En
el ícono, el Dios hecho hombre se acerca a nosotros, recordándonos que nosotros
también somos un ícono de Dios
Tilemahos Efthimiadis-(CC BY-SA 2.0) |
¿Conoces
algún ícono religioso, como el Cristo Pantocrátor, la Salus Populi Romani,
Virgen Negra de Częstochowa o la más conocida en América latina la Virgen del
Perpetuo Socorro?
Estas
hermosas imágenes, generalmente pintadas en madera nace y se extiende en el
siglo IV, cuando la Iglesia de oriente todavía estaba unida a la Iglesia de
occidente: por lo tanto los íconos son patrimonio de toda la cristiandad y no
sólo de la Iglesia oriental, como muchos piensan, ya que en sus iglesias solo
se suelen ver este tipo de imágenes.
Fue
en la época del Imperio bizantino, donde esta tradición comenzó a expandirse,
principalmente desde la ciudad de Constantinopla hasta otras regiones como
Rusia, Rumania, Grecia. Aunque si es al mismo san Lucas evangelista al que se
le atribuye muchos de los íconos, más importantes, como varias representaciones
de la virgen: la Theotokos (Madre de Dios), la Salus Populi Romano, la Virgen
Negra de Częstochowa, entre las más conocidas.
Un
ícono no es sólo una forma de arte, es mucho más, ya que son consideradas obras
inspiradas. El objetivo original de los artistas, generalmente monjes, era
eliminar cualquier sentido de individualidad, lo que lleva a la afirmación de
que los iconos eran “acheiropoieten” o “acheropita”, es decir, no hechos por la
mano humana.
Las
figuras son retratadas de acuerdo con los cánones de antinaturalismo y
antiplasticidad, las imágenes son estilizadas y aplanadas ya que en la
teología, los iconos debían servir para subrayar la dimensión espiritual de los
misterios, de los eventos y de los personajes sagrados, lo importante era
describir las aspiraciones del hombre hacia lo divino.
El
arte pasaba a un nivel secundario dando importancia a lo más trascendente, el
Misterio de Dios, expresado a través de este arte.
Por
eso para la Iglesia es considerado un sacramental. Tal como lo expresa en sus
concilios, el icono es un “Sacramental participe de la sustancia divina”, es el
lugar donde el cual Dios está presente y se puede encontrar.
El
Segundo Concilio de Nicea (787) declara que: “Sea por la contemplación de la
Palabra de Dios, sea por la representación del Icono, tenemos la Memoria de
todos los santos y somos introducidos en su presencia”.
En
este concilio se define el valor de los iconos con la afirmación de que el
fundamento de este arte reside en la Encarnación del Hijo de Dios, por lo
tanto, es posible representar a Dios, ya que asumió la naturaleza humana
asimilándolo de manera inseparable a aquella divina.
En
el Concilio de Éfeso, san Juan Damasceno afirma: “Lo que el Evangelio nos dice
por la Palabra, el Icono nos lo anuncia por los colores y nos lo hace
presente”. Y también en este concilio el ícono viene definido como “templo”, es
decir, un lugar en el que aquellos que están representados también están
misteriosamente presentes.
En
el ícono, el Dios hecho hombre se acerca a nosotros, recordándonos que nosotros
también somos un ícono de Dios, por lo tanto nuestro destino es llegar a ser
como Él.
María Paola Daud
Fuente:
Aleteia