Una de las más bellas oraciones compuestas en el
siglo XX
Carlos de Foucauld, mientras se encontraba
en la Trapa de Akbés (Siria) (1890-1896) para su oración personal, realiza una
serie de meditaciones de los Evangelios que hacen referencia a la conversación
del alma con Dios.
Al comentar
Lc 23, 46 “Padre mío, en tus manos encomiendo
mi espíritu”, Foucauld escribe: Esta es la última oración de nuestro
Maestro, de nuestro Bienamado… Pueda ella ser la nuestra… Y que ella sea, no
solamente la de nuestro último instante, sino la de todos nuestros momentos:
”‘Padre mío, me entrego en vuestras manos; Padre
mío, me abandono a Vos; Padre, Padre mío, haz de mi lo que os plazca; sea lo
que hagáis de mí, os lo agradezco; gracias de todo, estoy dispuesto a todo; lo
acepto todo; os agradezco todo; con tal que vuestra Voluntad se haga en mí,
Dios mío; con tal que vuestra Voluntad se haga en todas vuestras criaturas, en
todos vuestros hijos, en todos aquellos que vuestro Corazón ama, no deseo nada
más Dios mío; en vuestras manos entrego mi alma; os la doy, Dios mío, con todo
el amor de mi corazón, porque os amo y porque esto es para mí una necesidad de
amor: darme, entregarme en vuestras manos sin medida; me entrego en vuestras
manos con infinita confianza, pues Vos sois mi Padre…” (C. FOUCAULD, Escritos espirituales, Ediciones Studium,
Madrid 1958, 32).
Esta oración,
simplificada es la que rezan todos los días los seguidores del hermano Carlos
de Foucauld.
Ahora nos
podemos preguntar ¿de qué espiritualidad bebe Foucauld para expresarse así? El
sacerdote e historiador Jean François Six cree que la oración
de abandono bebe directamente del libro L’Abandon
à la Divine Providence del jesuita Jean Pierre de Caussade (1675-1751)
y lo expresa de la siguiente manera:
“Hablando del libro del padre De Caussade, El
abandono en la divina Providencia, decía Charles de Foucauld que era el escrito
que más profundamente había marcado su vida. Y se conoce la oración de abandono
escrita por el hermano Charles siguiendo esa línea” (J. F. SIX, Las bienaventuranzas hoy, Paulinas, Madrid
1986, 16).
Entonces,
¿Cuál es el contenido del maestrazgo espiritual del padre De Caussade?
Un magnífico estudio, al que seguimos, lo encontramos en el libro del sacerdote
y teólogo Adrián Sosa Nuez, titulado Aproximación
teológica al concepto de Divina Providencia, publicado por Credo
Ediciones, Las Palmas de Gran Canaria, 2017.
Según el
profesor Adrián Sosa, el abandono completo y absoluto a la Divina providencia
fue el motivo principal de la vida de Jean Pierre Causade y la nota clave de su
dirección de almas expresada en su obra L’Abandon
à la Divine Providence, donde en este Tratado expone
dos aspectos diferentes de abandono a la Divina Providencia: “a) como una virtud, común y necesaria para todos
los cristianos; b) como un estado, propio de las almas que han hecho una
práctica especial de abandono a la voluntad de Dios” (pág. 53).
Así, el
principal motivo de los escritos De Caussade es difundir “que
es necesario, y muy importante, dejarse llevar por Dios, por medio de
lo que la Divina providencia tiene para nosotros previsto y, en efecto, nos
ofrece” (pág.57). Para el jesuita francés, “la
acción de Dios es algo constante en la historia de la humanidad y es por ello,
porque Dios participa constantemente en esta historia, por lo que podemos
reconocerla también como Historia de Salvación” (pág. 65).
Para el padre
De Caussade, “todas las acciones y momentos
de los santos son Evangelio del Espíritu Santo, en el que las almas son el
papel, y sus sufrimientos y acciones son la tinta… Los libros que el Espíritu
Santo inspira al presente son libros vivientes. Cada alma santa es un volumen,
y este Autor celeste va haciendo así una verdadera revelación de su obra
interior, manifestándose en todos los corazones y a lo largo de todos los
momentos” (pág.67).
Es
interesante ver como el padre De Caussade hace referencia a lo que hoy
describimos como Inteligencia Espiritual: “Iluminados
por la divina inteligencia, se ven acompañados por ella en todos sus pasos, y
ella misma les saca de los malos senderos en que entraron por ignorancia”
(pág. 68). Así, el alma que se ve en este estado, “no
se inclina a ninguna cosa por su propio deseo. Ella solamente sabe dejarse
llenar por Dios, y ponerse en sus manos para servir de la manera que Él
disponga” (pág. 72).
La Divina
Providencia, por medio de su acción, va poseyendo el alma de tal forma que “en todas las cosas que van haciendo estas almas,
no sienten sino la moción interior para hacerlas, sin saber por qué” (pág.73).
Finalmente nuestro autor resalta la similitud de los textos del padre De
Caussade con el Concilio Vaticano II ya que ambos defienden que “la vocación a la santidad, y la misma dignidad
cristiana, radica en el bautismo, el sacramento que nos convierte en
cristianos” (pág.90).
Pero el padre
De Caussade, sin negar la virtud santificante de los sacramentos, amplia y
enriquece la visión de la santidad cristiana hablando del “sacramento
del momento presente”. Se trata de “aquellas
cosas que Dios nos envía a cada momento y de las que nos podemos servir para
acercarnos más a Él. Por eso, ningún bautizado, sea católico o no, se sentiría
fuera de la invitación que hace Caussade a un verdadero abandono a la Divina
providencia” (pág. 91).
Y será este
último aspecto del ‘sacramento del momento presente’ el que descubrirá Foucauld
gracias al P. Caussade,
como lo indica el Hermanito de Jesús, Antoine Chatelard, en su libro, Carlos de Foucauld. El camino de Tamanrasset, San
Pablo, Madrid 2003, 178, donde señala que en una de las cartas que escribe
Foucauld a su padre espiritual Huvelin (1669) se ve “exactamente
la puesta en práctica de la espiritualidad del momento presente, que ha
descubierto en el P. Caussade”.
Concretamente
Foucauld se expresa así: “¿A cada día su
afán; hagamos en el momento presente lo que sea mejor! En todos los momentos
que se suceden y que componen la vida, aprovechemos la gracia presente, los
medios que Dios da; nada mejor para prepararnos bien para aprovechar las
gracias futuras y recibirlas, que usar bien las actuales…”.
Jose Luis Vázquez Borau
Fuente: Aleteia