Seis
estudiantes de Comillas entrevistan a inmigrantes y párrocos para comprobar
cómo es la acogida de las parroquias madrileñas a los inmigrantes católicos
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Jóvenes inmigrantes y adultos locales en uno
de los templos consultados para el estudio.
Foto: Parroquias de San Cristóbal
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11:15 de la
mañana de un lunes cualquiera: el vuelo de Iberia IBE6454 procedente de Quito
acaba de aterrizar en Madrid. Del Airbus A340/600 bajan 346 pasajeros, entre
los que algunos vienen a probar suerte en la capital de España.
Tienen en su
cartera algún contacto, de amigos y familiares, y su principal preocupación es
buscar un trabajo estable para poder vivir dignamente y mantener a su familia.
Para poder sobrevivir en un país extraño necesitan todos los recursos que
tienen a su alcance, y uno de ellos –no el menos importante– es su fe.
¿Cómo acoge la
Iglesia en Madrid, nuestras comunidades y parroquias, a los inmigrantes que
luchan por vivir en las misma ciudad que pisamos todos los días? Un estudio a
pie de calle responde con datos a esta pregunta: el 98 % de los inmigrantes que
hay en la capital se siente integrado y bien atendido, y el 68 % considera que
la Iglesia le ayuda en sus necesidades.
Además, el 79 %
de los encuestados afirma tener relación con otras personas con las que va a
Misa, y el 71 % acude a su parroquia preferida cada semana, aunque para ello el
41 % decida moverse de distrito.
Estas son
algunas de las conclusiones que ha sacado a la luz Migramap, un trabajo sobre
la pastoral con inmigrantes en Madrid elaborado por un grupo de estudiantes
voluntarios de la Consultoría Social Empresarial de ICADE. Con la colaboración
de EntreParéntesis y la Delegación Diocesana de Migraciones, han explorado la
atención pastoral a inmigrantes en un número representativo de parroquias madrileñas,
concluyendo que las razones principales por las que los inmigrantes eligen una
parroquia entre las 500 con las que cuenta la diócesis son: la cercanía de su
vivienda, la oferta catequética, el trato que reciben y la escucha por parte
del párroco.
«De hecho, hay
gente que asiste normalmente a la iglesia más próxima para eventos habituales,
como la Misa de los domingos, pero se reserva los días especiales para ir al
templo con el que se siente más identificada», dicen los autores del estudio,
que utilizan el término pluriparroquias para referirse al modo
en que los inmigrantes viven su fe. «De forma mayoritaria, el inmigrante usa al
menos dos parroquias para sus necesidades: la parroquia de cercanía para su
vida diaria y actividades a largo plazo, como catequesis y sacramentos; y la parroquia
de opción para Misas, celebraciones y actividades especiales en domingos y
fechas significativas».
¿Integración o
gueto?
Otro de los
datos objeto de estudio es la relación de los inmigrantes con las propias
comunidades locales, pues el 21 % reconoce no tener relación con el resto de
fieles de su parroquia. Para entender bien esta situación, los investigadores
desarrollaron una docena de dinámicas de grupo y concluyeron que «generalmente
hay muy buena relación entre la Iglesia y los feligreses inmigrantes, pero no
hemos obtenido datos concretos de esta relación de feligreses inmigrantes con
locales», lo que lleva a percibir «una tendencia de no relación entre
inmigrantes y locales, aunque no se puede encontrar un patrón claro».
¿Qué se puede
hacer a favor de una buena integración, para evitar la formación de guetos de
vida de fe paralela en nuestras propias iglesias? Migramap apunta claramente a
la acogida, pues «la integración no es directamente proporcional al número de
actividades, sino a la calidad y calidez de las mismas». Quizá por su propio
historial de abandono de un país para llegar a otro, el inmigrante es un
colectivo muy sensible a la capacidad de acogida: no intenta solo cumplir con
el precepto dominical, «también busca asistencia en la resolución de los
problemas personales y familiares», por lo que el primer contacto y el más
decisivo suele ser el que se tiene con el párroco.
«Hemos
comprobado que la cercanía del párroco hacia los inmigrantes es esencial y
representativa para una buena integración –dicen los jóvenes autores del
estudio–. El empleo de un vocabulario cercano por parte del cura hacia los
oyentes provoca un sentimiento de familia, confianza y cercanía a Dios. Además,
los párrocos con experiencia misionera facilitan el éxito en la integración.
Donde hay una actitud activa por parte de los párrocos es donde se logra la
integración».
