Quiero aprovechar lo que hoy es, no importa que mañana no sea
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Jesús me hace mirar mi vida y su futuro con
sus ojos:
“De
la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan
hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis que
sucede esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro
que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra
pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas de aquel día y hora, nadie sabe
nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre”.
Jesús me habla de la vida, de la
novedad de su venida. Él ha llegado para quedarse.
No pasarán sus palabras, no pasará su verdad.
Hoy vivo esta cultura del
descarte. Todo es caduco. Todo cambia, dura poco tiempo.
Un móvil, un ordenador, la ropa, las modas. Todo es pasajero.
Jesús me dice que Él no
pasará. Jesús no dejará de estar de moda. No se quedará
obsoleto. Me gusta mirar así su mensaje, sus palabras que hoy me siguen
removiendo y cuestionando.
Porque yo también me adapto a lo
temporal. Cambio las cosas que no me sirven. Valoro a los que más valen, a los
más útiles y capaces. Y descarto a aquellos con los que no puedo contar.
Me sucede lo que decía el papa
Francisco: “Las víctimas de la cultura del descarte son precisamente las
personas más débiles, más frágiles; esto es una crueldad”.
Los
que no son tan útiles, ni tan capaces, me parecen innecesarios. Los ancianos,
los enfermos, son
poco importante. Los vulnerables acaban perdiendo su lugar.
Jesús me hace mirar las ramas
que brotan y pensar en la vida que está junto a mí. La vida que crece
débilmente, demasiado frágil. No me fijo en el tronco del árbol centenario.
Jesús quiere que me fije en la
hierba que hoy es y mañana se seca. En las hojas que están a punto de
amarillear y perder la vida.
Quiere que me detenga en los
pequeños signos de vida que son siempre una esperanza. En los brotes
verdes.
Quiere que valore lo que ahora
es, aunque mañana ya no exista. No importa. Me detengo hoy. Creo que a
veces voy demasiado deprisa por la vida y no me fijo.
Voy de un lado a otro y ya el
día de hoy es caduco. Miro al mañana, lo que aún no ha llegado, lo que no ha
nacido.
No quiero ser así. Me asusto de
mí mismo. Me acostumbro a que la vida temporal es corta y poco útil. No
quiero descartar las cosas. Quiero aprovechar lo que hoy es. No importa que
mañana no sea.
No descarto nada. Me
fijo en el vulnerable, en el débil, en el frágil. Me comprometo con ellos. Quiero
cuidar con esperanza la vida que se me confía.
La vida que crece muy lentamente
ante mis ojos y me desconcierta. Me gustaría que las cosas crecieran a otro
ritmo. Pero todo es muy lento. El crecimiento exige paciencia.
El otro día leía una frase de un
entrenador: “Si miras lejos, no ves el paso inmediato y tropiezas. Hay que
ir despacio, que no lento”.
Jesús hoy me pide que mire
lejos, pero sin dejar de mirar el siguiente paso. Me pide que no corra, que
camine despacio, con calma. Pero sin perder el tiempo. Esa actitud ante la vida
es la que quiero.
Miro
los brotes verdes y los cuido, los protejo. No quiero que muera la vida que crece
débil. Quiero que todo crezca a fuego lento.
Esa expresión me ha dado qué
pensar en estos días. Las decisiones importantes se cocinan a
fuego lento. El corazón crece y madura a fuego lento. El
amor verdadero se hace maduro a fuego lento.
Las prisas no son buenas, me
decían de pequeño. Y yo aprendí poco de la lentitud de los sabios. Hoy Jesús
quiere que mire lo positivo de todo y que valore los brotes verdes. Me pide que
tenga paciencia con la vida que me confía. Que no acelere el
crecimiento.
Esa actitud me alegra. Quiero
pedirle a Dios un corazón así. Un corazón calmado, sin prisas, sin exigencias. La
vida es muy larga. Y si Él quiere me dará todo el tiempo del mundo para vivir
en plenitud.
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia