Olvidamos
fácilmente que tenemos ayuda divina a nuestra disposición todos los días
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No
es ninguna novedad que criar a los hijos es duro. Tengo un esposo maravilloso y
el apoyo de mi familia, de mi iglesia y de las comunidades escolares pero, a
veces, todavía miro a mi alrededor y me pregunto en qué berenjenal me he
metido.
Tengo
cuatro hijos menores de ocho años y la mayoría de los días son mental, física y
a veces espiritualmente agotadores. Al final del día (diantre, a veces incluso
ya a las 10 a.m.), siento que he dado todo lo que tengo. Cuento las horas que
faltan para que mi marido llegue a casa y me pregunto cómo lo conseguiré.
Cuando
tengo los recursos para ver más allá del momento, me doy cuenta de que Dios no
me llamó a ser madre y luego me dejó para que lo hiciera todo por mi cuenta. Él
quiere ayudarme. El propósito de mi vocación de ser esposa y madre es acercarme
más a Él, llamarle, permitirme ser receptiva a Sus gracias, que son realmente
la única manera en que voy a hacer esto bien.
He
aprendido a las malas que los niños imitan todo lo que ven. Puedo decirles que
hablen de forma tranquila, amable y respetuosa un millón de veces al día, pero
si yo les estoy gritando, no van a entender el mensaje.
Por
otro lado, si trato a los demás amablemente, hablo con caridad y expreso mi
agradecimiento regularmente, ellos van a aprender a hacer lo mismo. Y porque
soy una pecadora, la única manera en que puedo esperar hacer esas cosas de
forma consistente es pedirle a Dios que me ayude, que llame a Dios como el
Padre que es y recibir Su ayuda con los brazos abiertos y un corazón dispuesto.
Aquí
hay tres cosas que he aprendido sobre la educación de los hijos cuando
redescubrí la bendición de que Dios es mi Padre:
Nunca seré demasiado mayor
para disculparme
La
misericordia de Dios es nueva cada mañana, pero también lo es mi propensión a
mirar primero por mis intereses y a impacientarme cuando las cosas no salen
como yo quiero, especialmente cuando no he dormido lo suficiente, lo cual, con
un bebé, es la mayoría de los días. Disculparme con mis hijos cuando he perdido
la calma les ayuda a ver que no hay situación en la que no puedan pedir perdón
y que guardar rencor no hace ningún bien a nadie.
Los
sábados por la tarde se convierten rápidamente en un buen barullo en nuestra
casa. Sin embargo, hacer tiempo para la Confesión da mejores frutos para la
semana siguiente que cualquier otra cosa que yo pueda hacer en su lugar. Este
sacramento todavía me pone nerviosa a veces, pero con un examen de conciencia
apropiado de antemano (me gusta este) y algún tiempo en la capilla después,
siempre llego a casa más en paz, más tranquila, más paciente, más indulgente y,
sencillamente, más feliz.
Cuidar de mí misma es
importante
La
Escritura nos dice que oremos sin cesar y que demos gracias en todas las
situaciones. A primera vista, esto suena agotador e insostenible. ¿Cómo podemos
rezar todo el tiempo cuando hay que preparar el desayuno, lavar los platos y la
niña de tres años se ha dado un golpe en el pie?
Cuidarnos
a nosotros mismos —aunque no de una manera extravagante— es crucial para servir
bien a los demás. Nuestros cuerpos son regalos de Dios. Si eres madre biológica
como yo, entonces conoces la experiencia incomparable de llevar otra vida
dentro de ti y quizás también la de alimentar a esa vida con tu leche después
del nacimiento. Si esa no es tu experiencia, o simplemente todavía no has
llegado a esa etapa de la vida, nuestros cuerpos siguen siendo el medio por el
cual servimos, y como tal, necesitan ser cuidados. Necesitamos buena comida;
necesitamos algo de ejercicio más allá de levantarnos muchas veces en medio de
la noche para volver a dormir a un pequeño; y necesitamos descanso.
Lo
diré otra vez: nuestros cuerpos son dones de Dios y deben ser tratados como
tales. El cuidado de nuestros cuerpos es la oración. Comer bien y dormir lo
suficiente son formas de dar gracias a Dios. Cuando honramos nuestros cuerpos,
honramos a Dios. No es de extrañar que nos sintamos mejor cuando lo hacemos.
¡Esto es lo que Él quiere para nosotros!
Siempre es buena idea
decir gracias
Incluso
si no nos gusta el regalo que hemos recibido (o el aspecto de la comida que
mamá ha cocinado), responder al acto de generosidad y consideración del otro es
un gesto digno de hacer. La gratitud abre nuestros corazones a la comunión con
nuestros hermanos y hermanas y nos prepara para responder a las oportunidades
que Dios nos da de servirle. Las cosas no siempre van a salir como queremos,
pero todo puede aprovecharse como una manera de acercarnos a nuestro Padre. Él
nos llama todos los días. Incluso una respuesta tímida puede ayudarnos a
conformar nuestros corazones al Suyo.
No
olvidemos que la misa es la acción de gracias definitiva y “fuente y culmen de
toda la vida cristiana”. Incluso cuando no estoy totalmente presente, porque
grito susurrando a mis hijos para que se relajen y busco un reclinatorio antes
de que se golpeen contra el suelo, hay gracia en estar en la presencia de
nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. Dios quiere reunirse con nosotros donde
estamos. Él quiere que pasemos tiempo en Su casa y que ese sea un lugar de
consuelo y renovación. Di “sí” a Su invitación y observa cómo cambia tu vida.
Dios
es mi Padre. Lo he sabido desde que aprendí el Padre Nuestro cuando era
niña, hace casi tres décadas. Pero de alguna manera, cuando me convertí en
madre, pensé que la mayor parte de la responsabilidad recaía en mí. Que aunque
mis hijos eran regalos de Dios, era deber mío criarlos bien. La maternidad y la
paternidad son una responsabilidad enorme, pero también es una oportunidad para
acercarme más a mi propio Padre, para experimentar Su amor por mí en un nivel
más profundo.
Soy
una esposa, una madre, una hermana y una amiga pero, antes de todo eso, soy una
hija de Dios. Gracias a Dios por Su amor. Gracias a Dios por mi familia.
Gracias a Dios por mi vocación y la bendición de servirle a través de estos
pequeños.
Lindsay
Schlegel
Fuente:
Aleteia