Sal de la trinchera
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| Jeffrey Bruno/ALETEIA/JTB/CC |
En ocasiones me siento en confrontación con
el mundo. Me duele lo que veo y escucho. Me siento débil frente a tantos
desafíos. Como si me estuviera quedando vacío de ideales y de fuerzas. ¿Me
estaré volviendo viejo? ¿Se habrá apagado el fuego de mis entrañas?
Miro el camino recorrido y
sonrío. No es posible que mi vida no haya merecido la pena.
Tal vez son semillas enterradas cuyo fruto no veo, o no veré.
Miro mi mundo, mi Iglesia. Me
conmueve la reflexión de unos jóvenes que cayó en mis manos: “Más
que un catolicismo de trinchera creemos en uno que acoge y dialoga con las
inquietudes del mundo, y que, a la luz del Evangelio, busca responder a ellas”.
Miro
con inquietud la trinchera que me he construido. No dejo entrar a mis enemigos. ¿Tengo
enemigos?
Bajo ese nombre enumero a los
que no me aprecian, a los que no me valoran, a los que no piensan como yo, a
los que me critican y juzgan. Y yo también los juzgo. Son los otros. Levanto mi
trinchera.
Echo
la culpa a la vida que ha cambiado mucho. A internet que lo ha globalizado todo. A mi debilidad que me
hace tan finito que no logro salir de mis miedos.
Y entonces observo que mi
trinchera es la mejor defensa frente al mundo, frente al pagano, frente al que
no cree y ataca mis creencias.
Me siento así más seguro. Pasará
el temporal, pienso en mis entrañas. Y sigo escondido. Con miedo a confrontarme con los
que buscan mi mal. El mal del justo. ¿Es esta la Iglesia
que sueño? No.
Me
uno a esos jóvenes que creen en Jesús hasta la médula. Y yo tal vez he dejado pasar los años
buscando consuelo, descanso, algo de paz. Culpa de la edad, me digo.
Y quiero soñar con sueños
jóvenes. Para dar respuesta a este mundo que me inquieta, que cuestiona mi fe,
mi forma de vivir, mi propio pecado. A ese mundo que desea la coherencia y
sueña con la verdad.
Vuelvo a leer: “No
hay que tener miedo a conversar con las corrientes de hoy”. ¿Yo tengo miedo?
Prefiero no entrar en confrontación.
Huyo de las peleas. Evito
conversar cuando temo perder en los argumentos. ¿Estoy a la defensiva? A
veces me veo así en medio de mi trinchera. Escondido, guardado, protegido.
Para
que no me hagan daño en mi corazón herido. Que no me rechacen por mis ideas. Que no juzguen todas
mis palabras.
Si hablo de renovación, que no
me encasillen en el grupo de los que quieren renovar. Si digo conservar, temo
que me tachen de conservador.
¿Miedo a perder mi imagen? Sí, y
mi lugar en mi trinchera. Miedo a enfrentar la vida en sus dificultades.
Miro
el corazón herido de Jesús en la cruz. Todo por no callarse. O se calló demasiado tarde cuando sólo
cabía defenderse.
Pero Jesús fue siempre Él. No se
adaptó a lo que los demás pensaban. No rehuyó la confrontación cuando la vida
de inocentes estaba en juego. Y miró siempre con misericordia dando palabras de
esperanza.
¿Por qué callo a destiempo? No
lo sé. Ese miedo a salir de mi trinchera en la que tengo paz y me siento
seguro.
Me quejo de este mundo convulso
en el que nada es seguro y todos me persiguen. Miro el pecado de mi propia
iglesia y me lamento.
Y
no hago nada por salvar al débil. Sólo cuido mi trinchera, que esté firme, que siga sólida. Para no
arriesgarme a decir lo incorrecto. O exponerme a sufrir el rechazo en medio de
un mundo en el que sólo veo enemigos.
Y quiero que se callen los que
me cuestionan. Pero ya leía hace poco: “Si le cortas la lengua a un hombre, no
demuestras que estuviera mintiendo: demuestras que no quieres que el mundo oiga
lo que pueda decir”.
Me cuesta que me lleven la
contraria. Y que me exijan ser más audaz en mis juicios. Me molesta que
critiquen mi trinchera, pero están en lo cierto. Necesito salir de mi comodidad y luchar por
cambiar el mundo que me rodea.
Comenta el padre José Kentenich: “Nosotros
esperamos llamarle la atención a un mundo sumergido en las cosas terrenales, y
al menos despertar en él el anhelo de abrir las puertas que llevan a lo
sobrenatural,
hacia lo divino, hacia lo infinito. Y hacerlo no tanto mediante palabras sino
mediante nuestra vida y aspiraciones”[1].
Mis
palabras importan, pero más que eso importa la coherencia de mi vida, la fuerza
de mis gestos, la radicalidad de mi entrega.
Tal vez ahí está mi problema.
Que no logro vencer la cobardía de ánimo para arriesgar la vida. Para entregar
mi corazón buscando que este mundo sea más de Dios. Y logre así dar respuesta a
la sed de infinito que guarda el corazón humano.
Sin miedo al rechazo, sin miedo
a la crítica. Sin proteger mi lugar. Sin aferrarme al poder de los poderosos,
rehuyendo la pobreza de los débiles.
No es la Iglesia que yo sueño.
Por eso hoy miro mi trinchera. Quiero salir al mundo que necesita mi voz.
Mi presencia. Mi respuesta. Mi vida.
[1] Christian Feldmann, Rebelde
de Dios
Carlos Padilla Esteban
Fuente:
Aleteia