Además de ello,
los inmigrantes tienen muy arraigado el sentimiento de ir a Misa juntos en
familia, «lo que propicia el aumento de su participación en actividades como
catequesis o coro, sobre todo por parte de los adolescentes, lo que ha mejorado
también la relación con los españoles», afirman.
Migramap deshace el tópico de que una
buena labor social es el principal medio de fidelización para alcanzar a los
inmigrantes: «La tendencia de las parroquias es volcarse en la ayuda de tipo
social, pero cuando esta se satisface, baja la asistencia de los que acuden» a
las parroquias. Algunas de ellas «intentan cubrir necesidades sociales y de
paso tratar de inducir a las personas en la cristiandad y profundizar en
valores cristianos», pero el resultado es que «no consiguen que las personas se
queden, ya que no todas las parroquias tratan de la misma forma con las
personas».
Un
modo comprobado de acercamiento pastoral es organizar actividades en fines de
semana y en horarios extraordinarios para lograr una mayor asistencia de
inmigrantes, ya que estos valoran positivamente que dichos horarios sean
flexibles a sus jornadas laborales; por ejemplo, el domingo es «el mejor día
para la integración de los inmigrantes, puesto que disponen de tiempo
suficiente para acudir a la celebración de la Eucaristía y participar en otras
actividades».
Otra
de las propuestas que hacen los autores del estudio es la creación de un modelo
de seguimiento e información compartida del inmigrante y de su familia, pues se
trata de un grupo poblacional con una relevante movilidad geográfica: durante
los años que residen en nuestro país suelen cambiar sus circunstancias
laborales, lo que les obliga a cambiar a su vez de parroquia. Por ello es bueno
que «el párroco posea información que identifique al inmigrante y que pueda ser
compartida con el responsable de las parroquias a las que el inmigrante se va
trasladando a lo largo de su estancia en nuestro país. De esta manera, se
sentiría más integrado cada vez que llega a un nuevo barrio y tiene que empezar
de cero», dicen.
Algunos contras
Pero
no todo en la relación con el inmigrante pasa por adoptar una solución técnica;
hay un elemento cultural al que es necesario prestar atención: «La ortodoxia de
la organización eclesial, soportada en la rigidez estructural, pone
dificultades a los cambios culturales que precisan los inmigrantes. Si bien la
Iglesia ya ha conseguido grandes progresos en este aspecto, hace falta una
mayor armonía entre culturas. ¿Hay consciencia de cómo se profesa la fe en las
diferentes culturas?», se preguntan los estudiantes de Comillas.
«Lo
diferente también puede ser el camino –responden–; el intercambio da frescura y
renueva sentimientos. Pero en la mayoría de parroquias no se ha advertido esta
toma de conciencia. Es apreciable cómo muchas parroquias no han caído en la
cuenta de la riqueza existente en el intercambio de culturas. Si bien se acepta
a todos los feligreses independientemente del país del que proceden, hace falta
un proceso de acercamiento e intercambio con el inmigrante, que favorezca el
enriquecimiento mutuo», y que «tanto inmigrantes como locales se integren en
una misma comunidad».
Más cerca de su sensibilidad
Más
concretamente, los autores constatan una diferencia cultural en la celebración
de las Misas, pues las celebraciones que encuentran en nuestras parroquias «les
resultan muy conservadoras en procedimientos y ritos. Eso hace que los
inmigrantes busquen celebraciones más animadas y cercanas, semejantes a las de
sus países. Así, cuando desde las parroquias se tiene esto en cuenta y se
intenta abrir la Misa a su sensibilidad, más integración se puede observar; y,
al mismo tiempo, estas celebraciones producen un gran efecto llamada».
Junto
a ello, los inmigrantes consideran muy importante la presencia de las imágenes
populares traídas de sus países, «lo que provoca una mayor asistencia y una
identificación mayor en la Eucaristía».
Esta
apertura hacia un grupo de personas que constituye ya el 20% de los madrileños
es algo ya irrenunciable para la Iglesia en Madrid, como afirman desde la
Delegación Diocesana de Migraciones: «Es necesario cambiar la mirada hacia el
hermano, un cambio de mirada que conlleve un cambio de lenguaje: por encima de
términos de inmigrante, extranjero, irregular, con papeles, sin papeles, hijos
de inmigrantes… debemos cambiar la mirada y ver en el otro a un hermano».
Juan
Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Fuente: Alfa y Omega






