles, sino las necesidades del prójimo. Escuchar con amor,
con paciencia, como hace Dios con nosotros, con nuestras oraciones a menudo
repetitivas. Dios nunca se cansa, siempre se alegra cuando lo buscamos. Pidamos
también nosotros la gracia de un corazón dócil para escuchar. Me gustaría
decirles a los jóvenes, en nombre de todos nosotros, adultos: disculpadnos si a
menudo no os hemos escuchado; si, en lugar de abrir vuestro corazón, os hemos
llenado los oídos. Como Iglesia de Jesús deseamos escucharos con amor, seguros
de dos cosas: que vuestra vida es preciosa ante Dios, porque Dios es joven y
ama a los jóvenes; y que vuestra vida también es preciosa para nosotros, más
aún, es necesaria para seguir adelante.
Después
de la escucha, un segundo paso para acompañar el camino de fe: hacerse
prójimos. Miramos a Jesús, que no delega en alguien de la «multitud» que lo
seguía, sino que se encuentra con Bartimeo en persona. Le dice: «¿Qué quieres
que haga por ti?» (v. 51). Qué quieres: Jesús se identifica con Bartimeo,
no prescinde de sus expectativas; que yo haga: hacer, no solo
hablar; por ti: no de acuerdo con ideas preestablecidas para cualquiera,
sino para ti, en tu situación. Así lo hace Dios, implicándose en primera
persona con un amor de predilección por cada uno. Ya en su modo de actuar
transmite su mensaje: así la fe brota en la vida.
La
fe pasa por la vida. Cuando la fe se concentra exclusivamente en las formulaciones
doctrinales, se corre el riesgo de hablar solo a la cabeza, sin tocar el
corazón. Y cuando se concentra solo en el hacer, corre el riesgo de convertirse
en moralismo y de reducirse a lo social. La fe, en cambio, es vida: es vivir el
amor de Dios que ha cambiado nuestra existencia. No podemos ser doctrinalistas
o activistas; estamos llamados a realizar la obra de Dios al modo de Dios, en
la proximidad: unidos a él, en comunión entre nosotros, cercanos a
nuestros hermanos. Proximidad: aquí está el secreto para transmitir el corazón
de la fe, no un aspecto secundario.
Hacerse
prójimos es llevar la novedad de Dios a la vida del hermano, es el antídoto
contra la tentación de las recetas preparadas. Preguntémonos si somos
cristianos capaces de ser prójimos, de salir de nuestros círculos para abrazar
a los que “no son de los nuestros” y que Dios busca ardientemente. Siempre
existe esa tentación que se repite tantas veces en las Escrituras: lavarse las
manos. Es lo que hace la multitud en el Evangelio de hoy, es lo que hizo Caín
con Abel, es lo que hará Pilato con Jesús: lavarse las manos.
Nosotros,
en cambio, queremos imitar a Jesús, e igual que él ensuciarnos las manos.
Él, el camino (cf. Jn 14,6), por Bartimeo se ha detenido en el
camino. Él, la luz del mundo (cf. Jn 9,5), se ha inclinado sobre un
ciego. Reconozcamos que el Señor se ha ensuciado las manos por cada uno de
nosotros, y miremos la cruz y recomencemos desde allí, del recordarnos que Dios
se hizo mi prójimo en el pecado y la muerte. Se hizo mi prójimo: todo viene de
allí. Y cuando por amor a él también nosotros nos hacemos prójimos, nos
convertimos en portadores de nueva vida: no en maestros de todos, no en
expertos de lo sagrado, sino en testigos del amor que salva.
Testimoniar es
el tercer paso. Fijémonos en los discípulos que llaman a Bartimeo: no van a él,
que mendigaba, con una moneda tranquilizadora o a dispensar consejos; van en el
nombre de Jesús. De hecho, le dirigen solo tres palabras, todas de Jesús:
«Ánimo, levántate, que te llama» (v. 49). En el resto del Evangelio, solo Jesús
dice ánimo, porque solo él resucita el corazón. Solo Jesús dice en el
Evangelio levántate, para sanar el espíritu y el cuerpo. Solo Jesús llama,
cambiando la vida del que lo sigue, levantando al que está por el suelo,
llevando la luz de Dios en la oscuridad de la vida. Muchos hijos, muchos
jóvenes, como Bartimeo, buscan una luz en la vida. Buscan un amor verdadero. Y
al igual que Bartimeo que, a pesar de la multitud, invoca solo a Jesús, también
ellos invocan la vida, pero a menudo solo encuentran promesas falsas y unos
pocos que se interesan de verdad por ellos.
No
es cristiano esperar que los hermanos que están en busca llamen a nuestras
puertas; tendremos que ir donde están ellos, no llevándonos a nosotros mismos,
sino a Jesús. Él nos envía, como a aquellos discípulos, para animar y levantar
en su nombre. Él nos envía a decirles a todos: “Dios te pide que te dejes amar
por él”. Cuántas veces, en lugar de este mensaje liberador de salvación, nos
hemos llevado a nosotros mismos, nuestras “recetas”, nuestras “etiquetas” en la
Iglesia. Cuántas veces, en vez de hacer nuestras las palabras del Señor, hemos
hecho pasar nuestras ideas por palabra suya. Cuántas veces la gente siente más
el peso de nuestras instituciones que la presencia amiga de Jesús. Entonces
pasamos por una ONG, por una organización paraestatal, no por la comunidad de
los salvados que viven la alegría del Señor.
Escuchar,
hacerse prójimos, testimoniar. El camino de fe termina en el Evangelio de una
manera hermosa y sorprendente, con Jesús que dice: «Anda, tu fe te ha salvado»
(v. 52). Y, sin embargo, Bartimeo no hizo profesiones de fe, no hizo ninguna
obra; solo pidió compasión. Sentirse necesitados de salvación es el comienzo de
la fe. Es el camino más directo para encontrar a Jesús.
La
fe que salvó a Bartimeo no estaba en la claridad de sus ideas sobre Dios, sino
en buscarlo, en querer encontrarlo. La fe es una cuestión de encuentro, no de
teoría. En el encuentro Jesús pasa, en el encuentro palpita el corazón de la
Iglesia. Entonces, lo que será eficaz es nuestro testimonio de vida, no
nuestros sermones.
Y
a todos vosotros que habéis participado en este “caminar juntos”, os agradezco
vuestro testimonio. Hemos trabajado en comunión y con franqueza, con el deseo
de servir a Dios y a su pueblo. Que el Señor bendiga nuestros pasos, para que
podamos escuchar a los jóvenes, hacernos prójimos suyos y testimoniarles la
alegría de nuestra vida: Jesús.
Rosa Die Alcolea
©
Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit